UA-67049947-1

26 oct 2010

La tierra vuelve a ser plana



La botella de Jack Daniels se está vaciando. Estoy hablando con cuatro gilipollas presuntuosos sobre la vida y sobre el mundo y la maldita botella parece evaporarse. Puedo soportar su charla barata y sus teorías de mierda sobre el cristianismo, tratando de parecer profundos hablando de puta religión, lo que menos trascendental me parece en esta vida. Aunque al menos no están hablando de la crisis. Aún así lo he estado soportando durante casi media hora, pero ahora lo veo complicado con la botella tan vacía. Podría soportarles durante horas si tuviese toda una bodega de whiskey a mi disposición, pero no la tengo, y estoy empezando a sentirme incómodo. Me retuerzo en la silla y suelto un chascarrillo. Me miran como a un imbécil así que se lo escupo. Les digo que no son más que una panda de cretinos disfrazados de pseudo-profundos y que en realidad no sabrían distinguir el puto nihilismo del cinismo. Uno de ellos me “acusa” de creerme cínico cuando en realidad soy un nihilista de cuidado. Que le follen. Probablemente lo soy pero él no es más que un gilipollas. Me levanto tambaleando intentando no derribar la silla y me dirijo dando tumbos hacia el cuarto de baño. En él vació lo poco que queda de la botella de un par de tragos, a palo seco y me contemplo al espejo con indiferencia. Me gusta increparme cosas a gritos cuando voy borracho (quizás sí que estoy un poco ido y todo eso) pero no encontré nada que increparme. Mi reflejo solo me transmitía la más profunda indiferencia. Salí escupiendo del baño y dejé la botella en el suelo. Al incorporarme casi me caigo de espaldas pero la pared me sirvió de punto de apoyo. Reí como un bobalicón y me dirigí a las escaleras. Por allí subía una rubia de pelo largo en la que me había fijado con anterioridad. Recordé a los Kennedys por alguna razón y le solté aquello de:

-Lo siento nena, demasiado ciego para follar
Y mientras intentaba dejar la escena con la cabeza erguida y pose chulesca caí rodando por las escaleras. Como en la canción. Iba por el salón con hielo enorme en la mano y todos me preguntaban que tal estaba. Yo siempre respondía con un escueto “cieguísimo”. Salí a la puerta de la casa de los papis de alguien y meé en los rosales. Mientras miraba la casa pensé:
“No está tan mal la Universidad” y antes de darme cuenta estaba en el sofá hablando con una chica muy guapa sobre los Rolling con una caja de cervezas apoyada en las rodillas. Eso antes de que todo se volviese borroso y oscuro por momentos. Solo recuerdo que lo último que pensé antes de estar profundamente borracho fue:
“La tierra vuelve a ser plana”

10 oct 2010

Héroes



Me agarró con fuerza de la mano, yo sonreí e ingerí otro rohypnol. Éramos solo dos perros abandonados surcando de una punta a otra las calles del viejo Madrid. A la espera de aquello que se supone que debería pasar. Las musas hacía mucho que se fueron en busca de carne más joven y menos atormentada. En busca de manos que aún soñasen con la gloria y la fama. La acababa de conocer en un bar. No suelo conocer chicas en los bares pero ella vino a mí como la polilla a la luz. La droga y la angustia existencial relucían en mi cara y ella vio en mí lo que llevaba tanto tiempo viendo en su espejo. Se llamaba Silvia y venía del sur. Charlamos sobre la vida. Y también de música y drogas. Tenía buen gusto aunque decía que no podía tomar alucinógenos. Cuando le pregunté el porqué, simplemente sonrió y dijo que tenía una pesadilla recurrente. Era rubia, con ojos azules y bastante alta. Fumaba con ansia y siempre apuraba el cigarrillo hasta que no podía más. Tenía un cristal muy bueno. Mexicano. Me ofreció un poco y nos metimos. Cuando empezó a hacer efecto no paraba de repetirme que tenía ganas de bailar así que la lleve a bailar. Le ofrecí un poco de MDMA y nos metimos. Me acarició el pelo mientras bailábamos y sentí el tacto frío de sus manos. Tenía manos de muerta. Los cubatas y los cigarros seguían bajando a una velocidad vertiginosa. Estaba demasiado puesto. Sentía que ella era mi ángel y había venido a salvarme. A llevarme lejos. Al mundo que siempre soñé. Sabía que era por los efectos del éxtasis. Le dije alguna incoherencia y me guió a la puerta, argumentando que necesitábamos algo relajante. Ella se lió un porro y yo le hice saber que llevaba un frasco de benzodiacepinas en el bolsillo de la chaqueta. Ella me dijo que prefería la marihuana, que no se fiaba demasiado de lo químico. Yo le expliqué mi tesis de que eso era estúpido, de que todo era químico. Follar es un proceso químico que libera serotonina, y la planta que se estaba fumando llevaba THC que es lo que le daba el colocón. En realidad el cerebro se regula con miles de drogas químicas. Lo químico es en realidad lo básico y lo natural. Ella se reía y decía que debería comprarme un laboratorio. Le dije que quizás sí y entonces me preguntó que droga fabricaría yo en un laboratorio. Me preguntó qué droga le hacía falta al mundo. Le dije que amor. Que fabricaría amor para todos. Yo iba un poco pasado y no sabía ni lo que decía pero a ella le gustó mi respuesta. Dijo que lo que más necesitaba el mundo era amor, y que le gustaría morir de una sobredosis de amor. Y entonces me besó. Me dijo que mis labios estaban fríos como los de un muerto y yo le dije que eso era porque hacía ya bastante tiempo que estaba muerto por dentro aunque mis células no lo hubiesen comprendido. Estábamos atrapados en un mundo que no había sido creado para nosotros y con el que no nos sentíamos bien. Fuimos a otro sitio. Bebí hasta que en mi cartera no quedaba más que pelusa y una vieja foto de cuando fui un hombre que me resistía a tirar. Ella vino de empolvarse la nariz en el baño y se sentía pletórica. Me arrastró con fuerza a una columna y me besó de nuevo. Nos besamos mientras en la discoteca alguien pinchaba a Bowie. Y pensé que sí, que a pesar de todo, de toda la miseria y degradación, ella y yo, almas malditas, podíamos ser héroes. Aunque solo fuese por esa noche. Cuando salimos de allí el sol nos golpeó en la cara y saqué con gesto decidido las gafas de sol. Se las puso ella. Ninguno preguntó hacia dónde nos dirigíamos. Ya lo sabíamos. Yo ya sabía qué era esto. Ella no tenía donde volver. No tenía donde caer muerta. Yo solo podía ofrecerle un colchón viejo y sucio a compartir conmigo y una pequeña televisión en el cuarto de estar que no sintonizaba cuando llovía. Pero no importaba. Fue como si los dos decidiésemos jugar a ese juego sin tener que discutir las reglas primero. Y además, ya tendría tiempo al día siguiente de preguntarme lo qué hacer. Por esa noche, solo por esa noche, fuimos héroes. Y por esa noche, solo por esa noche, decidí que en lugar de mi habitual dosis de caballo para dormir iba a llenar la jeringa hasta arriba de endorfinas, serotonina y dopamina, todo ello mezclado con mucho amor. Esa noche iba a cargar mi jeringa hasta los topes de amor.

Me anudo la garganta para no percibir el olor nauseabundo de mi coraza.
Y es que deberia lavarla pero hace tiempo que no me la quito ni para conciliar el sueño. Para eso uso el veneno...