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19 may 2011

Hope.

Y por mucho que mi mente me grite que no me haga ilusiones, que solo va a ser peor, que esto va a acabar como siempre...no puedo evitar hacérmelas. Lo necesito. Necesito volver a creer en que las cosas pueden cambiar. En que las podemos cambiar. Aunque sea un poquito. Que esta vez no, esta vez no podrán hacerse los sordos.

12 may 2011

Troubling



El problema es que todos se creen demasiado buenos en esta mierda. Y me preguntan: "¿Tú es que nunca descansas?". Y eso es lo que me da miedo. Que sí, que claro que voy a descansar coño. Cuando esté muerto.

Marta escuchó un ruido a su izquierda y sacudió la cabeza con fuerza para alejar sus pensamientos. Desde un largo pasillo un zombie tambaleante se dirigía hacia ella. Sonrió. Sería buena ocasión para probar su nueva adquisición. Se colocó la escopeta en la cadera y la clavó con fuerza para evitar que el retroceso la echara al suelo. No eran armas hechas para nadie que midiese un metro sesenta y pesase cincuenta kilos. Esperó a que el zombie se acercase más. Cuando estuvo a cinco metros le apuntó al pecho. El zombie era, o había sido, un hombre. Marta pudo adivinar por lo poco que quedaba de su cara y los jirones rubios de lo que antaño había sido su cabello que se trataba de un hombre guapo. Se imaginó la cara de tantos cerdos que le habían tocado el culo en el bar, contuvo la respiración y apretó el gatillo. No estaba preparada ni de lejos. La escopeta apenas tuvo retroceso, quizás porque era una versión muy moderna y porque a las armas de la policía las dotaban de una estabilidad especial. Aun así, nunca supuso que su poder destructor sería tanto a tan corta distancia. El pecho del zombie se hundió literalmente hacia dentro primero y después un agujero enorme apareció en su torso rezumando sangre oscura a borbotones. El zombie apenas tuvo espasmos en el suelo. Un solo disparo. Marta casi dio un salto de alegría. Estaba harta de tener que disparar al menos 4 o 5 balas a uno de esos hijos de puta para que muriese en paz. Escuchó un crujido a su izquierda y se quedó helada. Las décimas de segundo que tardó en volverse le parecieron años mientras rezaba porque el zombie estuviese lo suficientemente lejos. Estaba a dos metros. Apenas tuvo tiempo de fijarse en él o apuntar antes de apretar el gatillo. Sus dedos descompuestos estaban tan cerca que Marta casi podía sentirlos rebuscando en sus órganos. El disparo le acertó en el cráneo. El resultado fue como el de arrojar una gran y enorme sandía desde un quinto piso contra el suelo. El cráneo del zombie estalló en una lluvia de fluidos, sangre y lo que parecían trocitos de hueso. Marta cerró los ojos y respiró profundamente, intentando no llorar ni caer en un ataque de ansiedad. ¿Cómo había sido tan estúpida? Ni siquiera había asegurado la zona y se ponía a leer los últimos escritos de lo que probablemente a estas horas era un difunto. Un difunto desconocido como los miles que habría por toda la ciudad. Abrió los ojos y se movió con destreza hacia la puerta, intentando olvidar como por su piel resbalaban camino al suelo trozos de cerebro y hueso. Sobre todo se obligó a no pensar en cómo llevaría el pelo.

1 may 2011

Doble ración


-No sé, nunca me han ido los macarras, excepto tú-dijo ella-Ni siquiera sé porque seguimos viéndonos

-Yo sí sé porque quiero seguir viéndote-dije

-Y yo porque quiero seguir viéndote a ti-dijo ella-Pero, no sé, es solo que siento que no deberíamos

-¿Porque hacéis eso?-dije-Tu y todo el mundo hacéis lo mismo

-¿El qué?-preguntó Vanesa recostándose sobre el banco

-La razón y las emociones son diametralmente opuestas-dije-¿Por qué os empeñáis en mezclarlas? ¿No es más fácil hacer lo que te gusta sin pensar el porqué te gusta? No se puede mezclar razón y sentimiento. Solo provoca dolor.

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Me gustaría que hubieseis estado allí para contemplarlo. No con vuestros ojos si no con los míos. No con vuestro corazón y vuestra alma si no con mi corazón y mi alma. Arrojé la gabardina a un lado, dejé la espada en el suelo y las pistolas en el primer cajón de la mesilla. Y me senté en el borde de la cama. A mirarla. Yacía de lado, apenas tapada con la fina sábana y en ropa interior. Las luces del alba ya despuntaban por la persiana entreabierta. Su larga cabellera desparramada por el colchón y sus suaves y deliciosos muslos blancos. Su boca. Su respiración acompasada mientras dormía. Era la perfección. La perfección se llama Vanesa. Me quité el coletero y los pantalones y me metí a la cama.