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28 dic 2015

Un ejército de marginados

La primera vez que vi al Basi, yo venía del Mercadona. Esa vez estuve realmente cerca pero, tras cinco minutos dando vueltas en la puerta, finalmente me di media vuelta sin entrar. Volví todo el camino a casa clavándome las uñas en las palmas de las manos. Mordiendo la bufanda. Maldiciendo tres veces cada vez que maldecía. Y sin pisar las baldosas rojas. El Basi estaba cruzando hacia su casa aunque, claro, yo eso aún no lo sabía. Andaba de una forma exageradamente forzada, adelantando mucho más su pierna derecha que la izquierda. Le gritaba a alguien al otro lado de la acera. Supuse que imitaba a algún deficiente que había visto en la televisión, para deleite de sus colegas. Aunque sus colegas no parecían reírse. A mí no me gustó, porque siempre he creído que la sociedad actual abusa demasiado del término “retrasado”. Y de las burlas. Así que seguí mi camino diciendo en voz baja: “gilipollas, gilipollas, gilipollas.” Una, dos, tres veces. Como siempre. Entré a la panadería mirando fijamente al suelo pero había cola así que fingí que miraba el móvil y salí fuera. Di tres vueltas a la manzana (una, dos, tres) y volví a entrar. No había nadie, así que pedí.

La segunda vez que le vi fue en la panadería. Yo quería comprar pan porque me apetecía cenar bocadillos. Tres bocadillos. Uno, dos, tres. Siempre los preparo igual, de salchichón, jamón y queso. Uno con tres lonchas de salchichón, luego las de jamón y por último las de queso. Luego otro con las del jamón, el queso y el salchichón. Por ese orden. Y el último queso, salchichón, jamón. La gente piensa que soy raro, pero realmente aprecio la diferencia entre los tres. Uno, dos, tres. De todas formas, siempre he creído que la sociedad actual abusa demasiado del término “loco”. Y de la condena. El caso es que estaba mirando al suelo cuando entró, charlando un poco con Enrique, el panadero. El Basi vino directo a mí, aún no sé por qué. Me miró buscando mis ojos. Le rehuí. Se agachó un poco incluso, para mirarme directamente a la cara. Me sentí invadido. Cohibido, cohartado, indefenso. Eso es, indefenso, indefenso, indefenso. Pero a una parte de mí le gustó mucho, aún no sé por qué. Era la primera vez que alguien rompía mi zona de confort en años.

La tercera vez fui yo quien levantó la cara para mirarle directamente a los ojos. No sé cuánto hacía que no miraba a un desconocido a los ojos. Los ojos. Uno, dos, tres. Me di cuenta entonces de que el Basi no estaba bromeando aquel día, cuando cojeaba y gritaba casi inentendiblemente. Me contó que iba a la escuela de aquí al lado. Que compraba siempre en la misma panadería que yo porque su abuela también compraba allí. Que tenía 15 años aunque pareciese más jóven y que sus profesores creían que, si se esforzaba, podría llegar al instituto. No sabía si el Basi no iba a algún centro de Educación Especial porque su familia no tenía dinero o si eran gratis o si así lo habían decidido o yo que sé. Tampoco le pregunté. Me pidió que le acompañase a la panadería y me sorprendí aceptando de buen grado.

Desde entonces nos vemos regularmente. Por la tarde, cuando baja al parque a ver como juegan al fútbol el resto de niños de su edad. Yo me siento con él en el banco y miro como los hombres de mi edad pasan a toda prisa, fumando y gritando al móvil. Pero hoy ha sido especial. El Basi no me pregunta por qué he llorado un poco pero es consciente de que hemos hecho algo mucho más importante que comprar un pack de 3 napolitanas de chocolate en el Mercadona. Una, dos, tres. Es la primera vez que he entrado al Mercadona en mi vida desde que mamá se fue. Me voy a esforzar porque no sea la última, y, algún día, me juro, entraré sin el Basi. Pero ahora sólo estoy pensando en que es una lástima que esta tercera napolitana no la aproveche nadie. Que necesitamos otro amigo. No, decenas de ellos. Copar los bancos de los parques y sentarnos a mirar palomas y reír y tomar el sol. Como hacen todos los otros. Crear un ejército. Un gran y magno ejército de marginados. Con la única intención con la que se debería formar un ejército: que nadie esté solo. Que los locos, los retrasados, los raros, nos acompañemos los unos a los otros incluso a comprar el pan a la panadería.

25 dic 2015

198: La capitalización del cambio.















¡Compren la revolución! ¡¡Compren, compren!! ¡A un módico precio!

Que el capitalismo siempre encuentra la forma de absorberlo todo, como un agujero negro que se expande y se expande, no es precisamente una tesis que se acabe de confirmar. Desde las camisetas del Che a los recopilatorios de fanzines pseudo-anarcas que se editan en un gran libro con páginas muy chulas y se venden a 20 pavos. Por eso, cuando hace un tiempecito descubrí la marca de ropa 198, no me escandalicé demasiado. Al fin y al cabo es la misma mierda de siempre, pero para otra “clase social”. Tampoco me sorprendió ver meses más tarde que tenían algo que ver con los polémicos Chikos del Maíz (de los que no me cansaré de repetir que jamás he visto en una rave del Viña, por mucho que digan) porque ellos mismos hundieron su propio discurso hace demasiado. Pasar de criticar temas como “botines” o decir literalmente en tono crítica a otros raperos: “¿Habláis contra el capitalismo en canciones con sudaderas de 20 talegos?” y que luego venga el Nega a presumir de gafas habla por sí solo.

O esa manía de situarse en corrientes feministas para luego vacilar en sus temas de que se la chupan en el baño, o hablar de su polla. O cómo cuando Nega hizo una canción en apoyo a las trabajadoras sexuales a cambio de una cena con una compañera de La Tuerka. ¿Que poco patriarcal eso, eh? La pelea con Ciniko...en fin, todos sabemos ya de qué palo van y muchos seguimos disfrutando de sus conciertos sin que nos importe. Al fin y al cabo yo no me voy de festival a sentirme un revolucionario, precisamente. Pero no me quiero cebar con ellos porque ya les dieron un buen repaso en este artículo de Demokrazia Zero.

Lo que me ha sorprendido (bueno, tampoco tanto) ha sido ver a gente de Podemos lucir con orgullo la ropa de 198. La ropa, para quien no la haya visto, es fea, clasista y carísima. Son polos tipo Tommy Hilfiger con un romano dibujado en el pecho. La misma mierda de siempre, pero con otro collar. La casta de la izquierda, que también existe, vendiendo su modelo para sustituir al de derechas, cuando ambos no son si no lo mismo. El Madrid y el Barça. Lo más indignante del tema es cómo venden su ropa en la web:

“198 es una marca de ropa con significado. Es una marca de ropa de todos aquellos que saben que el cambio es necesario y pelean con alegría por ello. Entre las muchas cosas que reivindica esta marca están la Educación universal, laica y gratuita, el derecho a una vivienda digna, sanidad gratuita y universal, y la libertad de expresión".

Que alguien me explique como una marca “reivindica” la educación universal y el derecho a una vivienda digna. ¿Escribiendo cuatro líneas de mierda en la web de la home? Se auto-denominan una marca con conciencia social, pero ellos mismos admiten que no fabrican sus prendas en España. Pero qué pollas. Hay que ser subnormal para comprarse una mierda hortera y pagar 30 euros por ella y creerse que está uno apoyando la revolución.

La propia marca vende exclusividad e identidad, como el resto de marcas pijas del mundo. Compra 198, los tuyos te reconocerán por la calle. Compra 198, será tu seña de identidad. Compra 198, clama en tu ropa lo que piensas. Compra. Compra. ¡¡COMPRA!! ¡¡Compren la revolución a un módico precio!!

Bendito capitalismo, que acabas transformándolo todo en una broma grotesca de la que nadie tiene cojones a reírse.

23 dic 2015

A favor de la subjetividad I


Anónimo (no es realmente anónimo, claro) me envía mensaje por el Facebook. Entre otras muchas quejas de niño llorica de 15 años al que le han dicho que “esa redacción está muy bien pero…”, me acusa de haber escrito una crónica subjetiva. La crónica en cuestión empieza literalmente por la palabra “YO”. Crónica. Yo. Subjetivismo. Pues muy bien, seguimos para el Nobel si os place.

El mismo rapero anónimo en cuestión, que se las ha dado en no una ni dos ni tres si no en cientos de ocasiones de ser el mejor y único verdadero poeta de España vivo (sí, tal afirmación merece capítulo aparte y es mejor no comentar) se dedicó también a esparcir mierda sobre un servidor y el periodismo en general por Twitter.
Por ello veo surrealista tener que llegar al punto de romper una lanza por el subjetivismo. Porque aquellos periodistas que os parecen tan experimentales y horribles, que hablamos de por qué esta canción nos gusta más que otra o de nuestro entorno y circunstancias somos los únicos que no os engañamos. Puede que haya tontos que se escuden en la imposible y malograda búsqueda de la objetividad o en ranciofacts estilo “lo más objetivo posible” pero esa forma de hacer las cosas está, gracias a dios, destinada a desaparecer. Relegada a información de consumo rápido como la económica y la política (no por ello despreciables, ni mucho menos).
En la era de los Millennials algunos tenemos que soportar que nos espeten cosas como “pues será tu opinión” o “no entiendo por qué crees que la gente va a estar de acuerdo con lo que piensas”. Que te follen. Claro que es mi opinión, pedazo de ignorante estúpido. ¿Cómo va a ser otra cosa salvo mi opinión? O mi favorita, la de “pero es que os creéis Tom Wolfe o qué”. Tom Wolfe no era nadie hasta que no empezó a escribir como Tom Wolfe, gilipollas. Si no te interesa lo que yo tenga que decir sobre algo, me parece muy bien, simplemente sal de mi artículo y entra en cualquier otro de otra persona que también vino al mundo entre sangre y confusión, y probablemente lo dejará igual, sin puta idea de lo que ha ocurrido en medio. O iros a leer a jefes de secciones de cultura, como Jam Albarracín, que llevan 20 años sin decir nada malo de ningún artista (por eso, entre otras cosas, son jefes de secciones de cultura.

Perdonad porque quizás el tono del artículo os suene un poco enfado. Soy un ser de carne y hueso y estoy enfadado. Y eso influye en lo que escribo y en cómo lo hago. Pedid mi cabeza por ello si queréis.
De todos modos, nunca quise ser periodista.

