Es el
verano del amor en París. O eso parece en su Facebook. En Murcia yo estoy
resoplando como un animal y sudando a chorros. No me pongo nada de ropa cuando
cojo un cigarrillo y salgo a su balcón. Sin gafas la vista sólo me deja ver
hierba, como si fuese una hormiga. No me siento una hormiga. Las hormigas son
blandas por dentro pero tienen un exoesqueleto tremendamente poderoso. Me
siento una cebolla pocha. Un cuchillo afilado puede abrirme y comprobar lo que
su buen olfato ya le había dicho: el interior está podrido. Ella me sigue.
Debería decir algo. Pero me da vergüenza. Nunca he sido bueno en decir cosas.
Fantasearlas me basta. De todos modos qué podría decirle.
-Lo
siento-le digo al final. Viendo que ella calla.
-No
pasa nada-me dice mientras me acaricia la espalda con tristeza. Nunca las había
saboreado hasta hace relativamente poco pero ahora parezco tener un imán para
las caricias tristes-Últimamente
parezco tener un imán para estas cosas-añade ella.
Por el
rabillo del ojo veo que se está haciendo otro porro. Pienso en volver la cara
pero sinceramente no me apetece. El sol empieza a quemarme la piel. ¿Le digo
que es por otra mujer? No. Eso probablemente sólo la hiriese más. Mejor callármelo.
-¿Qué
tiempo crees que hará en París ahora mismo?-le pregunto.
-No lo
sé-me dice-Supongo que mejor que aquí.
Sigo
fumando en silencio. Arrojo la colilla por el balcón. Ella parece querer
decirme algo. Aprovecha el momento en el que tiene que bajar la vista al porro
para rularlo.
-Oye-me
dice.
Me
vuelvo. Efectivamente está con la vista en el porro mientras lo rula.
-Dime-digo.
-Sé que
confío en ti. Sé que todos confían en ti. Pero hay algo que nunca te he
preguntado porque creía obvio y últimamente que nos vemos más no tanto-hace una
pausa dramática de esas que le gustan a ella mientras pasa la lengua por la
pega del papel- ¿Y tú? ¿Crees en ti?
Durante
un segundo la pregunta me pilla con las defensas bajas. Casi la puedo sentir
perforándome la piel y buscando penetrar mi interior. Me recobro rápidamente.
La expulso. Saco las púas falsas que me injerté bajo la piel y la pincho hasta
que no es más que un juego. La vida de alguien que no es él mismo. Por un
segundo cierro los ojos y fantaseo que cuando los vuelvo a abrir estoy
petrificado. Como si pudiese darle a un botón. Ella me zarandea y me mueve pero
después se acaba yendo. Y yo me quedo allí durante horas. Sin volver a activar
el botón. El día dura eternamente y yo sigo allí en pie, con el sol en mi
espalda, hasta que la piel de mi espalda está tan quemada que se cae hecha
jirones. Hasta que se me empiezan a quemar los músculos. Y después los huesos.
Pero yo no me muevo. Y ni siquiera cuando soy ceniza y floto en el aire me
siento libre. Vuelvo a abrir los ojos.
-Claro
que sí-le miento-Sólo estoy teniendo mala suerte.
-Eso es
lo más importante- me dice ella. Me besa en la mejilla y me sonríe-¿Vamos
dentro? Tengo allí el mechero.
-Y hay
aire acondicionado-le digo yo-Que con este sol se puede derretir una persona.
Ella se
ríe y dice que por un segundo me ha visto derretirme como si fuese de cera.
Hasta ser sólo una plasta humeante de mí mismo. En mi mente no tiene ni puta
gracia. Pero aún así me río.
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