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15 nov 2011

Perdí el gorro.


-No te ates a un perdedor-le dije

Aquella noche llovía. Pero de verdad. De esa lluvia que empaparía los huesos del alma si el alma tuviese huesos. Ella quería golosinas. Y a mí solo me quedaban de esas dulces que, justo al llegar al centro, desprendían un líquido amargo que te hacían tragar. Y ahí estaba yo, con mi gorro y mi cigarro, resguardado en un cajero con techo. Ella estaba fuera, empapándose, a pesar de que yo tenía las zapatillas tan llenas de agua que me pesaban al caminar. Le encantaba dar vueltas y hacer el idiota bajo la lluvia. Y a mí me encantaba mirarla mientras lo hacía. Me encantaba ver las gotas de lluvia resbalar por sus párpados mientras le caían chorretes de rímel. Me encantaba porque siempre los abría y me helaba el corazón con esos ojos de hielo que tiene.

-¿No quieres plomo en tu caída?-preguntó mientras daba vueltas

Me habló de plomo sin saber los kilos que llevaba a la espalda. Su amor cayó sobre mí como una losa. La conocí borracha. Yo iba muy borracho también, pero no es resaltable. La conocí porque la observé durante minutos escondido en un refugio mientras ella danzaba bajo la lluvia. Al principio pensé en lo fácil que sería ligarse a una chica que bailaba bajo la lluvia a esas horas de la madrugada que yo suponía y no quería conocer. Pero cuando salí de mi refugio presto a abordarla me quedé petrificado en mitad de la calle. Me miró a los ojos. Y me heló. Sin más parafernalia. Sin aviso. Esa primera vez que me miró a los ojos me heló tanto que decidí que jamás volvería a follarme a nadie que no fuese esa desconocida. La primera vez que noté el carmín de sus labios en un canuto decidí que jamás volvería a besar a nadie que no fuese ella. Cuando me besó sentí que algo en mi interior se helaba del todo. Y mi corazón me dijo muy serio que jamás volvería a amar a otra mujer.

-Hablo enserio-le dije-No cometas ese error. No te ates a mí.

Ella se enfadó. Muchísimo. Era fácil saber cuándo se enfadaba porque el hielo de sus ojos me quemaba en lugar de helarme. Se acercó a mí y me quitó el gorro con mucha violencia. Después lo tiro fuera del techo del cajero. Hacia el suelo mojado.

-Ahora vienes y te mojas conmigo-me dijo-Estúpido. Que solo me dices estupideces.

Salí. Llovía demasiado. El cigarro se empapó tanto que se destrozó y finas hebras de tabaco empezaron a caer al suelo. Yo lloraba porque quizás era la última vez que la veía en la vida. Hablaba totalmente enserio. Mi decisión era firme. La quería demasiado. Demasiado para retenerla. Demasiado para obligarle a ahogarse conmigo. Ella podía respirar bajo la lluvia. Yo no. A mí me ahogaba casi cualquier cosa.

-No puedo darte todo lo que mereces-le dije sin atreverme a mirarla. No quería que se diese cuenta de que yo lloraba.

-¿Y qué merezco?-preguntó ella hecha una furia- ¿Un chico que me recoja en el portal de mi casa con el pedazo de coche que le ha pagado su papá? ¿Un chico que presentar a mis padres sin miedo porque sé que lo adorarían? ¿Una buena nómina? ¿Reuniones con el jefe para comer? ¿Domingos soleados haciendo barbacoa en casa de los suegros mientras los críos corren de aquí para allá?

-Y, ¿por qué no?-le dije yo- Eres la mujer más maravillosa que he conocido en mi vida, pero ni tú podrías salvarme del abismo que me acompaña a todas partes. Susurrándome que me lance a él.

Me besó fugazmente en los labios.

-Cada vez que digas una estupidez te voy a dar un beso-sentenció ella-No pienso escuchar tus tonterías. No esta noche.

-Eso no es justo-le dije

Me besó.

-Claro que no es justo-dijo abriendo los brazos- Pero estamos en la lluvia y aquí dicto yo las reglas.

-Deja las estupideces románticas para otro momento, creo que deberías pensar en lo que te estoy dicien…

Me besó.

-Huye, ahora que aún pue…

Me besó.

-¿No te das cuenta? Yo jamás te voy a poder ofrecer paz.

Me besó. Me acerqué más a ella. Hasta juntar la punta de nuestras narices.

-Te quiero-le dije

-Y yo a ti-me dijo - Te quiero tanto que me lates en el corazón. Te quiero tanto que cuando no estás me duele el alma porque la siento incompleta.

-No voy a ganar mi guerra contra la vida-le dije

-Yo no quiero ganar-me dijo besándome en la oreja- Yo lo que quiero es bailar eternamente bajo la lluvia contigo.

Y nos marchamos cogidos de la mano buscando una fuente en la que bañarnos desnudos. Desde entonces intento decirle la mayor cantidad de estupideces al día que puedo. Para así recibir todos sus besos a cambio. Ah, y perdí el gorro.

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