10 dic 2015

Votar a la derecha no te hará rico




Te hablo a ti porque estoy harto de verte en el pueblo. Con esos andares absurdos, con las piernas demasiado abiertas, como si tuvieses las gónadas del tamaño de una pelota de baloncesto, llegando al bar a dar un golpe en la barra y pedir un orujito soltando la primera al ver que en la tele dicen que hay una nueva víctima de la violencia de género: “Algo habría hecho”. O quizás esa tan buena de: “También hay mujeres que maltratan a sus maridos y eso no lo cuentan”: Un aplauso para ti, por campeón.

Te hablo para contarte que eres tan gilipollas que ni lo sabes. Aún no te has dado cuenta de que hay que ser imbécil profundo para levantarte a las 7 de la mañana 25 años de tu vida (con ese bigote asqueroso que me llevas, para colmo) para prepararte a ir a la fábrica en la que llevas metiendo limones en cajas esos mismos 25 años y votar a la derecha. Eres tan profundamente gilipollas que en tu bendita inconsciencia no eres capaz ni de imaginarte hasta qué punto. Pues yo te lo cuento, si quieres. Eres tan tonto que te compraste un puto Mercedes y una casa en la playa cobrando 1.800 euros al mes y te crees mejor que los ecuatorianos que tuvieron los cojones de emigrar a la otra puta punta del mundo para cobrar lo mismo que tú. Oh, sí, tú eres tan tonto que ni lo sospechas, pero cobras lo mismo que ellos.

Eres ese ser que pronuncia tan altivo que “robar van a robar todos” porque eres consciente de la naturaleza humana. No es para menos, viviendo en tu pellejo toda la vida. Eres ese pavo que tiene a su hija de 20 años de camarera los fines de semana en la Nueva Condomina para pagarse la carrera porque no le dan beca, pero aún así discutes con ella en la sobremesa cuando, viendo el telediario, te recuerda que eres tan profundamente idiota que vas a volver a votar al Pepé. Porque tú y tus 1.800 euros al mes no sois obreros, sois clase media. Clase media que financia a plazos hasta el portátil del crío, pero clase media. Clase media con la suegra viviendo en casa porque ni de coña hay pasta para contratar a una asistente, pero clase media.

Eres tan tonto que te crees más o menos al mismo nivel que tu jefe, el que a las 12 de la mañana echa el pestillo al despacho y café en mano se prepara para la paja de media mañana y sólo toca los limones para partirlos por la mitad con el cuchillo. De hecho, eres tan tonto que le admiras más de lo que le envidias y charlas con él en el ascensor y acuerdas que sí, que claro, que “todos tenemos que apretarnos el cinturón para salir de esta”.

En realidad te escribo todo esto porque, por desgracia, la esperanza siempre es más grande en el pecho de aquellos que tienen la cabeza vacía y aún no has comprendido una cosa:

Votar a la derecha no te hará rico.

4 dic 2015

Los periodistas somos obreros.




Existe un cierto tópico o creencia asumida sobre los periodistas que no sé de dónde sale pero es bastante probable que nosotros mismos hayamos fomentado. Esa visión del periodista como ser que todo lo sabe y todo lo controla, con un sentido de la responsabilidad sobre su trabajo que no afecta al resto de las profesiones. Cuando me reúno con un grupo de amigos y todos empiezan a criticar a tal o cual periodista por esa noticia escrita de una forma tan deleznablemente parcial.

Existe, también, la asumida creencia de que los periodistas somos prostitutas, mercenarios. Pero no, señores míos, somos obreros. Simples y puros obreros de mierda, como todos los demás. Sin embargo a otras profesiones no afectan de la misma forma que al periodismo las polémicas. Si Wolkswagen truca los motores de sus vehículos para que engañen sobre sus emisiones contaminantes nadie se caga en Pepito Pérez, obrero de la fábrica de Barcelona. Se cagan en sus superiores, que son los que han tenido la idea. Pepito Pérez se ha limitado a conectar A con B y B con C porque es lo que le han dicho desde arriba. Con las palabras es lo mismo, sólo que la gente les otorga un mágico poder que no le otorga a la actividad física. Las palabras se unen como tuercas y tornillos, a deseo del de arriba. A con B, B con C. Un periodista se limita a cumplir los deseos que le vienen expresamente indicados por su jefe, que al fin de cuentas es el que le da de comer. Ni su pluma, ni su cerebro, ni su habilidad. El que le da de comer es su jefe.

Si te toca escribir sobre las vacaciones de Imanol Arias, te jodes. Si el redactor jefe mete la tijera y saca el hilo de coser y convierte tu pedazo de artículo nada parcial en una mierda derechista o izquierdista, según convenga a la línea editorial del medio, también te jodes. Porque detrás de esa noticia sólo hay un tipo de 37 años que no quiere que le despidan porque sigue pagando a plazos ese puto Renault que compró hace ya 4 años. Un tipo que se gasta un dineral en su hijo recién venido al mundo y cuya nómina se ha visto reducida en los últimos 5 años hasta el punto de ser irrisoriamente baja.

Por favor, dejen de achacarnos responsabilidades que no se aplican a otras profesiones; los periodistas simplemente somos obreros.

2 dic 2015

Nuevos planes, idénticas estrategias




El zumbido del ascensor es lo único que se escucha mientras esbozo una tímida sonrisa a la señora que, a mi derecha, aguarda lo mismo que yo. Aunque ella no lleva bolsas de la compra en sus manos, es la hora de la cena. Es una de esas mujeres de mi bloque de aspecto amable que luce un peinado imposible, como si fuese una caricatura. Ella se decide a romper el incómodo silencio con un clásico tópico de ascensor:

-Parece ser que va a llover-y ante mi silencio añade, como para justificar su comentario- el aire aquí es más cálido.

Me limito a sonreír. Sí que es probable que llueva. Ella se baja en el cuarto y yo continuó hasta el quinto. Tras la rutinaria ducha y la rápidamente preparada cena, ya en cama, no puedo evitar acordarme una y otra vez de ella y nuestro encuentro en el ascensor. Reflexiono sobre su frase mientras escucho las primeras gotas de lluvia en la calle. Sí que ha llovido. Al fin y al cabo; ¿por qué nadie me iba a mentir allí? ¿Quién entra en un ascensor de su bloque a mentirle al vecino? Nadie persigue un oscuro y secreto plan. Todos estamos aquí en lo mismo. Tal revelación me impide dormir. No espero que lo comprendáis en su total magnitud pero mi propia conclusión me causa gran angustia vital.Decido que, como ellos, yo también debería trazar un plan igualmente ambicioso. Sobrevivir. Cierro los ojos y me siento y veo como maestro, el gurú cuya voz es un imán que capta un ejército de un centenar de los que pasean igual de hastiados por el Carrefour que yo.

Un ejército que compra patatas fritas congeladas que vienen en bolsas de dos kilos. Un ejército que se reúne en los aeropuertos al calor de una smoking-room en la que no entra aire ni luz, a hablar del tiempo y, si acaso, del gobierno. Mientras trazan su magno plan: sobrevivir. Mientras a una estación le sucede otra igual, cíclicamente. Sobrevivir entre las llamadas del jefe y el ruido del microondas del hotel a las doce de la noche, repasando los informes del día siguiente y pensando en casa, donde tampoco hay ni amparo ni calor para el alma que grita que se ahoga en su propia mundanidad.

Parece ser que según los cánones que imperan, otro día más, he fracasado: no he visto mi rostro en ningún canal de televisión. Pero no importa, no, porque yo, como buen occidental, sé nadar igual que un pez. Un pez que nada (y se ahoga al mismo tiempo) en un mar de mediocridad. Hubo un tiempo en que casi claudiqué, sí, casi. Incluso les oí decir de mí: “con lo que hay dentro de ti, no estará nada mal si mañana estás aquí". Y eso es la sociedad propone como remedio a mis males, postrarme en la cama de un sucio hospital a atiborrarme a pastillas que me provoquen gran somnolencia. Que me hagan callar. Que me hagan acatar. Pastillas por la mañana, otras a mediodía y, las más importantes, dos pequeñas y blancas antes de ir a la cama. Curar con química lo que no entiende de moléculas. Por eso, aunque no escogí la soledad, escogí la lucha. Y así, en soledad, salgo al balcón a fumar. A seguir vivo. A luchar. A disparar como Kevin Ayers. Y la luna que me recibe es tan tan llena que no puedo errar el tiro. Que no lo voy a fallar.

Pienso en ti una noche más. En dónde paseas y de la mano de quién. Pienso en llamarte y, una noche más, lo rechazo con un abatimiento de cabeza. Me he resignado a ser el malo de la historia. Sé que jamás querrás volver a confiar en mí.No me extraña y no puedo reprochártelo. Tampoco ya nadie confía en la energía nuclear después de lo de Chernobyl. Y fumando en silencio mis pensamientos se desplazan de ti hacia este cielo que me envuelve. Este cielo cargado de desesperación y añoranza. Un cielo negro. Tan tan negro… Pero, por negro que sea, es nuestro cielo. Eso es lo que muchos no consiguen comprender. Por negro y asfixiante y tóxico que sea, es nuestro.

Y miro al cielo y sonrío mientras arrojo la colilla por el balcón. Sonrío porque por un segundo todas las piezas parecen encajar. Porque ya no doy vueltas en círculos en un mad mad world como en la canción de Gary Jules. No, ya tengo un propósito. Un plan. Un ambicioso plan:

Consiste en sobrevivir.


*Basado libremente y sin ningún tipo de permiso en "Nuevos planes, idénticas estrategias" de Nacho Vegas, que aparece en el disco "Desaparezca aquí".

26 nov 2015

El zumbido que cambió su vida




Jaime pasea de la mano de Marta sin ser consciente aún de nada. Tranquilamente se paran a mirar escaparates y fantasean sobre comprar una enorme casa en el campo. Sobre vivir rodeados de animales. Marta se ríe mientras bromea con la idea de un Jaime acorralado en el corral por las gallinas. Jaime también se ríe. Ninguno de los dos se espera lo que está a punto de ocurrir. Es decir, Marta es bastante consciente de que el día llegaría tarde o temprano, y Jaime alguna vez ha fantaseado con la idea de que podría llegar a ocurrir. Pero más como concepto abstracto que como algo que realmente pueda acontecer en unos minutos. En cualquier caso ni lo imaginaban al salir de casa ni lo imaginan ahora.

