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28 sept 2011

Dame más niña; dame más niña...

-¿Y porqué?

-Bueno-suspiró dando otra calada al cigarrillo impregnado en carmín-¿Sabes esa teoría sobre las relaciones? ¿La del afortunado y el conformista?

-Sí

-Pues me cansé de ser el conformista-dijo-Y he salido en busca de alguien que me haga sentir afortunado

26 sept 2011

Poniéndome tibio y pensando en verla.

Caminé y caminé con los ojos entornados bajo aquel sol cegador y destructor de almas. Rafa Pons cantaba aquello de “acabaré loco, da igual” en mis auriculares. Y entonces me la crucé, la miré, me miró y me eché a reír. Eso la descolocó un poco e hizo un gesto de incertidumbre. La verdad que yo no sabía tampoco muy bien por qué me había reído. Bueno, sí, quizás porque me había fumado el porro anti-resacas (que no había funcionado muy bien esta vez) apenas diez minutos antes. Pero eso no se lo iba a contar a ella. Me quité los cascos.
-¿De qué te ríes?-preguntó ella mientras sonreía.
-Verás, es que anoche salí de fiesta, y he dormido en casa de un colega. Y no llevo ni las gafas ni las lentillas-esa parte de la historia era cierta- Y cuando te he visto de lejos he pensado: “¿Será guapa?” pero luego me he dicho que jamás lo sabría porque no veía una polla. Pero conforme me he ido acercando a ti y te he visto más de cerca me he dado cuenta de que sí, tía, sin gafas ni nada es innegable, eres guapísima. Y me ha hecho gracia.
Después de eso me llevó a su piso y me contó que se llamaba Marta y otro montón de mierda que no me interesaba. Luego me llevó a su habitación y me hizo un montón de mierda que si me interesaba bastante.

21 sept 2011

Tango.



Y bailaba y bailaba sin cesar, mirándome a los ojos mientras se alejaba y acercaba intermitentemente. Y yo, que me iba con la mente a pedir un whiskey, o sencillamente al coche a largarme a casa, o a otra zona de la pista de baile. Con la mente. Los pies los seguía teniendo clavados al suelo. Mirándola.

20 sept 2011

SPAM

http://miputakasastudios.blogspot.com/
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14 sept 2011

Deus Ex Machina



Os escribiría mil cosas esta noche. A ti algo burlesco, contigo iría de chulo, contigo de aspirante a yonki, a ti quizás te pidiese perdón de una vez, a ti quizás al fin te perdonase. Escribiría mil cosas esta noche porque tengo el alma llena de luz de haberme quedado ciego tantas veces. Preguntan si creo en Dios y yo respondo bien alto que creo en las mujeres. Creo en el carmín difuminado en el pecho, en mirar el móvil nervioso antes de pulsar “enviar”, en las risas estúpidas y nerviosas, en un móvil que no suena, en un cenicero lleno de colillas, en pelarse de frío y acurrucarse para darse calor, en asarse de calor y acurrucarse para darse fuego, en esconder un chupetón tras una bufanda, en arrepentirse una y mil veces, en dar las gracias una y mil veces. Y sobre todo creo en el amor, y jamás se me ocurriría vincularle una palabra tan horrible y carente de verdadero significado como “eterno”. Creo en las drogas y en los estados de conciencia alterada, en meterse en los oídos de la pobre gente cuerda, en ir más allá, en atreverse a mirar donde nadie más se ha atrevido a mirar y cargar con ello, creo en la búsqueda de la verdad. Creo en la métrica, no creo en el mito. Creo en los que escuchan voces horribles gritándole cosas horribles sobre lo grande que debería ser. Y sí, algún estúpido incauto que cree que le deslumbraré con mis palabras me pregunta si creo en Dios, y yo respondo bien alto que creo en las mujeres.

12 sept 2011

Tu la carne, yo el verbo.


