Es
como un baile acompasado del que sólo yo sé los pasos exactos. Ese olor tan
característico de su sudor. Cada sudor huele de forma única y el de ella
huele…de forma indescriptible. Eso me gusta. Aspiro fuerte por mis agujeros
nasales y retengo el aire unos segundos. Noto sus piernas agitarse. El sonido
que emite su garganta intenta escapar por entre las rendijas de los dedos de
mi mano, que tapan su dulce y pequeña boca con forma de corazón. Sus
pupilas dilatadas. Y las mías. Probablemente para ella este momento no
transcurre a la misma velocidad con la que transcurre para mí, para mí estos
escasos segundos son mi auténtica vida. Mi única forma total y completa de
desnudez. Recuerdo esos versos de Sabina: “muchas me ven sin ropa pero sólo tú me
ves desnudo”. Son los únicos segundos en los que me permito dejar caer mi
máscara ante otra persona. Doy otro paso para agarrarla más fuerte. Mi cuerpo
aplastando su cuerpo contra la pared. Mi corazón latiendo muy rápido, bombeando
la cantidad de sangre necesaria e imprescindible para llevar a cabo mi tarea. Unidos,
ella y yo, en la misma coreografía que sólo yo puedo ejecutar tan
perfectamente.
Me
separo de su cuerpo lo justo y necesario para la penetración. Doblando
levemente las rodillas para empujar con más fuerza. Y empujo. Sus ojos se giran
inconscientemente hacia arriba en ese agónico gesto al sentirme dentro de ella.
Me recreo en los pequeños segundos en que dejo que se hunda totalmente. Después
todo empieza a ir cada vez más rápido. Saco el cuchillo y lo clavo de nuevo y
de nuevo. Hasta que sus ojos se vuelven hacia arriba del todo y ella cae al
suelo lentamente mientras la sigo sosteniendo contra la pared para controlar su
caída y el sonido que produce.
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