Un simple zumbido cambiará sus vidas. Y ya no quedan minutos, sino segundos. Marta le pide a Jaime que le sostenga el bolso mientras entra a un bar a usar el baño. Y entonces Jaime, más que oírlo, lo nota en la mano. Ese zumbido. El móvil de Marta. En condiciones normales simplemente esperaría a que ella salga del baño y le diría un escueto: “tu móvil, nena”. Pero, quizás porque ambos están esperando la respuesta del casero, quizás porque él sabe que la madre de Marta está pendiente de poder hablar con ella o, quizás, sólo quizás, por una punzada de intuición, Jaime saca el móvil del bolso y mira el origen del zumbido.

Cuando Marta sale del baño y ve a Jaime mirando su móvil y, sobre todo, la expresión en la cara de este, no hace falta ni que intente imaginarse qué es lo que está mirando. Probablemente la foto de el miembro de otro tío que acaba de llegar a su bandeja de entrada de mensajes privados en Instagram. No lo saben, ni lo sabrán, pero ambos piensan al unísono:

“Joder, Marta.”

23 nov 2015

Control de animales




A Lucas hay cosas que le fascinan del ser humano. Esas incongruencias, esa falta total y absoluta de juicio propio y lógica desnuda que todos parecen ser capaces de exhibir ante sí mismos en las frías y largas noches de invierno en las que reflexionan a causa del insomnio. Sus congéneres reflexionaban porque tenían insomnio. Lucas tuvo insomnio porque reflexionaba. Pero de eso hacía años, antes de que Lucas terminase de comprender y sobre todo aceptar ciertas cosas sobre sí mismo. Los seres humanos siempre se han creído lo que han querido creerse. Lucas piensa en el control de animales. ¿Cómo pueden los seres humanos aceptar eso como algo tan lógico cuando no es más que la revelación final sobre su propia naturaleza? Él se vería capaz de entenderlo si todas las piezas encajasen entre sí. Pero no lo hacen. Los seres humanos echan a otras especies de sus ecosistemas. Esa es su verdadera naturaleza. Crean ciudades y construyen muros basándose en conceptos ficticios que simplemente todos fingen asumir y asimilar como algo innegable a su propia existencia. Pero no lo es. Son una especie que domina, que llega a un terreno, lo mea a su manera y empieza a echar al resto de especies. En las ciudades pasean furgonetas que se encargan de recoger perros y gatos callejeros que en el 80% de los casos acaban muertos. Ninguna especie que moleste va a compartir su ecosistema. Eso es algo que todos asumen como natural y que Lucas ve horrible. Eso es, horrible. Primero descubren perros y gatos y los domestican, los sublevan a ellos, los vuelven sus compañeros. Y a los que no lo son, los eliminan. Un perro o un gato sólo tienen derecho a vivir si tienen un dueño humano, si pasean por la ciudad son una plaga. Ninguno de ellos, simios que se levantan cuando amanece (como el resto de animales), se lavan la cara, se afeitan el vello y se ponen un traje, son capaces de asimilar qué son en realidad. Son simios. Simios que han bajado del árbol y se han adueñado de la jungla. Simios que delimitan su territorio en el bosque basándose en el que pueden abarcar y defender, no en el que necesitan; construyen garrotes con las ramas; y empiezan a echar a todas las otras formas de vida animal de las que no se pueden alimentar. Para los cerdos granjas de alimentación, vacunas, controles sanitarios y desollamiento para alimentar a sus bebés simios. Para las moscas insecticida. Para los perros collar. Simios que bajan del árbol y lo talan porque les estorba, sin importar todas las especies con las que convivían cuando vivían entre sus ramas (de lo que no hace sino un rato en términos evolutivos) ni las que quedan por llegar. Simios que escogen el ave con los huevos más sabrosos y la encierran en un corral. Al resto les talan las casas, y a los de colores más bonitos, les fabrican casas nuevas con barrotes de madera. Todo esto hacen los seres humanos, reflexiona Lucas una vez más. Es un pensamiento recurrente en estas situaciones a las que se expone. Lucas da otra calada amplia al cigarrillo y el sabor químico del pentobarbital aún deshaciéndose en los ácidos de su estómago le asciende hasta la garganta. Traga saliva y un moco asqueroso y enorme se le revuelve en la tráquea. Tose y escupe. Necesitará algo para el flujo gástrico más tarde. Lucas no es aficionado a los barbitúricos, ni por lo general a ningún tipo de droga, pero su pieza de esta tarde tenía un frasco en el bolsillo. A él le ha dado tres píldoras. Está colgado por los pies de una viga de su propio sótano. El lugar siempre es importante. Somos simios, le damos valor al territorio. A uno le retuerce más las tripas que un desconocido le cuelgue por los pies en el sótano de su propia casa que despertarse atado a una silla en una habitación desconocida. Es la sensación de que no tienes el control en absoluto y jamás lo tuviste lo que Lucas busca provocar en su presa de esta tarde. Quiere que sienta que lleva toda la vida auto-engañándose, que el mundo en el que creía no existe. Sólo es algo que le han vendido por la tele. Pero mientras él se limitaba a engullir patatas Ruffles York’eso con las dos manos el mundo ahí fuera seguía siendo real. Y ahora es la presa de un depredador más fuerte. El hombre es gordo, pero no demasiado, más bien fondón. Deberá pesar unos noventa kilos y aunque apenas rebasa el metro setenta seguro que no se considera a sí mismo un gordo. Por supuesto, lo que él no parece percibir (aunque ahora quizás sí) es que no estaba gordo para bajar las escaleras de su casa y montar al coche de camino a la oficina, ni para salir a cenar con sus amigos, ni para sentarse en el sofá a comer pizza. Pero para huir de un depredador en la selva…para eso estaba muy gordo. A Lucas le ha costado una barbaridad subirlo, pero por suerte el depredador es él y eso siempre proporciona una serie de ventajas. Por ejemplo la inteligencia. Los depredadores comen carne y la proteína que esta contiene les desarrolla el cerebro. Su presa en este caso es también un depredador, pero la diferencia es que Lucas es un depredador de depredadores por lo que está acostumbrado a mirar a su alrededor y observar cómo puede valerse del entorno. Está acostumbrado a tener que ser el más inteligente de la habitación, por exigencias del guión. Lo ha subido haciendo una polea con unas cuerdas y la viga del techo. También le ha cosido la boca, es la primera vez que hace algo así pero quiere probarlo. Odia los gritos de dolor. Todo lo que viene antes y todo lo que viene después es lo que él persigue y ansía. El proceso de gritos y sangre le sigue pareciendo un poco desagradable. De todos modos, el coserle la boca impide que la gente de fuera de la casa escuche los gritos, pero Lucas los oirá perfectamente. Ahogados en su garganta. Rebotando contra sus labios cerrados a la fuerza con sutura. ¿Le dolería tanto como para acabar destrozándose la boca al intentar gritar? No sabe cuánto hace que se ha quedado inconsciente. Lucas levanta la mano derecha, con la que empuña el cuchillo, y con la punta de la hoja de este, roza levemente la piel del hombre. Sin dañarla. Es tan frágil. Es como cortar plástico con unas tijeras bien afiladas. A Lucas le impactó mucho la primera vez que vio como desollaban a un conejo. ¿Cómo un ser que es capaz de mostrar tal brutalidad es luego capaz de condenar que un ser humano insulte a otro en un medio de televisión? Era tan ridículo, tan risible, que parece una broma de una especie superior para con ellos mismos. Una broma que nadie parecía entender. Salvo Lucas.

Se dio la vuelta y se alejó del cerdo colgado boca abajo. Se miró en un espejo del sótano. Se había dejado la barba muy larga, y la había recortado de forma que su perilla fuera aún más larga y espesa, como una suerte de barba espartana pero mucho más larga. Se había dejado la barba porque uno nunca sabe dónde hay una cámara, o un ojo ajeno. También vestía ropa demasiado rockera para él. Comprada en un mercadillo hacía un par de semanas. Encima de la ropa llevaba uno de esos chubasqueros de plástico que le llegaban hasta los tobillos. Se había cambiado los zapatos y se había puesto unas botas de lluvia amarillas. Dos tallas por encima de la que él llevaba, por si acaso dejaba alguna huella. Le mostró los dientes al espejo y descubrió un trozo rojo entre la paleta derecha y su incisivo lateral derecho. Lo sacó con ayuda de la lengua y lo observó entre sus dedos. Era atún crudo. Siguió caminando hacia la caja que había abierta en la mesa del sótano. Escogió un corte relativamente grueso de shashimi de pez mantequilla y se lo metió a la boca. Primero disfrutó del sabor que se producía mientras lo salivaba y después lo mordió un poco. Sólo un poquito. Disfrutó de la textura. Después lo engulló de golpe. Sonrió con satisfacción. Internamente. Lucas siempre mostraba sus emociones internamente. Él era consciente de ellas y es lo único que necesitaba. Era un simio solitario. Cerró los ojos y disfrutó de la sensación del barbitúrico. Los abrió y se giró con el cuchillo en la mano. Lucas no tenía mucha idea de medicina, lo cual le gustaba porque casi siempre todo era una especie de experimento para él. ¿Se despertaría el cerdo al empezar a notar que el cuchillo le desgarraba la piel? ¿No? ¿Lo haría entonces cuando lo notase hundirse lentamente en sus entrañas? Lucas suspiró mirando a su presa. Intentó recordar cómo despellejaba su abuela a los conejos para la paella de los sábados. Después se dispuso a intentar hacer lo mismo con un simio de unos noventa kilos más.

19 nov 2015

Como faros de coche

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En mitad de la oscura sala sus ojos azules casi eléctricos, tan grandes, me parecen faros de coche por un momento. Durante un segundo en sus ojos enmarcados en ese pelo tan negro veo un coche. Un coche que a toda pastilla que se dirige contra una pared dispuesto a estrellarse. Un coche que me abre una puerta cuando saca la lengua y puedo vislumbrar la mitad que me toca.

Desde luego me subo sin pensarlo siquiera.