Contuve las nauseas mientras las violentas sacudidas de la tos me hacían arder el pecho. Por fin salió disparado de mi garganta a mi boca. Lo escupí al váter. Me repuse y me eché agua fría por la cara. Salí empuñando el porro y cogí mi sitio en el sofá. No me atreví a mirarla porque notaba que ella me estaba mirando. No paraba de mirarme fijamente desde que tomé parte en la conversación sobre la generación beat. Al fin y al cabo todo lo relacionado con la literatura o las drogas era mi especialidad. Y no para de mirarme con sus ojos azules y sus cabellos rubios de ardeparís y sus labios rojos como la sangre del cordero derramada en las arcas del tiempo y sus rastas y sus pechos y su voz dulce que puede recitar a Neruda de memoria. Y me siento incomodo. Me siento acongojado. Tengo pánico. Como si volviese a tener 16 años. Se supone que yo debería mirarla fijamente y ella rehuirme la mirada. Entonces me sentaría a su lado y le diría alguna de las estupideces que se me suelen ocurrir. Pero no. Es ella la que me mira fijamente y yo con esfuerzo sobrehumano levanto mis ojos inyectados en thc y le aguanto la mirada. Diez segundos, quince, veinte. Y no la aparta. La gente sigue hablando alrededor de la mesa pero es como si no existiesen. Solo nos miramos. Y es una mirada tan intensa que me hace arder por dentro. Es una mirada más intensa que muchos de mis encuentros sexuales. Tan intensa que me hace apartar la mirada y girarme a mirar a Juan.

-Tronco-me dice-Te está follando de mil maneras ahora mismo

-Mírala-le contesto-Y luego mírame a mí.

-No he dicho que tenga lógica-contesta- Solo que está pasando

Y siento unas ganas terribles de sentarme junto a su oído y susurrarle: “Amor, las palabras en realidad están vacías y el tiempo vuela y se escapa. Los nombres son insignificantes y todo lo humano está carente de sentido. La carne. La carne y el verbo amor mío. Eso es lo único que importa”
Pero me sigue mirando fijamente con esa mirada que parece ordenar: “Ven”. Y me tiene clavado de miedo en el sofá.

9 sept 2011

La espiral



Buscó el mechero de cuclillas e hizo pantalla con el dorso de su mano. Le costó tres intentos pero consiguió hacer arder la punta del canuto. En cuanto se levantó el viento desprendió toda una lluvia de chispas de hachís ardiendo hacia sus pantalones.

-Mierda-masculló el joven pescador-Puto viento

Volvió hacia donde estaban sus amigos. A pesar del tiempo no había levante y hacía mucho que no iba de pesca. Y dios, lo necesitaba. Se sentó en su silla de plástico y se acomodó el gorro. Cogió una lata de cerveza de la nevera y se la abrió, en cuanto le dio el primer trago le recorrió una sensación de: “Oh, sí, justo lo que necesitaba”. Volvió a la conversación, y media hora más tarde su caña empezó a agitarse violentamente. Se levantó corriendo y todos sus amigos le siguieron. Por la violencia de los tirones el maldito pez debía de ser una bestia. Dio un pequeño tirón y recogió un poco de sedal. La caña casi se le escapaba de las manos. Maldito pez debía ser enorme. Sonrío. ¿Qué sería? ¿Un lucio? ¿Una dorada? ¿Una lubina? No importaba. Eso solía ser lo de menos. Era la emoción de la conquista, la lucha pez-hombre, lo que le volvía loco. Y la lucha iba a su favor. Llegó ante el momento de la drástica decisión. ¿Daba otro tirón o soltaba un poco de sedal? Miró a sus amigos. Todos se encogieron de hombros.

-Es cosa tuya-dijeron.

Volvió la vista hacia el mar fiero y le sonrío con los colmillos del lado derecho de su boca. Dio un tirón. El hilo se rompió. El pez escapó.

-Mierda-masculló el joven pescador.

