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21 feb 2012

Media Verónica





Jamás conocí a nadie como ella. Media Verónica odiaba la soledad pero le gustaba estar sola. Siempre decía estar mal, o “tirando como siempre” como solía expresarse; pero siempre que estaba con nosotros era con una sonrisa en la boca. Siempre decía no estar triste si no era sola. Creía que era porque le daba muchas vueltas a todo estando sola. Yo ahora creo que era porque era directora, guionista y actriz; y se había reservado un papel en el que su personaje nunca estaba triste. Había que cumplir con el guión. Tenía un algo. No un algo que atrayese a los hombres, un algo que hacía que les dejase huella. Siempre conseguía que la amasen aquellos a los que ella no amaba. Aquellos a los que ella amaba sin embargo nunca la correspondían como ella creía merecer. No sabía si había estado enamorada montones de veces por lo romántico, idealista y sensible de su carácter; o ninguna, por lo cínico, racional y desengañado de su carácter. No sabe distinguir el amor de cualquier sentimiento. Odiaba sentirse prescindible. Lo repelía, con todas sus fuerzas. Prefería ser odiada que ignorada. También se daba cuenta de cuando la ignoraban a posta. Solían confundir su persona con su personaje, lo cual le dolía. Había quién tenía la teoría de que no podía sentir. A veces ella jugaba con esa teoría. A lo mejor no sentía y lo que ella hubo calificado como soledad y desamor en su día no fue más que el horror provocado por no sentirlos. Al fin y al cabo Borges decía que lo que nos empeñamos en calificar como amor no es sino el horror. Le gustaba esa ida porque la excusaba del daño que había causado. Como si fuese una especie de ángel enviado por la balanza universal para hacerlo a quién lo merecía o lo iba a merecer en un futuro. Era un pájaro espinado, más que un pájaro espino, y como tal, voló muy lejos.

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