16 nov 2015

La tiranía de los hombres malos



Todo muskir es jamr y todo jamr puede ser útil para cumplir con el designio de Alá, aunque Mahoma no pudiera darse cuenta. O eso quiere creer Abdul mientras teclea con un cigarrillo de kif colgando de los labios. Y lo mejor del trabajo es que cumpla con la ley y lo mejor de la ley es que sea. Impuesta, aceptada o inevitable, pero que sea. Se toma unos segundos mientras mira la pantalla y cruje su cuello. Hay quienes piensan que su trabajo es más fácil que el de él, pero ellos jamás sabrían hacerlo. Requiere de habilidades más difíciles de cosechar que apretar el gatillo de un AK-47, aunque Abdul sepa también perfectamente como hacer esto último. Está a punto. Un trabajo es un trabajo y siempre es como cualquier otro cuando uno lo domina y lleva haciéndolo el suficiente tiempo. Él sabe que este en concreto está en su punto más difícil y que las siguientes frases determinarán su ya más que posible éxito. Así que las escoge sabiamente y ve sus frutos en las respuestas que su interlocutor le manda por el chat. Sonríe satisfecho. Acaba de reclutar otro soldado.

Sabe, piensa de nuevo, que hay quien minusvalora su trabajo, pero no Alá. Alá lo comprende todo de una manera que él no puede ni imaginar y valorará su esfuerzo y tendrá un lugar reservado en el Jannat. Quizás incluso ese lugar incluya una recompensa mayor que la del chico al que acaba de convencer para unirse a la lucha e inmolarse la semana que viene. Sólo quizá. Acaricia sus manos mientras se toma unos segundos para despedirse del joven jundi, después cierra el portátil y se levanta para vestirse y prepararse para reunirse con ellos. Está deseando contarles que ya queda poco. Antes de ir hacia el baño a lavarse un poco se sienta en la cama a terminar el kif.

8 nov 2015

Oda al gato que duerme



Pollito está durmiendo la siesta en el sillón. Sobre su cojín está mi jersey gordo y, aún más, sobre este la manta de mi abuela. Tiene la cara mirando a la puerta pero los ojos cerrados y una expresión de tranquilidad en el rostro. Su cabeza es demasiado pequeña para ese cuerpo. La mezcla de colores blanco y negro de su pelaje es tan perfecta y parece tan hecha a propósito que me transmite a la vez las contradictorias sensaciones de que es irreal y de que es un regalo. La gente no observa porque han nacido para pensar en su propia supervivencia. Pero es tan maravillosa e irreal la vida de cada ser en su propio concepto que globalmente somos la mentira más bonita jamás contada por la televisión de un universo que sí existe. ¿Cómo puede la vida adaptarse al medio? ¿Qué impulsa a las células de los fondos abisales a evolucionar en forma de pez que no necesita la luz? Miro al Johnny, mi ninfa, y pienso en sus colores. Parecen diseñados por un ojo ajeno. ¿Cómo puede darse algo forma a si mismo? ¿Cómo pueden las células haber evolucionado para formar los pulmones, el páncreas, el sistema circulatorio o la compleja red neuronal de un ser humano si nosotros apenas somos capaces de comprenderlo? Las matemáticas no explican las matemáticas. Explican todo lo demás, y pueden descomponerlo en su propio sistema. Pero las matemáticas no explican su propia existencia. No pueden. ¿Cómo puede la vida justificar su propia existencia? ¿En qué segundo decidió la vida existir y para qué? ¿Lo decidió ella? ¿Hubo decisión? Andamos todos por ahí fuera sin maravillarnos de nuestra propia existencia, decidiendo imponerle metas al hecho de estar vivos. Como si el simple hecho de estarlo no pareciera tan de potra que deberíamos aprovecharlo como niños traviesos que saben que algún día alguien se dará cuenta de que está sucediendo y le pondrá fin. Vuelvo a mirar a la gata y me fijo en las manchas de su nariz. Los animales parecen formas de vida simples, inocentes y felices de su existencia cuando duermen. Y en esos instantes al mirarla siento la contradictoria certeza de que el mundo es tan simple y peligroso y malvado, que en este instante de paz y tranquilidad, lo mejor que puedo hacer para aprovechar que soy uno y estoy vivo es cerrar los ojos momentáneamente, echar el telón al universo y convertirme en una consciencia que flota en una realidad que sólo existe para ella. ¿Una consciencia real que flota en una realidad que no existe sigue siendo real aunque sólo sea para ella misma o tampoco existe? 

3 nov 2015

Automutilación #3


Es el verano del amor en París. O eso parece en su Facebook. En Murcia yo estoy resoplando como un animal y sudando a chorros. No me pongo nada de ropa cuando cojo un cigarrillo y salgo a su balcón. Sin gafas la vista sólo me deja ver hierba, como si fuese una hormiga. No me siento una hormiga. Las hormigas son blandas por dentro pero tienen un exoesqueleto tremendamente poderoso. Me siento una cebolla pocha. Un cuchillo afilado puede abrirme y comprobar lo que su buen olfato ya le había dicho: el interior está podrido. Ella me sigue. Debería decir algo. Pero me da vergüenza. Nunca he sido bueno en decir cosas. Fantasearlas me basta. De todos modos qué podría decirle.

-Lo siento-le digo al final. Viendo que ella calla.

-No pasa nada-me dice mientras me acaricia la espalda con tristeza. Nunca las había saboreado hasta hace relativamente poco pero ahora parezco tener un imán para las caricias tristes-Últimamente parezco tener un imán para estas cosas-añade ella.

Por el rabillo del ojo veo que se está haciendo otro porro. Pienso en volver la cara pero sinceramente no me apetece. El sol empieza a quemarme la piel. ¿Le digo que es por otra mujer? No. Eso probablemente sólo la hiriese más. Mejor callármelo.

-¿Qué tiempo crees que hará en París ahora mismo?-le pregunto.

-No lo sé-me dice-Supongo que mejor que aquí.

Sigo fumando en silencio. Arrojo la colilla por el balcón. Ella parece querer decirme algo. Aprovecha el momento en el que tiene que bajar la vista al porro para rularlo.

-Oye-me dice.

Me vuelvo. Efectivamente está con la vista en el porro mientras lo rula.

-Dime-digo.

-Sé que confío en ti. Sé que todos confían en ti. Pero hay algo que nunca te he preguntado porque creía obvio y últimamente que nos vemos más no tanto-hace una pausa dramática de esas que le gustan a ella mientras pasa la lengua por la pega del papel- ¿Y tú? ¿Crees en ti?

Durante un segundo la pregunta me pilla con las defensas bajas. Casi la puedo sentir perforándome la piel y buscando penetrar mi interior. Me recobro rápidamente. La expulso. Saco las púas falsas que me injerté bajo la piel y la pincho hasta que no es más que un juego. La vida de alguien que no es él mismo. Por un segundo cierro los ojos y fantaseo que cuando los vuelvo a abrir estoy petrificado. Como si pudiese darle a un botón. Ella me zarandea y me mueve pero después se acaba yendo. Y yo me quedo allí durante horas. Sin volver a activar el botón. El día dura eternamente y yo sigo allí en pie, con el sol en mi espalda, hasta que la piel de mi espalda está tan quemada que se cae hecha jirones. Hasta que se me empiezan a quemar los músculos. Y después los huesos. Pero yo no me muevo. Y ni siquiera cuando soy ceniza y floto en el aire me siento libre. Vuelvo a abrir los ojos.

-Claro que sí-le miento-Sólo estoy teniendo mala suerte.

-Eso es lo más importante- me dice ella. Me besa en la mejilla y me sonríe-¿Vamos dentro? Tengo allí el mechero.

-Y hay aire acondicionado-le digo yo-Que con este sol se puede derretir una persona.


Ella se ríe y dice que por un segundo me ha visto derretirme como si fuese de cera. Hasta ser sólo una plasta humeante de mí mismo. En mi mente no tiene ni puta gracia. Pero aún así me río.

2 nov 2015

Es como un baile


Es como un baile acompasado del que sólo yo sé los pasos exactos. Ese olor tan característico de su sudor. Cada sudor huele de forma única y el de ella huele…de forma indescriptible. Eso me gusta. Aspiro fuerte por mis agujeros nasales y retengo el aire unos segundos. Noto sus piernas agitarse. El sonido que emite su garganta intenta escapar por entre las rendijas de los dedos de mi mano, que tapan su dulce y pequeña boca con forma de corazón. Sus pupilas dilatadas. Y las mías. Probablemente para ella este momento no transcurre a la misma velocidad con la que transcurre para mí, para mí estos escasos segundos son mi auténtica vida. Mi única forma total y completa de desnudez. Recuerdo esos versos de Sabina: “muchas me ven sin ropa pero sólo tú me ves desnudo”. Son los únicos segundos en los que me permito dejar caer mi máscara ante otra persona. Doy otro paso para agarrarla más fuerte. Mi cuerpo aplastando su cuerpo contra la pared. Mi corazón latiendo muy rápido, bombeando la cantidad de sangre necesaria e imprescindible para llevar a cabo mi tarea. Unidos, ella y yo, en la misma coreografía que sólo yo puedo ejecutar tan perfectamente.

Me separo de su cuerpo lo justo y necesario para la penetración. Doblando levemente las rodillas para empujar con más fuerza. Y empujo. Sus ojos se giran inconscientemente hacia arriba en ese agónico gesto al sentirme dentro de ella. Me recreo en los pequeños segundos en que dejo que se hunda totalmente. Después todo empieza a ir cada vez más rápido. Saco el cuchillo y lo clavo de nuevo y de nuevo. Hasta que sus ojos se vuelven hacia arriba del todo y ella cae al suelo lentamente mientras la sigo sosteniendo contra la pared para controlar su caída y el sonido que produce. 

