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24 nov 2011

Mad World

La gente es gilipollas. Eso yo ya lo sabía. Pero joder, no sabía que hasta tal punto. A veces no entiendo como es posible que yo vuelva de mear y no tengas a todos los tíos del bar alrededor intentando invitarte a una copa. A veces quiero gritarles los ciegos que están. Pero luego sonrío y doy gracias porque yo te veo.

21 nov 2011

some day

No todo se resume en tener buenas cartas. A veces uno tiene un par de ases, y se emociona, se nubla. El tipo de enfrente solo tiene un 3 y un 6 de picas. Pero si el azar quiere que las cartas que se revelen en la mesa sean tres picas...de poco te sirve una pareja de ases.



Y algún día, si llega, y esperemos que sí, te tendré frente a mi. Y yo seré muy distinto a como soy ahora. Seré un hombre. Un hombre sin miedo. Y lo primero que oirás de mi boca te sonará a excéntrica locura pero llegarás a comprenderlo. Te llamaré Salomé, Akasha, Holly, Lilith, Venus... Algún día te tendré delante y lo primero que te diré, antes siquiera que mi nombre será:

-Te he estado esperando

18 nov 2011

Sus ojos no han vuelto a brillar.



Han pasado muchas cosas en estas treinta y seis horas que hace desde que Rafa vio al primer infectado. Pero no son relevantes. Lo relevante es que ahora está parado frente a la puerta entreabierta de su hogar. Aún no tiene esa pinta de vagabundo que tenía cuando Marta lo conoció. En sus ojos aún había brillo y determinación. Brillo que no se ha apagado ni ahora, mientras cierra los párpados y suspira. Da un primer paso dentro de la casa, intentando no reparar en el nauseabundo olor que en ella se respira. Le sudan las manos. Se las limpia como puede en la camiseta y revisa por décima vez en los últimos cuatro minutos la 9mm que ha conseguido de un coche patrulla. Avanza lentamente por el pasillo de su casa, agudizando el oído. No le sirve de mucho porque el sonido de los pasos arrastrándose tras él se manifiesta de pronto. Sin crescendo. Solo aparece. Se gira rápidamente apuntando con el arma. Sus labios se mueven pero su garganta no emite ningún sonido. Está intentando decir mamá. Aunque la criatura que tiene delante conserva poco de su madre. Ha estado preparándose mentalmente por si llegaba este momento, pero no le sirve de nada. La pistola resbala de su mano y cae al suelo. La recoge torpona y pesadamente y empieza a retroceder. Debería hacer algo más que mirar al zombie de su madre directamente a los ojos y dar pasos hacia atrás. Sobre todo sin mirar por encima del hombro en busca de posibles peligros. Pero no puede. Ya no puede ni intentar balbucear. ¿Qué creéis que pasa por la mente de Rafa? Tiene que ser jodido. Yo, como narrador os puedo desvelar que no está pasando nada. La mente de Rafa está en blanco. Solo se escucha un zumbido estático, como si se hubiese estropeado. Como si no pudiese procesarlo y hubiese preferido desconectarse. Al final Rafa acaba con la espalda contra la pared, con los ojos inundados en lágrimas pero abiertos en un gesto entre locura y miedo. Cuando acierta a ver que tras su madre se acerca algo con los cabellos rubios muy largos casi se colapsa del todo en un grito de angustia y se arroja a sus brazos para unirse a ellas. Pero no puede hacerles esa putada. Les debe mucho. A lo largo de su vida Rafa no ha sido precisamente un chico modelo. Eso se acabó. Hay responsabilidades que un hombre no desea pero que tiene que asumir. Así que al final las lágrimas se cortan y el brillo en los ojos de Rafa muere. Su brazo derecho parece venir de Indonesia. El tiempo se le hace tan lento que es espeso y flota en el ambiente. Podría llegar a cortarlo con una cuchara. Al final logra que su brazo derecho apunte a la cabeza de su madre y que su mano izquierda agarre con fuerza la culeta del arma para ayudarle a acertar. Lo hace. No es el odio lo que mueve el mundo. O lo movía. Fue el amor. Rafa tenía la pistola cargada de amor por su madre, los dientes crispados de infinita bondad y apretó el dedo como el que besa a su amada en la frente para despedirse de ella eternamente. La bala que sale de la pistola solo lleva amor para su madre. Aún así le atraviesa el globo ocular derecho, produjendose una pequeña explosión de fluídos que Rafa no puede evitar ver. Es sucio. Es desagradable. Pero la bala alcanza el cerebro y su madre se desploma de espaldas. Sin más. Rafa reza porque no le den espasmos, como a otros infectados. No le dan. En cuanto toca el suelo el cuerpo sin vida de lo que fuese su madre parece estar en paz. Excepto por los flujos cerebrales que manan a través del agujero de salida de la bala. Con toda la fuerza del mundo Rafa se fija en su pobre Amanda. Su petit-suisse. Su princesa. La "ñaja". Sus cabellos rubios seguían teniendo su belleza, pero estaban cubiertos de polvo de haber sido arrastrados por el suelo durante horas. Tenía las piernas parcialmente devoradas y avanzaba clavando los dedos en el suelo y arrastrándose. Rafa escuchó el crujido de sus mandíbulas abriéndose y cerrándose compulsivamente. Llevaba el codo derecho al aire, con toda la piel de alrededor hecha jirones. Parecía que la hubiesen pelado como a un plátano. Su hermana sigue acercándose e intenta apuntarle y volver a disparar. Cuando de repente su hermana se para al lado del cadáver de su madre y empieza a comer compulsivamente a través del agujero de su cabeza. A sorber. Como si fuese un melón. Conozco a Rafa, mucho más que vosotros además. Y puedo deciros que el verdadero Rafa hubiese vaciado el cargador sobre su hermana mientras gritaba y lloraba de asco, rabia y pena. El antiguo Rafa se hubiese colapsado, hubiese entrado en uno de sus ataques y palo en mano se hubiese lanzado a matar zombies hasta la muerte. Pero el nuevo Rafa dispara dos veces a su hermana. Una en el cuello y la otra en la nuca. Se escucha un leve gemido y el zombie muere. Recarga el arma y pasa por encima de los cadaveres procurando no pisar la sangre y los sesos desperdigados por toda la tarima. Rezando porque su padre y su hermano estén muertos. Sus ojos no han vuelto a brillar.

