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16 nov 2015

La tiranía de los hombres malos



Todo muskir es jamr y todo jamr puede ser útil para cumplir con el designio de Alá, aunque Mahoma no pudiera darse cuenta. O eso quiere creer Abdul mientras teclea con un cigarrillo de kif colgando de los labios. Y lo mejor del trabajo es que cumpla con la ley y lo mejor de la ley es que sea. Impuesta, aceptada o inevitable, pero que sea. Se toma unos segundos mientras mira la pantalla y cruje su cuello. Hay quienes piensan que su trabajo es más fácil que el de él, pero ellos jamás sabrían hacerlo. Requiere de habilidades más difíciles de cosechar que apretar el gatillo de un AK-47, aunque Abdul sepa también perfectamente como hacer esto último. Está a punto. Un trabajo es un trabajo y siempre es como cualquier otro cuando uno lo domina y lleva haciéndolo el suficiente tiempo. Él sabe que este en concreto está en su punto más difícil y que las siguientes frases determinarán su ya más que posible éxito. Así que las escoge sabiamente y ve sus frutos en las respuestas que su interlocutor le manda por el chat. Sonríe satisfecho. Acaba de reclutar otro soldado.

Sabe, piensa de nuevo, que hay quien minusvalora su trabajo, pero no Alá. Alá lo comprende todo de una manera que él no puede ni imaginar y valorará su esfuerzo y tendrá un lugar reservado en el Jannat. Quizás incluso ese lugar incluya una recompensa mayor que la del chico al que acaba de convencer para unirse a la lucha e inmolarse la semana que viene. Sólo quizá. Acaricia sus manos mientras se toma unos segundos para despedirse del joven jundi, después cierra el portátil y se levanta para vestirse y prepararse para reunirse con ellos. Está deseando contarles que ya queda poco. Antes de ir hacia el baño a lavarse un poco se sienta en la cama a terminar el kif.

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