26 oct 2015

Respira hondo, yo me ocupo de todo

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Lucía respira hondo y se alisa la falda que compró en Anne Klein no hace más de un mes. Se mira al espejo del lavabo de señoras de la segunda planta y se ve vieja y cansada. Pero sobre todo vieja. No es que los cuarenta y dos le hayan parecido nunca una cifra por la que tirarse de los pelos, sobre todo cuando eran vistos desde fuera, pero en este preciso instante siente que cada uno de ellos pesa como si pudiese recordar los trescientos sesenta y cinco días que lo conformaron. Como si de verdad ella fuese la suma y consecuencia de todo lo que le ha ocurrido en lugar de un conjunto de células que lo recuerda vagamente. Lucía respira hondo de nuevo. Su pulsera Tous (un regalo de Ernesto) tintinea cuando los ositos chocan entre sí mientras se alisa de nuevo la falda, mecánicamente. Abre el grifo y lo deja correr un poco mientras lo mira fijamente con la mente en blanco. O en estático, para ser más exactos. Su mente es un chasquido ahora mismo. Un ordenador que ha fallado y se está iniciando (muy) poco a poco tras el pantallazo azul y el consiguiente fundido en negro. ¿Es fundido en negro un término correcto o los más tiquismiquis le dirían que es un término exclusivamente cinematográfico? Aunque no es eso sobre lo que Lucía quiere reflexionar. Es otra cosa que reprime respirando hondo. Se lava las manos concienzudamente en el lavabo, prestando especial atención a la piel a los lados y debajo de las uñas. El agua, que baja tiznada de rojo carmín, mancha el lavabo al caer desde sus manos. Lucía no es buena con las tonalidades, por mucho que le pese reconocerlo. No sabe la diferencia entre carmín, carmesí o rubí, por poner un escueto ejemplo. No es que no sepa lo que es burdeos y lo que es granate, pero a veces sí que no es capaz de apreciar diferencias entre tonalidades muy parecidas. No para de distraerse a propósito. Lucía se hace la pregunta que quiere hacerse. ¿Ha ocurrido todo realmente? ¿De verdad el señor Gutiérrez le acaba de sugerir que se la chupe? No es que Lucía no esté al tanto de ciertos rumores, claro, pero creía que eran sólo eso, rumores. Al fin y al cabo, hasta la fecha, a Lucía nunca le había ocurrido nada de ese calibre. Igual eran sus ojos y tenían razón sus amantes al decirle aquello de que “veían fuego en sus pupilas” y no era un piropo aleatorio. Piensa con una sonrisa que quizá también era verdad que tenía las tetas más preciosas que todos habían visto en su vida. Lucía escucha voces a través de la puerta del baño. En tono elevado, casi gritos. Puede que incluso sean gritos y ella los reciba apagados a este lado de la pared. Sabe que es la causante del alboroto y le parece más que bien. Desde luego más que justificado. Puede que ese gordo picha floja (aunque esto lo decía por rabia, ni sabía ni quería saber cómo era el aparato en cuestión) hubiese tentado a Nati, la secretaria, con aquel puesto de responsable de compras; o a Juani, con ese sustancioso aumento de su cuenta para gastos de empresa; pero, ¿a ella? Lucía respira profundamente mientras se seca las manos. Casi necesita hacer un esfuerzo físico para no alisarse la falda. Se siente muy próxima a perder el control y no quiere que eso ocurra. Ahora lo más importante es demostrar compostura. O no tanta,  pues podrían pensar que nada la había afectado. ¿Debería llorar un poco al relatarles cómo se sintió de vapuleada y miserable cuando escuchó la sugerencia del señor Gutiérrez sobre como asegurarse el puesto de directora de marketing tras la inminente salida de Gabi? No, lo mejor sería ser ella misma. Revisa en su bolso para ver si tiene tampones suficientes y vuelve a mirarse las manos. Comprueba debajo de sus uñas. Se vuelve a mirar al espejo. Cuarenta y dos años. Aunque está segura de que si se pone a contar recuerdos y a sumarlos no llegaría a recordar ni dos tercios de su vida. Su adicción al alcohol le ha pasado factura, y lo peor de todo es que ni siquiera recuerda habérselo pasado tan bien. Es decir, sí, los primeros cinco años fueron divertidos, sobre todo porque el vicio se estaba gestando, pero al fin y al cabo fueron los que transcurrieron entre sus quince y sus veinte años. ¿Cómo no iba a recordarlos como una época feliz? Aunque no lo fueron. De hecho no lo fueron para nada. Lucía piensa en el verano en que su madre se dio cuenta de que había un problema. Tenía dieciséis años. Era a mediados de Agosto y Lucía había bebido todos los días desde su graduación. Su madre le dijo que o paraba o la mandaría a un internado. Ella no paró pero empezó a ocultarse mejor. Al fin y al cabo no era tan difícil. A las doce menos cuarto exactamente su madre procedía a su habitual ritual de vaso de agua y dos orfidales y eso le daba a Lucía un mínimo de siete horas de libertad. Cuando Lucía cumplió los diecisiete pusieron un paki enfrente de su casa. Ella lo tomó como una señal. Dios la quería ebria. Y ebria estuvo cuando se marchó de casa nada más cumplir los dieciocho y se mudó a Madrid. Ebria estuvo cuando conoció a Santi y desde luego ebria estaba cuando aceptó el trabajar en su bar. Los siguientes dos años los recuerda como una semana de fiesta muy intensa. Encima descubrió que con cocaína podía beber aún más sin vomitar, ni caerse al suelo, ni acabar derramando los chupitos en la camiseta de cualquier cliente. No recuerda la noche en que decidió dejarlo todo atrás. Ni siquiera recuerda si ya había conocido a Jaime o eso vino después. Lucía se distrae por unos segundos y pierde el hilo de sus pensamientos. Ha escuchado un grito fuera. Desde luego oye, (o le parece oír), bastante más movimiento en la puerta que hace unos instantes. Lucía respira profundamente e intenta relajarse. Se alisa la falda. Se mira al espejo. La camisa le sienta bien, sobre todo gracias a su visita a Women’Secret del mes pasado que le propició la que ha sido su mejor compra en al menos una década desde que con veinte y algún año se hizo con aquella chaqueta vaquera por menos de mil pesetas. Piensa en aquella chaqueta, y en Jaime. Y en Lucas. Y en Joaquín. En Víctor y  el hotel en el que se encontraban. ¿Qué será de Víctor? ¿Seguirá bebiendo tanto? Lucía se alegra de no haber nacido con unas gónadas que le proporcionaran la cantidad de testosterona que Víctor poseía. Aunque esa era la excusa fácil, quizás. En realidad Víctor era un alcohólico con muy mal beber. Como muchos alcohólicos, aunque pueda parecer lo contrario desde fuera. No ha vuelto a verle desde que arrojó la nevera mini-bar por la ventana del Rex a las ocho de la tarde. Ella se había bebido la última botella de ginebra pese a que sabía perfectamente que a él no le gustaba el whiskey. Lucía no es capaz de recordar por qué se había bebido la botella. Supongo que en el momento le parecería divertido. Cosas del alcohol. Después piensa en Enrique y se toca la pulsera. Después respira profundamente y se alisa la falda. Enrique fue su salvador. Fue quien le convenció de que tenía que dejar el alcohol. Lucía tenía veinte y ocho años y por aquel entonces pensaba que algún día lo dejaría, pero que desde luego era demasiado joven para hacerlo en aquel entonces. Ella lo iba a dejar, claro, sólo que no en ese preciso momento. En aquellos tiempos ya era toda una profesional y tenía su adicción “a raya”. Como si las adicciones su pudiesen tener bajo control. En tal caso no serían adicciones. Lucía sólo bebía cuando se ponía el sol. A veces ni siquiera le daba tiempo a tener resaca y llegaba directamente borracha a trabajar. Pero la verdad es que no se arrepentía en absoluto. Los treinta era una edad tan válida como otra cualquiera para empezar una nueva vida. De hecho cree que le hizo muy bien. Ahora, cuando se tropieza con las caras de hastío de sus compañeros en el ascensor agradece no estar harta de aquel estilo de vida. Tampoco descartaba volver a hacer un giro radical algún día, aunque no sabía hacia dónde. Ahora le parece que está claro. Lucía siente que se avecina un nuevo cambio. Igual, cuando todo esto llegue a los medios, la llaman para hacerle entrevistas o puede que incluso dar conferencias o charlas. A lo mejor debería escribir algo sobre el machismo. O participar en algún movimiento. La verdad es que esa idea siempre había estado dando botes por su cerebro. Ahora era el momento. Lucía respira profundamente y se mira al espejo. Sonríe mientras se alisa la falda. Alguien llama a la puerta. Lucía sabe que es la policía. Sólo espera que se lo hayan llevado ya. No quiere verlo. Ni siquiera herido en una camilla. Ni siquiera derrotado por ella. No quiere verlo porque su asquerosa cara y sobre todo ese brillo en sus ojos le recuerdan a Jaime, y a Lucas, y a Mariano. No quiere verlo porque para ella ahora mismo esa cara representa todo lo odiable y vomitivo que hay en el mundo y si lo ve no sabe si podría no escupirle, no gritarle, no arañarle la cara mientras lloraba desconsolaba y le maldecía una y otra vez como si así pudiese evitar que existiese. Como si la humanidad pudiese cambiar con ese acto de renuncia, y rabiosa y pura rebelión.  Agarra el pomo y piensa en qué cara poner cuando abra la puerta mientras recuerda el tacto del abrecartas en su mano. El calor de la sangre manando de la pierna. El grito. El de ella en principio, y al cabo de unos segundos, agónico y sorprendido, el de él. Lucía no fue consciente de tener el abrecartas entre las manos hasta que lo sintió clavado en el muslo de su jefe. Cuando miró vio que se había hundido hasta la mitad. Entonces había venido aquí, al lavabo. Lucía escucha susurros fuera. Saben que está en la puerta. Sigue sin saber qué cara poner. Suspira profundamente y se alisa la falda. Abre la puerta.


—La próxima vez le dirá que se la chupe a la puta madre que le parió.-La voz de Enrique suena agresiva a través del teléfono. Lucía nunca ha visto a Enrique agresivo. Ahora lleva sin verle unos cuatro meses. Habían almorzado. Él estaba de paso en la ciudad y la llamó. Sólo almorzaron. Las palabras de Enrique le transmitían apoyo. Algunas agentes de la comisaría también le habían transmitido algún comentario que pretendía mostrarle algo parecido a la complicidad teórica. Los policías le habían dicho la verdad, estaba jodida. Nadie sabía si el señor González le había dicho que se la chupase pero lo que estaba claro es que había un abrecartas clavado en su muslo que no estaba 
ahí cuando ella entró. Pero sí al salir. Jodida nivel jodida.

—Enrique-intentó sonar calmada-necesito un abogado.


—Tú tranquila-fue su única respuesta.-Yo me ocupo de todo.

22 oct 2015

Screaming Frog (SEO)



El SEO puede hacerse menos pesado

Revisar el SEO de una página, la hayamos creado nosotros o no, puede antojarse una tarea muy pesada y costosa en cuanto a tiempo y esfuerzo, y, de hecho, lo es. Pero donde surge una necesidad informática surge un programador. Una de las herramientas que más gustamos de usar en nuestro trabajo desde que la descubrimos hace relativamente poco es Screaming Frog, un software que te permite analizar tu web de forma extensa en poco tiempo.