15 nov 2011

Perdí el gorro.


-No te ates a un perdedor-le dije

Aquella noche llovía. Pero de verdad. De esa lluvia que empaparía los huesos del alma si el alma tuviese huesos. Ella quería golosinas. Y a mí solo me quedaban de esas dulces que, justo al llegar al centro, desprendían un líquido amargo que te hacían tragar. Y ahí estaba yo, con mi gorro y mi cigarro, resguardado en un cajero con techo. Ella estaba fuera, empapándose, a pesar de que yo tenía las zapatillas tan llenas de agua que me pesaban al caminar. Le encantaba dar vueltas y hacer el idiota bajo la lluvia. Y a mí me encantaba mirarla mientras lo hacía. Me encantaba ver las gotas de lluvia resbalar por sus párpados mientras le caían chorretes de rímel. Me encantaba porque siempre los abría y me helaba el corazón con esos ojos de hielo que tiene.

-¿No quieres plomo en tu caída?-preguntó mientras daba vueltas

Me habló de plomo sin saber los kilos que llevaba a la espalda. Su amor cayó sobre mí como una losa. La conocí borracha. Yo iba muy borracho también, pero no es resaltable. La conocí porque la observé durante minutos escondido en un refugio mientras ella danzaba bajo la lluvia. Al principio pensé en lo fácil que sería ligarse a una chica que bailaba bajo la lluvia a esas horas de la madrugada que yo suponía y no quería conocer. Pero cuando salí de mi refugio presto a abordarla me quedé petrificado en mitad de la calle. Me miró a los ojos. Y me heló. Sin más parafernalia. Sin aviso. Esa primera vez que me miró a los ojos me heló tanto que decidí que jamás volvería a follarme a nadie que no fuese esa desconocida. La primera vez que noté el carmín de sus labios en un canuto decidí que jamás volvería a besar a nadie que no fuese ella. Cuando me besó sentí que algo en mi interior se helaba del todo. Y mi corazón me dijo muy serio que jamás volvería a amar a otra mujer.

-Hablo enserio-le dije-No cometas ese error. No te ates a mí.

Ella se enfadó. Muchísimo. Era fácil saber cuándo se enfadaba porque el hielo de sus ojos me quemaba en lugar de helarme. Se acercó a mí y me quitó el gorro con mucha violencia. Después lo tiro fuera del techo del cajero. Hacia el suelo mojado.

-Ahora vienes y te mojas conmigo-me dijo-Estúpido. Que solo me dices estupideces.

Salí. Llovía demasiado. El cigarro se empapó tanto que se destrozó y finas hebras de tabaco empezaron a caer al suelo. Yo lloraba porque quizás era la última vez que la veía en la vida. Hablaba totalmente enserio. Mi decisión era firme. La quería demasiado. Demasiado para retenerla. Demasiado para obligarle a ahogarse conmigo. Ella podía respirar bajo la lluvia. Yo no. A mí me ahogaba casi cualquier cosa.