Lo había perdido. Se centró en la tarea de volver a preparar la caña y sus amigos volvieron a donde las sillas. Anudó el anzuelo y metió dentro una coreana. Al fin y al cabo eso era la emoción de la pesca. Seguir adelante. Lanzó el anzuelo y se fue a por otra cerveza mientras meditaba:

“Lo quiero todo o nada soy así de drástico"*

*Ceerre-La espiral

1 sept 2011

Flechazos Platónicos Repentinos



Las palabras bailaban ante los ojos de Pedro al ritmo de las vibraciones y traqueteos de la línea 21. Pedro era un sinfín de cosas, gestor de recursos en prácticas, bebedor de vino, amante taimado y sobre todo, desde toda la vida, Pedro era devorador de palabras. Ahora mismo estaba leyendo a Henry Miller en el trayecto de vuelta a casa. Un bache algo más grande de lo habitual provocó que Pedro se despertase de su embrujo justo a tiempo para tirar de la parte de debajo de la goma de sus calzoncillos con el objeto de disimular su erección. Miller siempre le ponía cachondo. Justo en frente de él había una joven con los cascos del ipod silbando mientras movía la cabeza. Le gustaba. Aunque últimamente le gustaba cualquier chica que no conociese. El problema era cuando llegaba la tercera o cuarta citas. Resultaba que todas eran un poco iguales. Incapaces de comunicarse con él a los dos niveles que él más importantes consideraba. La que podía entender su cerebro no podía entender su alma, y al contrario. Y la mayoría no entendían nada de nada. No es que con veinticinco años quisiese casarse y sentar la cabeza, pero una vez que descubrió que jamás tendría la vida nómada con la que siempre soñó y que a los editores no les interesaban los relatos cortos “plagados de corta y pega a Bukowski” no tuvo más remedio que admitir que no le gustaría morir solo. Y se puso a buscar a la mujer de su vida. El problema es que desde pequeño Pedro siempre había sido muy meticuloso y muy exigente en casi todas las facetas de su vida, quizás hasta un tanto neurótico, aunque últimamente el Diazepam calmaba eso por alguna razón que ni comprendía ni quería comprender. La chica de los cascos se fijó en la portada de su libro y luego en él y sonrío. Luego giró la cabeza para mirar por la ventana mientras seguía sonriendo. A Pedro el corazón se le paró una décima de segundo. Algo imperceptible para él pero que aún así le produjo una especie de shock. Él los llamaba sus “flechazos platónicos repentinos”. Se perfiló una imagen de la chica. Estaba escuchando a Louis Armstrong, concretamente su maravillosa versión de “La vie en rose”. Le gustaba tararearla mientras hacía el desayuno y sería lo primero que oiría Pedro al día siguiente cuando se despertase. A ella haciendo el desayuno y tarareando “La vie en rose”. Lo que le obligaría a quererla durante el resto de la eternidad. Le gustaba Miller, eso era evidente, pero en su pequeño bolso de mano llevaba una edición muy vieja y sobada de “Báilame el agua”, llena de pequeñas anotaciones y subrayada una y mil veces. Era tímida pero tenía una gran fuerza interior. Le gustaba el mar, pero también la montaña. Y la lluvia, le encantaba la lluvia. Tenía un gato, quizás incluso dos. Pedro se sonrío a sí mismo. Lo más probable era que en realidad en su bolso solo tenía artículos de maquillaje. Solo había visto la película de “Báilame el agua”, pero no había leído el libro. Y dios, estaba escuchando Beyoncé. O quizás no. No perdía nada por averiguarlo y a lo mejor hasta se acostaba con ella esa noche. Se decidió por entrarle con confianza y sin miedo, a saco, si se asustaba…bueno, “lo quiero todo o nada soy así de drástico” pensó. Levantó la vista justo a tiempo de verla bajarse en la parada del autobús. Tarde, otra vez es tarde. Pedro decidió que en cuanto llegase a casa se prepararía un buen baño caliente y se haría una paja. Y volvió a Miller.