Su funcionamiento es sencillo, simplemente introducimos la URL en el programa (yo lo uso en inglés pero desconozco si hay una versión en castellano, aunque como la mayoría de los términos usados en SEO son intraducibles… ¿para qué?) y en unos minutos la tendrá analizada completamente, página por página. El informe que genera a continuación nos informa de todo lo que tenemos o no en nuestra web, además de indicarnos aquel contenido que pueda ser escaso: Metaetiquetas, keywords, metadescripciones, títulos h1, h2, imágenes, su compresión, sus textos alt… ¡Todo! Incluso el tiempo de response de la web.

Nosotros estamos debatiendo si comprar la versión completa (unos 99$ por año) pero de momento la versión de prueba está bastante apañada también, pues te permite consultar hasta 500’s url de tu sitio web.


Resultados 1- Autoferro

Hace poco más de un mes que nos encargaron crear una tienda online con Magento para Autoferro, dedicada a la venta de cascos de moto en exclusiva por el momento, y fui el encargado de redactar el contenido de la misma, SEO incluido (metadescripciones, keywords…); textos legales, textos comerciales sobre la empresa, calidad...etc. y de subir los productos.

Como nunca he tenido moto y por tanto no he usado cascos no sabía muy bien cómo enfocarlo. Acordé con Agustín, mi jefe, que lo mejor sería crear unas buenas descripciones largas para desligarnos de la falta de calidad que tenía la competencia. Investigué las páginas similares y vi que las descripciones estaban prácticamente copiadas de las fichas técnicas de los cascos. Lo tenía todo a mi favor así que tiré de imaginación y cree lo que a mi juicio eran unas descripciones bastante decentes en comparación para lo que tenía la competencia.

Apenas un mes después Autoferro es el tercer resultado natural por SEO en Google si buscas Casco Rookie. También aparece en la primera página de resultados en Casco Strobe y Casco Concept II, por encima de la aclamada motocard. Orgulloso de ello, lo comparto con vosotros.


21 oct 2015

Cafeína


El quinto café antes de las once de la mañana es el que finalmente me saca de mi ensimismamiento y me obliga a ir al baño a cambiarle el agua al canario. Lo peor es ese momento en el que te miras al espejo y caes en la cuenta de que al final has acabado siendo como todos los demás. No estás en la cima de Nueva York diseñando la nueva campaña de Pepsi que disparará sus ventas por encima de las de Coca-Cola. Ni siquiera estás currando de lo que estudiaste. Ni siquiera sabes una palabra de puto inglés que no sea “mai niem is”. Eres contable porque tu tío el que tenía una empresa inmobiliaria necesitaba a un contable y aprendiste que los oficios no se aprenden en libros si no doblando el lomo, como todo.

Y, como todos los demás, lo único que te queda es escoger una cuchilla nueva y ultra-moderna a ver si esta vez, como prometen todos los putos anuncios que no estás escribiendo, no te deja la piel cada vez más áspera y vieja. Fantasear con que te toca la lotería y montas un chiringuito en punta cana. Masturbarte con cara triste en el aseo de minusválidos mientras piensas en cepillarte a la secretaría de tu tío, tu jefe.

Lo peor es ese momento en el que caigo en que no soy especial, y que todos se sienten igual de mierda por dentro que yo. Así que al salir del baño saco el sexto café de la máquina y dejo de quejarme. 

12 oct 2015

Automutilación #2

automutilación-literatura


Hay una voz en mi espejo diciéndome que soy un mierda. Sé que es la mía y que debería ser capaz de controlarla pero no puedo parar. Sé que con esta borrachera no debería haberme mirado al espejo. El monstruo me mira a los ojos y me sonríe con mi propia cara.

-¿Y si tú eres el alter ego?-me dice.


Entonces cierro los ojos y fantaseo con la misma escena. Pero esta vez el yo del espejo está muy serio y yo me río. Me saco una daga azteca de mi bolsillo y me la acerco al pecho. Aprieto bien fuerte contra la carne, hasta que sangra, pero no demasiado profundo. No quiero tocar músculo. Sigo riendo. El otro aprieta los puños y empieza a resoplar, mordiéndose la lengua inconscientemente. Yo le miro fijamente a los ojos y dejo de reír. Esbozo una amplia sonrisa. Empiezo a rajarme. Me tatúo con el cuchillo. Sigo sonriendo y mirándole durante todo el proceso, aunque de vez en cuando crispe el rostro por el dolor. Cuando termino y retiro el cuchillo en mi pecho ensangrentado se lee “Como mis alas y me domino”. Abro los ojos en el mundo real. Al otro lado del espejo sólo estoy yo. Sé que nunca ha estado otra persona. Pero a veces fantasear me basta. Me doy la vuelta y me voy riéndome. 

7 oct 2015

La Señora Muerte


Se toca el extremo de sus largos cabellos rubios de bote. Se le ven los colmillos cuando sonríe. No es que yo sea Julio Iglesias, ni falta que hace, pero creo saber unas cuantas cosas. Como por ejemplo que eso significa que se dejaría meter mano (al menos por mí) por debajo de la falda después de hacerla reír y beber lo suficiente. Pero no son esos los planes que el destino a reservado hoy para ella. No es ese el propósito que me ha llevado a acercarme con la excusa de que la centralita de mi teléfono no funciona correctamente. No funciona bien desde hace ya más de una semana, pero no he dicho nada. Estoy teniendo una especie de mini-vacaciones en la oficina y nadie se está enterando. Vale, no estoy en el Líbano visitando ruinas de hace siglos que me importan una mierda pero quedan muy bien en Instagram, ni en las Bahamas preguntándome por qué me he gastado un dineral en tener arena mojada en la raja del culo y los huevos escocidos del roce del bañador, pero es un respiro. Las llamadas realmente importantes al no obtener tono al intentar contactarme llaman al teléfono general y dan conmigo. Las llamadas estúpidas y cargantes (aproximadamente el 70% de las que recibo) simplemente cuelgan y deciden buscar en Google cómo cojones solucionar su problema, que es lo que deberían haber hecho desde el puto principio. Pero he decidido renunciar a estas vacaciones a cambio de un bien superior. Cuando he salido a mear esta mañana la he visto, tras ella, quieta y silenciosa, observándola. Al principio he pensado que era una alucinación pasajera, pero quince minutos después he vuelto a salir de mi oficina y ahí seguía. Con esa extraña elegancia que desprende y esa mezcla entre fascinación y horror que me hace sentir cuando pienso en Ella. Así que allí me he dirigido. Lo bukowskiano de la situación no deja de recordarme a “Pulp” todo el rato. Ahí está ella y detrás, la Señora Muerte. Antes de que termine de reír la ataco con otro chiste malo pero encantador. La rubia de bote se recuesta y cruza las piernas. Recuerdo ese párrafo que dice:

“Empecé a mirarle fijamente las piernas. Siempre he sido un hombre de piernas. Fue lo primero que vi al nacer. Después intenté salir. Desde entonces he intentado la dirección contraria pero con bastante poco éxito.”

Y no puedo evitar reír yo también. Por fortuna ella lo interpreta como un gesto encantador. Al mirar de refilón por encima de su hombro veo que Ella se sonríe. Hacer reír a la Muerte es, como mínimo, digno de figurar en mi currículum. Le pregunto si no echa en falta un café a la hora que es y por toda respuesta se levanta y coge su bolso. Al caminar a su lado levanto disimuladamente la mano para ver si puedo tocar la de Ella. La Señora Muerte me la coge. Ha mirado para otro lado intentando que no se le note pero la he visto volver a sonreírse. Avanzamos los tres por el pasillo. Vuelvo a pensar en “Pulp”.


“Y estaba Céline y la señora Muerte. Siempre estaba la señora Muerte. Ésa sí que era una puta. Quiero decir que ¿qué otra cosa se le podría llamar?”

6 oct 2015

He vuelto

Es como si los últimos tres años hubiese estado criogenizado, esperando para volver a la acción. Ahora el coma es algo lejano y ni siquiera sé cómo caí en él. Ya no recuerdo las noches en vela llorando ni tan siquiera aquella sensación de estar viendo mi propia vida a través de una pantalla cristalina. Vuelvo a tener a la vida agarrada por los cojones y no tengo la más mínima intención de soltarla. No es que ella me fuese a soltar a mí si la situación fuese al contrario. No, si la vida te tiene agarrado por los cojones ya puedes suplicar pero no servirá de nada. Me he despedido de mi psiquiatra porque es un inútil que cree que su trabajo es como el de una oficinista de atención al cliente, pero con recetas. Alguien llega, le hace un par de preguntas y va siguiendo el guión hasta que le lleva al nombre de un medicamento, punto. En nuestra última sesión le pregunté por qué era mejor estar enganchado a los ansiolíticos que a los estimulantes. No supo contestar nada que merezca la pena transcribir.

A mí lo que la sociedad estipule como correcto me la trae floja. Llevo 16 horas trabajando sin parar y estoy mejor que nunca. Me queda cocaína como para matar a un caballo de carreras y otras 20 horas de fin de semana por delante. El lunes entraré en la oficina con el proyecto bajo el brazo y cuando lo exponga y las mandíbulas de todos caigan con un sonido decrépito al suelo y me pregunten que cómo coño lo he hecho me limitaré a sonreír y a decir:


—He vuelto.

1 oct 2015

El Suicida Enamorado


Decir que lleva toda la vida analizando la situación para hallar el problema sería, quizás, aventurar demasiado. Lo único que lleva haciendo toda la vida es dejar morir los días, esperando que algún día sea el último. Por eso, aunque en su cabeza se pose una apreciación diferente, como narrador omnisciente puedo deciros que El Suicida cree lo que cree porque lo va a creer durante 5 minutos. Dentro de 5 minutos pensará algo completamente diferente y que probablemente no tendrá nada que ver con nada que ni siquiera yo sé todavía qué será. Pero en este instante, con esos calzoncillos “slip” que tanto dice odiar (pero que en realidad le resultan profundamente indiferentes) una talla más grandes de lo que deberían, mientras extiende la mano para coger el mechero,  tiene lo que cree es una de las revelaciones más importantes de su vida. Sólo es otra idea de las que anidan en su mente y, como todas las demás, se irá por donde vino. El Suicida aún es joven. Mucho más joven que aquella noche en la que tiene que explicar a su hijo cosas sobre la muerte. Demasiado joven para siquiera saber qué es exactamente la neurosis, o siquiera para que le importe.