-No puedo darte todo lo que mereces-le dije sin atreverme a mirarla. No quería que se diese cuenta de que yo lloraba.

-¿Y qué merezco?-preguntó ella hecha una furia- ¿Un chico que me recoja en el portal de mi casa con el pedazo de coche que le ha pagado su papá? ¿Un chico que presentar a mis padres sin miedo porque sé que lo adorarían? ¿Una buena nómina? ¿Reuniones con el jefe para comer? ¿Domingos soleados haciendo barbacoa en casa de los suegros mientras los críos corren de aquí para allá?

-Y, ¿por qué no?-le dije yo- Eres la mujer más maravillosa que he conocido en mi vida, pero ni tú podrías salvarme del abismo que me acompaña a todas partes. Susurrándome que me lance a él.

Me besó fugazmente en los labios.

-Cada vez que digas una estupidez te voy a dar un beso-sentenció ella-No pienso escuchar tus tonterías. No esta noche.

-Eso no es justo-le dije

Me besó.

-Claro que no es justo-dijo abriendo los brazos- Pero estamos en la lluvia y aquí dicto yo las reglas.

-Deja las estupideces románticas para otro momento, creo que deberías pensar en lo que te estoy dicien…

Me besó.

-Huye, ahora que aún pue…

Me besó.

-¿No te das cuenta? Yo jamás te voy a poder ofrecer paz.

Me besó. Me acerqué más a ella. Hasta juntar la punta de nuestras narices.

-Te quiero-le dije

-Y yo a ti-me dijo - Te quiero tanto que me lates en el corazón. Te quiero tanto que cuando no estás me duele el alma porque la siento incompleta.

-No voy a ganar mi guerra contra la vida-le dije

-Yo no quiero ganar-me dijo besándome en la oreja- Yo lo que quiero es bailar eternamente bajo la lluvia contigo.

Y nos marchamos cogidos de la mano buscando una fuente en la que bañarnos desnudos. Desde entonces intento decirle la mayor cantidad de estupideces al día que puedo. Para así recibir todos sus besos a cambio. Ah, y perdí el gorro.

10 nov 2011

Him.


Reúne todos los tópicos en un solo cuerpo. El típico poeta maldito con la típica actitud de estrella de rock. Escribe. Prosa, poesía, música, ensayos, artículos. Que más le da. Él escribe. Siempre fue el adolescente que soñaba con no crecer nunca sin darse cuenta de que lo había hecho antes de tiempo. A medio camino entre chico sensible que va de duro y chico duro que va de sensible. Siempre jura que nadie lo entiende. Y yo en realidad creo que el que no se entiende es él. De aquí a allá todo el rato, sin parar por ningún sitio demasiado tiempo. Siempre se obligó a auto-cortarse las raíces. Se le escapaba el tiempo entre las manos y eso le atormentaba hasta el punto de no dejarse dormir a sí mismo. Nunca había soñado con tener alas, él ya nació con unas pegadas al cuerpo. Hay gente que tiene escarceos con las drogas. Él no. Él las convirtió en su pasión, en su vida. Y le gustaban las mujeres. Ya sabéis lo que os digo. No el sexo. Las mujeres. Las amaba. En todas veía algo y por todas perdía la cabeza. Yo llevaba un año sin verlo cuando simplemente llegó al garito de Neda, entró y se sentó en el sillón con una sonrisa como si nada a hacerse un porro. Con total confianza. Era de esos que lo cogían todo y lo daban todo.

-Eh, tú-le dijo el Chino desde el otro lado del sillón-Pásate el puto porro ya hombre.

Ah, sí. Y siempre se apalancaba el puto porro.

8 nov 2011

No te preocupes niña


Se acerca con una sonrisa de oreja a oreja. Desnudo y con un cuchillo en la mano. Yo estoy atada. También estoy desnuda. Intento cerrar los ojos y pensar en cosas bonitas. Pero estoy como drogada, cuando cierro los ojos me dan náuseas. Recuerdo lo que decían los periódicos sobre cómo los criminólogos creían que al “asesino de la cicatriz” le excitaba sexualmente el sufrimiento y el dolor de otras personas. Así que intento no hacer ningún ruido, ni llorar, mientras él se acerca con su pene flácido colgando. Él ríe al observar mi cara de neutralidad.

-No te preocupes niña-me dice con una voz extrañamente cálida- Acabarás gritando.

3 nov 2011

Eterno.


Gotas perladas de sudor del tamaño del puño de un bebé resbalan por mis sienes. Por fortuna llevo la gorra puesta y nadie puede darse cuenta. Vuelvo a mirar mi mano: El siete de picas y el siete de tréboles. La ciega está a cinco euros. Yo meto diez. Ya solo quedamos tres jugadores. Esta jugada va a ser definitiva. Los otros dos jugadores van.

Salen tres cartas. El tres de corazones, el cinco de corazones y el siete de rombos. Me tiembla el pie izquierdo pero eso queda lejos del alcance visual del resto de la mesa. Meto otros diez. Los otros dos lo ven. Ninguno sube. El croupier quema una carta y saca otra.

La dama de picas. Mierda de carta. Miro a los otros dos jugadores y sus miradas me trasmiten que esa carta tampoco les interesa. Meto otros diez. Uno lo ve. El otro sube otros diez. Lo miro fijamente evaluando las posibilidades. O va a por el color o tiene dos damas. O es un farol. En cualquier caso tengo un puto trío de sietes así que lo veo. El otro también lo ve.

El siete de corazones. Casi salto de la silla. Evalúo las posibilidades intentando parecer neutro. Es obvio que al menos uno de los dos lleva color. Pero lo que ellos no saben es que yo llevo dos putos sietes entre las manos. Un póker. Están jodidos. Así que se lo digo:

-You ‘re fuck.

Y meto mi all-in. A tomar por culo. Que se salgan de la mano, con los 120€ que hay en la mesa ahora mismo la partida es mía. Aparte yo he metido otros 30, todo lo que me quedaba. Uno de ellos arroja las cartas encima de la mesa. Miro lo que le queda en su montón. Unos 40 euros. No importa. No es rival entonces. El otro sonríe y mete los otros 30 que le quedan. El bote de la mano asciende a 180 pepinacos alemanes.

La cosa está que arde. Uno de los dos se marchará de la partida, el otro, probablemente quedará primero. Aquí, en esta casa, no les gustan las mariconadas. Un 80% para el primero, un 20% para el segundo. El tercero no se lleva nada. Excepto el amargo sabor de la derrota y la impotencia al llegar a casa.

El otro jugador gira una carta. Los segundos que tarda en girarla me parecen horas. Horas en las que pienso qué haré con el dinero. Para empezar esta noche voy a pillar medio gramo y una botella de JB para mi solo. O, qué cojones, una de cacique 600. El leve, levísimo, ruido de su carta al girarse me saca de mis pensamientos. Un cuatro de corazones. Es como si alguien me tirase un piano. Noto como, involuntariamente, me estoy plegando sobre mí mismo y me estoy resbalando por la silla. Giro mi carta. Un siete. Se produce un gemido de expectación general. Yo ni me acordaba de que aquí había más gente. Él va a girar su última carta. Yo rezo a todos los dioses que conozco. No puede ser en cualquier caso. El tipo como mucho llevará…no sé, el as de corazones o cualquier mierda. Un color. Me lo follo. O quizás lleva un seis, pero no el de corazones. Escalera. Impresionante, desde luego. Pero también me lo follo. Es lo que tiene el póker. Al final no importa lo bueno que seas, ni lo bien que leas las emociones, ni como controles las tuyas, ni siquiera las probabilidades que manejes. Al final todo es azar.

Y el hijo de perra sonríe con todos sus dientes de alemán mal parido mientras la gira. El seis de corazones. Escalera de color. Me dice algo en alemán pero no lo entiendo. Supongo que me ha recordado que soy yo el que está jodido. Si hay algo fascinante con respecto al juego en general, antes que ganar, es perder. Quién se haya jugado sus últimos treinta euros y los haya perdido me entiende. Salí de allí en una nube. La gente me hablaba pero yo estaba pálido y no entendía a nadie. En un acto de caridad cristiana un compañero de clase, el polaco, me pasó una L a medio fumar y me instó a que la terminase. Él sabía cómo de jodido estaba yo. Salí a la calle y anduve mecánicamente. No sabía a dónde ir. Hice acopio de toda mi voluntad y miré el calendario de mi móvil. Estábamos a día 14. Mi viejo me ingresaba dinero cada día 31. En el cajón de mi piso aún me quedaban cien pavos de la beca. Tenía que sobrevivir en Berlín 17 putos días con cien pavos. Hice cálculos. Eso hacía un total de 5’80 euros al día. Un puto paquete de tabaco valía más. Estaba muy muy jodido.

Fugaz.

-Y al final resulta que sí soy un cerdo-dijo mientras vaciaba medio quinto por su garganta-No un niñato, ni un hijo de puta, solo un cerdo.

-Coño-le espeté-¿Y eso?

-Se supone que sí que estábamos juntos

-¿Y cúando habíais llegado a esa conclusión?

-Oh-me contestó-Eso es lo más gracioso de todo. Solo lo sabía ella.

Me eché a reír a carcajada limpia.

-Ha sido la relación más fugaz de mi vida-siguió relatándome- Ha terminado 3 minutos después de enterarme que la tenía.