Ojalá pudierais verlo en la magnitud y profundidad que yo veo. Y ojalá pudiera ver lo que pensáis que veis en él, sólo por curiosidad. Ahí está, encendiendo el cigarrillo con una pose que sólo una estrella de rock con graves trastornos de narcisismo podría adoptar en el salón de su propia casa. Con los pelos de la barriga empapados de sudor y uno de sus testículos fuera de los calzoncillos “slip” que dice odiar. La chica que le ha pasado el mechero está sentada justo enfrente, en el salón. Cree que todo lo que él transmite es pura patraña, esa pose de dejadez y ese aire de indiferencia tienen que ser auto-impuestos, piensa ella. En lo profundo de su ser hay una preocupación enorme que le agobia y no le deja respirar, un joven delicado y sensible que no podría abrirse como una flor porque arrancarían su pistilo sin ningún tipo de vacilación, cree ella. Por supuesto, como todos los que creen qué se oculta en su interior, se equivoca. En su interior no hay nada más que lo mismo que en su exterior más superficial; la más profunda y densa indiferencia por todo que como narrador he visto nunca en ningún personaje. Por eso el relleno que hay en medio lo llena una enfermedad mental. Porque una persona no puede estar simplemente vacía.

En este momento El Suicida cree haber dado con la clave de por qué ninguna de sus relaciones dura:

¿Cómo va él a enamorarse de una persona que sea capaz de enamorarse de él?

Por eso el amor sólo le dura cuando es obsesivo, porque se obsesiona cuando no es correspondido. Cuando una chica empieza a enamorarse de él se aburre de ella y la acaba despreciando, rechazando y, algunas veces, incluso dañando a posta. Por supuesto nosotros sabemos que se equivoca, que esa no es la respuesta. Pero la verdadera respuesta se la dará un psiquiatra algún día y esa es otra historia que aún no ha tenido lugar en este espacio-tiempo que visitamos ahora mismo.


Diez minutos después piensa en dejar de fumar por quinta vez ese día y el amor le parece superfluo. Piensa en dejar de fumar porque le está matando y lo sabe. Aunque, nosotros también sabemos cómo termina esa historia.

22 sept 2015

¿Cuál es el sujeto? ¿Yo o el camino?


El pasillo está oscuro. La humedad me dificulta el respirar. La oscuridad que me rodea es anti natural. No hay ojos que se puedan acostumbrar a ella porque parece creada para que ningún ojo pueda jamás acostumbrarse a esto. Mis pulmones desde luego no se acostumbran. No sé cuánto tiempo llevo recorriendo estos pasillos pero a cada segundo la humedad de sus paredes y esta presión extraña que siento por todo el cuerpo parecen crecer en vez de mermar. En lugar de acostumbrarme a esta oscuridad a cada paso me parece que me inunda más y más. Pero sigo avanzando, cada vez más pesadamente, siguiendo el reguero. Siguiendo los latidos de mis sienes que parecen empujar cada una de mis moléculas para que siga avanzando. Y cuando las paredes de repente son de acero la presión en mi pecho se reduce. Pero entonces siento el estomago pesado. Como si hubiese comido algo horrible. Como si hubiese devorado un alma que no me correspondía arrebatar. Y yo no contento con robarla decidí hacerla parte de mí para siempre y cargar con el peso mientras avanzo. El suelo bajo mis pies se vuelve opaco. Y el rastro de sangre es entonces una línea carmesí que irrita el ojo, que parece representar todo lo malo que puede sentir alguien en sus carnes. Todo estaba bien. Todo estaba opaco. Y de repente trazaste una línea roja. Todo era oscuridad. Y de repente, el dolor.

Punzante pero sobre todo vibrante. Eso es, vibrante. Como si te atravesaran con una de esas mini sierras para trinchar el pavo que tienen todos los americanos de las películas en acción de gracias. O los americanos en las películas de acción de gracias. Como si el artículo deformase todo lo que le viene detrás. No. Que avanzo no es más que eso. Que avanzo. Sólo tiene relevancia porque voy a llegar a un sitio. ¿De otra forma? ¿Cuál es el sujeto? ¿Yo o el camino? ¿Hago yo el camino al andar o el camino me hace a mí al andar sobre él? Pero avanzo que es el verbo desprovisto de valor en esta onírica parte de mi viaje y relato y mientras lo hago las paredes de repente son una cueva. Y ahora el suelo es rojo. Y es más espantoso aún mi silencioso guía. Lo es porque aunque pudiera parecer increíble parece destacar más aún que sobre el suelo opaco. Y es un pensamiento horrible que me sube las nauseas hasta la garganta y me hace empezar a sentir pánico. Pero un pánico atroz. Como el pánico que se le tendría a una situación tan dispar como esta en la que me encuentro. No quiero avanzar. No quiero llegar a donde sé que tengo que llegar pero no puedo sino seguir avanzando porque siento su presencia heladora en mi espalda. Y su presencia me impone una emoción tal que con sólo haber recordado que está tras de mí siento ganas de llorar y empiezo a avanzar más rápido. Ahogándome en mí mismo mientras se me escapan gemidos que son casi como aullidos de desdicha y horror. Como el grito del hombre que se sigue a sí mismo, y por fin, se encuentra.

No hay manual de instrucciones para la violencia. Ni lo había para mí mismo cuando empecé a intuirme. Y el resultado está frente a mí. A través del cristal puedo verlo todo perfectamente. Dentro estoy yo. Y el otro al que estoy viendo también soy yo. El otro grita, pero no se oye a través de las duras y frías paredes. Acerco mis manos y mi cara al cristal y lloro en silencio mientras contemplo como lo mata una vez más. En el interminable ciclo. Y el yo que empuña el cuchillo lo deja caer con un odio tan atroz, con una violencia tan pura y perfecta, que mis lágrimas parecen carámbanos al salir de mis lagrimales. Como pequeños cristales que me rajan el alma y que nunca podré extirparme con éxito. Lo peor de todo es el tambor que escucho. Que escucho y que no sé si en realidad escucho. ¿Hay tambor o sólo está en mi imaginación, torturándome? Es como un sonido ritual. Como el de la invocación de un Dios que sólo ha prometido muerte. Y lo peor de todo es que estoy aquí sólo en el cristal. Por eso lloro. Hay dentro hay dos versiones de mí. Una matando y otra dejándose matar. Eternamente. Juntas. Y yo estoy condenado a mirar desde aquí. Solo. Pero no puedo seguir mirando mucho tiempo, porque empiezo a sentir su presencia heladora tras de mí y el miedo me vuelve a subir por la garganta. Y vuelvo a avanzar aunque no quiera porque sé lo que me espera. Un cristal, y luego otro, y luego otro, y luego otro. Por el que mirar eternamente solo. Hasta que el pasillo se acabe y me encuentre a la muerte de frente y me pregunte con su sonrisa de suficiencia.

-¿De qué has estado huyendo?

17 sept 2015

Menú desplegable en Blogger for dummies

Crear un menú desplegable para Blogger como el que yo tengo en Cenizas del Caos es relativamente sencillo, incluso si no tenemos ni la más mínima idea de informática. Bueno, sin la más mínima no tendríamos un blog, claro, pero ya me entendéis. Lo primero es integrar el menú en Blogger con código HTML. Aquí tenéis el código base que tenéis que pegar en Diseño-> Añadir gadget -> HTML


 <nav id="menu_gral">
  <ul>
    <li><a href="#">Opción 1</a>
        <ul>
       <li><a href="#">Opción 1.1</a></li>
       <li><a href="#">Opción 1.2</a></li>
       <li><a href="#">Opción 1.3</a></li>
        </ul>
    </li>
    <li><a href="#">Opción 2</a>
        <ul>
       <li><a href="#">Opción 2.1</a></li>
       <li><a href="#">Opción 2.2</a></li>
        </ul>
    </li>
    <li><a href="#">Opción 3</a></li>
    <li><a href="#">Opción 4</a>
        <ul>
       <li><a href="#">Opción 4.1</a></li>
       <li><a href="#">Opción 4.2</a></li>
       <li><a href="#">Opción 4.3</a></li>
        </ul>
    </li>
  </ul>
</nav>
   
 

Después basta con sustituir los “#” con la URL que queráis que aparezca al hacer click en las categorías (lo podéis organizar usando las etiquetas) y “Opción X” por el texto que queráis que se muestre. Para haceros una idea yo tengo sustituido Opción 1 por Literatura y en la URL la que corresponde a la etiqueta del mismo nombre. ¿Sencillo, no?

Ahora sólo queda entrar en Plantilla->Avanzado->Añadir CSS y pegar el siguiente código:

#menu_gral li ul {
    position: absolute;
    width: 0;
    overflow: hidden;
}

#menu_gral li:hover ul, #menu_gral li:focus ul {
    width: 100%;
    z-index: 5;
    margin: 0 -4rem -4rem -4rem;
    padding: 0 4rem 4rem 4rem;
    background:  none;
}

¡Y listo! Así de sencillo. Si queréis entender cómos y por qués o domináis un poco HTML y CSS y queréis aplicarle algún otro diseño o estilo de todos los tutoriales y guías que podéis encontrar por Internet, que son muchas, yo os recomiendo esta.

11 sept 2015

La sexualidad evoluciona, el capitalismo es estático


La verdad es que 130.000 divorcios al año tan sólo en España son para, como mínimo, empezar a plantearse ciertas cosas sobre las ideas del amor eterno, la monogamia y las relaciones humanas en general. No es de extrañar entonces que ideas como el poliamor, las relaciones abiertas y distintas cosas “nuevas” (que no son nuevas, y si no que pregunten al Marqués de Sade) vayan cobrando popularidad. Es obvio que las generaciones que nos precedieron se han equivocado en muchos sentidos y es el momento de experimentar cosas nuevas.

Pero, ¡ah, amigos!, si hay algo con el mismo poder de atracción que el sexo es el capitalismo. Ambos funcionan como “agujeros negros” que absorben el resto de facetas de la vida que les rodean y los transforman en algo nuevo y totalmente dependiente de ellos. Es imposible crear algo nuevo que el capitalismo no absorba y transforme en una versión retorcida que cueste una cierta cantidad de dinero. No hay más que pasear por un mercadillo “hippie” para comprobarlo. Aún me asombra que haya norteamericanos ganando un buen pastizal de vender camisetas del Che Guevara. Gracias por deformarlo todo y convertirlo en una broma, siglo XXI.

Por supuesto el mundillo liberal y swinger no iba a ser menos. Hoy mismo, viernes 11, hay una fiesta en Murcia con esa temática que además ofrecerá espectáculo pornográfico y actividades del estilo. La gracia está, como en todo, en ese tufillo a “eres guay y diferente y liberal y triunfas en la vida” que se intenta vender en este tipo de sitios que repercute en lo que repercute. Exacto, el precio: en taquilla 20€ para chicas y 30€ para parejas o chicos solos.

Sea o no un poco excesivo, lo cual es una apreciación algo más personal, lo que sí que me ha llamado soberanamente la atención y ha disparado mis alarmas internas es la diferenciación de precios. Así que he acudido a la web de los organizadores, un pub llamado Murcia Liberal con una web muy del estilo del Piso de Lola, y he comprobado que son un pub en el que las chicas entran gratis a diario pero los chicos pagan una media de 20€ según el día (los sábados pagan más). Féminas liberales disponibles para todo macho exitoso que se pueda permitir pagar 20 pavos por tomarse un cubata en un bar que se encuentra en una carretera secundaria…. ¿os suena? Sin faltar al respeto a las chicas que acudan, pero a mí me suena a un puticlub de toda la vida.

En su línea liberal e igualitaria en la fiesta de esta noche prometen bailarinas de barra americanas hasta el amanecer…no sé, pero a mí me sigue sonando a lo que me suena. Y si echáis un vistazo al cartel creo que está clarinete. Prometen carnaza femenina. Ni parejas en pleno intercambio ni hombres y mujeres charlando, no, la imagen que ofrecen para promocionar su fiesta es la de siempre; tetas.

Igual se defienden diciendo que si no cobrasen a los chicos y dejasen gratis a las chicas, aquello se llenaría de tíos y no acudiría ninguna chica a la fiesta. Un pensamiento también muy liberal y moderno y nada sexista.

En fin…lo dicho en el título: la sexualidad evoluciona, pero el capitalismo es estático.


PD: Sí, todo esto ha venido a raíz de esta entrada de los compañeros de C’mon Murcia.

9 sept 2015

El Suicida


El suicida vuelve a casa a una velocidad superior a la que se le presupone a alguien que no tiene ninguna prisa por llegar a ningún sitio. Vuelve dando caladas espaciadas en el tiempo a un cigarrillo que se apaga constantemente y que lleva fumando desde que salió del trabajo. Pensando en la absurda manía que tienen casi todos los seres humanos que conoce de aferrarse a lo que se muere. Quizás es por qué les hace pensar en su propia mortalidad, y ese es un tema que, de tan escabroso y horrible, su inconsciente no puede evitar hurgar morbosamente. Quizás no tan a menudo como a él su obsesiva neurosis le permite hurgar (unos 257 pensamientos al día referidos a la muerte, de media), pero sin duda, abusando de la coma, lo hacen. Gira mecánicamente a la derecha y a la izquierda pues es un camino que, de tan andado que lo anda, podría hacer con los ojos cerrados. Si cerrase los ojos ahora esquivaría al tráfico sin el menor problema hasta que algún suceso incalculable rompiese la lógica ecuación que se iría formando a su mente a cada segundo. Un viraje inesperado de algún conductor que se despista mirando el móvil. O un atasco. Y entonces se estrellaría contra el coche delantero. Imaginarse los fragmentos de metal y cristales rozando sus mejillas le provoca de forma instantánea más estimulación cerebral que el cigarrillo. Enseguida se imagina estallando a la vez que el morro delantero de su coche. Es la décima sexagésima tercera vez que piensa en la muerte ese día. Está siendo una jornada prolífica. La música que la radio escupe a bocanadas fragmentadas provocadas, entre otras cosas, por la mala recepción de un aparato que debería haber jubilado hace años y la lluvia, habla sobre traiciones pasionales y despecho. Que Rimbaud me perdone el usar un lenguaje tan soez, pero a él esas cosas siempre le han sudado la polla. Su cerebro sólo es capaz de procesar lo lógico y, para él, las presuposiciones acerca del amor y la monogamia que tanto ansiaban venderle muchos de sus congéneres eran de todo menos lógicas. Rita tenía otra forma de pensar pero eso él, lógicamente hablando, no lo veía de su incumbencia. Que cada cual arrastre sus pensamientos y condenas y flexibles normas morales hasta donde su imaginario le permita, es decir; dentro de sus solitarias y pobres cabezas. Él sólo entendía de lo que era mejor para él. Rita le hacía feliz. A Rita no le gustaría que él se acostase con otras mujeres. Hacer el amor o follar o copular o practicar el sexo (pues, desde el punto de vista de la lógica, no importa el nombre que cada uno le dé, sigue siendo el mismo acto) a discreción sin seso ni orden con la primera que se pusiera delante no le haría feliz. La ecuación aparecía clara y resuelta en su propia cabeza y es todo lo que le bastaba. Claro que jamás firmaría un “hasta que la muerte nos separe” aunque ya lo haya jurado en un altar frente a los presentes. Es la décima sexagésima cuarta vez que piensa en la muerte ese día. Jurarlo fue un trámite sin sentido lógico alguno. No podía prometer cumplir nada hasta los límites humanos de su mortandad, así que prometerlo no era sino un juego, una farsa. Un trámite. Le gusta más esa expresión. No es sino un trámite. El cigarrillo le exaspera de tan infinito que se le antoja en este viaje y abre la ventanilla para tirarlo a la calzada. Gotas de lluvia, desesperadas por irrumpir en donde no las llaman, se cuelan por la pequeña rendija que abre del cristal. Mientras tira el cigarrillo se pregunta cuántos le separan del cáncer. Es la décima sexagésima quinta vez que piensa en la muerte ese día. Siempre piensa en morir cada vez que enciende un cigarrillo y también lo hace cuando lo acaba. También mientras lo fuma pero no siempre es por el tabaco. Para él pensar en que se va a morir es automático. Lo primero que se le viene a la mente cuando abre los ojos al escuchar el sonido de la alarma (ahí lo piensa con alivio) y lo último que está meditando cuando, sin ser consciente, consigue dormirse por fin (esa vez con congoja). Para cuando llega al garaje y se imagina la puerta cayéndose encima del coche y aplastándole vivo, sus costillas hundidas en sus pulmones y su laringe abnegada en sangre burbujeante mientras hace vanos esfuerzos por respirar, es la décima septuagésima segunda vez que piensa en la muerte ese día. Lo de la puerta aplastándole también es una imagen frecuente en su neurótico imaginario personal. Después, sin ningún ímpetu ni ilusión, como el resto de cosas que pasan por su vida, repite el ritual de besos, abrazos, deberes, televisión, ducha y cena. Pero en la cena sí ocurre algo interesante que le distrae por unos segundos del décimo octogésimo quinto pensamiento en la muerte del día (provocado por los dientes del tenedor). Jaime, su primogénito y único hijo pese a su voluntad, pregunta algunas dudas que la cara que Rita pone le hace imaginar que lleva arrastrando todo el día sobre la muerte de su hámster, Mickey. Rita le mira. Está claro que “le toca” responder a él. Con la mirada la interroga para averiguar cuánto sabe el niño. Rita parece haber optado por la vía moderna y eficiente de ser directa, clara y concisa. Y él lo agradece, aparte de porque no tendría lógica alguna cualquier otra vía (tarde o temprano el niño acabará sabiéndolo todo igual, mentirle o disimular la verdad no es más que una forma de preservar la ficticia paz en su beneficio al corto plazo) no es la clase de padre que pueda pasarse media hora hablando del “cielo de los hámsteres”. El suicida intenta ser claro y dulce, y más precisamente en ese tema, que tan estudiado tiene él mismo. Durante toda la charla Jaime mantiene una actitud comprensiva y abierta, hasta que llega la pregunta crucial, que expone ante ellos con una mueca de horror e incomprensión en su rostro. Casi le parece verse a sí mismo a través de sus palabras cuando les espeta:

—Pero… ¿entonces yo también moriré algún día?-mientras abre los ojos anticipando la obvia respuesta.

El suicida mira a Rita, que parece a punto de decir algo pero al final aprieta los labios en una mueca extraña que no es capaz de adivinar a ciencia cierta qué clase de sensaciones esconde. Durante unos segundos que parecen decisivos en sus vidas pero en realidad no tienen la más mínima importancia reflexiona en sus adentros su respuesta. Opta por la brevedad y la exactitud más absolutas:

—Sí-se limita a responder.

El niño mira a la mesa, reflexionando a su vez para sus adentros. El suicida y su esposa le dejan hacerlo con calma. El suicida está pensando en la misma pregunta que Jaime, pero no lo saben. Se plantea una y otra vez como consiguió permitirse a sí mismo traer a otra vida a este mundo cuando juró durante toda su vida que jamás cometería un pecado semejante. La ansiedad se le dispara y le atenaza la garganta, amenazando con inmovilizarle por completo. Rita se da cuenta y le coge la mano. Intenta concentrarse en su tacto y no pensar en todas las oportunidades que desperdició en su día para suicidarse. Intenta no pensar en que está atado a la vida pues no puede dejar desamparados a Rita y Jaime. Intenta no pensar en absoluto. Pero el marcador sube rápidamente hacia la tricentésima vez que piensa en la muerte a lo largo del día. Y sigue subiendo amenazando con no parar. Bebe agua. Para alivio de todos, incluyendo el suyo propio aunque no sea consciente, Jaime se queda en silencio. Pide permiso para ver la televisión con ellos un rato, pues no le apetecen sus cuentos ni irse a la cama. Rita lo permite advirtiéndole de que es un sí tan excepcional como la situación y que no tiene que tomarlo, ni mucho menos, como una costumbre. Cuando Jaime se levanta y se marcha, Rita se marcha a la habitación intentando disimular su propia ansiedad y prisa. Vuelve con una pastilla de Lorazepam oculta en la palma de su mano y se la ofrece al suicida. Este la traga con premura y un gran trago de agua. Tarda unos segundos en darse cuenta de que está sonriendo. Que Jaime muestre signos precoces de una obsesión con la idea de la muerte tan parecida a la suya ha pasado, al convertirse en real, de uno de sus mayores miedos a un extraño caso de orgullo paterno. Piensa:


“¿No somos todos los vivos si no suicidas frustrados?”