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28 abr 2009

Fascis

Hago crujir mis nudillos. Me meso los cabellos canosos. Estoy demasiado nervioso. Mi cabeza bulle rápidamente mientras salto de un pie a otro intentando tomar la decisión correcta. ¿Cuál es la decisión correcta? Suspiro. No creo que exista una única decisión correcta. Habría que mirarlo desde diferentes puntos de vista. Pero el mío es el decisivo. Soy el presidente de este maldito país y de mi depende toda y cada una de las decisiones que le afectan. Soy un fascista. Oh si, os escandalizareis al oír la palabra. Últimamente esos putos comunistas hacen bien su trabajo de difamación. Cuando alguien dice: “Fascismo”, inmediatamente la gente evoca a Hitler con un lanzallamas haciendo arder a bebes inocentes. Julio Cesar. Julio Cesar era fascista. Desafió al Senado y quiso hacerse con el poder absoluto en todo el Imperio por lo que el pensaba era mejor para Roma. Pero vosotros a Julio Cesar no lo veis con los mismos ojos que a Mussolini. Y mató a mucha más gente. Incluso con sus propias manos. Sois tan estúpidos…os dejabais manipular por la televisión por eso tuve que prohibirla. Creíais a los periódicos al pie de la letra. Por eso tuve que censurar la libertad de prensa. Las libertades individuales son placeres que el mundo no está destinado para disfrutar hasta que el ser humano no cambie. Lo habéis demostrado. Se os daban libertades y pedíais más, pero no os comportabais con responsabilidad. Abortos. Matrimonios entre invertidos… Pienso en la clase de futuro que nos espera. Café descafeinado. Cerveza sin alcohol. Refrescos sin burbujas. Tabaco Light. Dulces sin azúcar. ¿Qué será lo siguiente? ¿Sexo sin penetración? Seguro que existe. Maldita sea. Tampoco nos perdemos nada tan importante. ¿Cómo será el futuro cuando esa clase de jóvenes llegue al poder? Casi prefiero no verlo, así que simplemente pienso: “A la mierda” ; y aprieto el botón rojo. En algún lugar varias cabezas nucleares son lanzadas contra Rusia. La guerra ha comenzado. Probablemente el mundo acabe. Pero se lo merece. Y además a mi me queda poco tiempo de vida, así que me da igual.

27 abr 2009

Círculo

A menudo, José C. pensaba que todo el mundo se apropiaba de sus ideas. Cuando comenzaba a escribir durante las clases en su diminutivo despacho de la facultad de Periodismo borraba una y otra vez las enroscadas frases, “Esto ya se escribió”, “Recuerdo estos adjetivos de no sé dónde”, “¿Quién me dijo el otro día estas construcciones?” eran algunos de los pensamientos que frenaban su pluma y su voluntad a cada segundo. José C. nunca se alteraba por nada. Había conseguido su empleo por pertenecer a un grupo de la iglesia católica y se entregaba por completo a su nuevo oficio. Le habían asignado un despacho pequeño, con una sola cristalera hacia el pasillo que él procuraba mantener engrasada para atender rápidamente a los profesores. Los alumnos eran tan sólo alumnos.

Una mesa pintada de verde ocupaba todo lo largo de la estancia sobre la que se apilaban decenas de carpetas, bolígrafos y clavos con un orden casi cósmico. Completaba el mobiliario con dos anaqueles oxidados, una percha de un solo cuerno y algunas cajas llenas de camisetas que una marca de refrescos regalaba por la compra de cuatro latas. La expendedora estaba muy cerca de la puerta de conserjería. Allí la colocó José C. cuando notó que algunos chavales la golpeaban para extraer refrescos gratis o el endiablado invento se quedaba con la mitad del cambio, lo que ocurría frecuentemente.

El aulario, dividido en seis clases rectangulares y un pasillo común debí abrir sus puertas a las cuatro de la tarde. Con sol o diluviando, José C. no aparecía hasta las cuatro menos un minuto, con su litro de agua bajo un brazo y unos cuantos folios doblados en el bolsillo de su chaqueta. Cierta vez se retrasó casi un cuarto de hora pero no se recuerda que llegara nunca antes de su hora. Las clases comenzaban cuando los profesores acudían a las aulas sin que hubiera que cumplir con un horario determinado. Cosa ésta que disgustaba mucho a José C. si bien se cuidó de no comentar nada a sus compañeros, primero porque cualquier crítica le parecía una forma se soberbia; además, y esto le había costado muchas oraciones, nadie le prestaba excesiva atención.

Una vez que los estudiantes desaparecían de la entrada José C. recogía las colillas y los envoltorios de chicles que se esparcían por el pasillo y se sentaba a escribir. El rumor de una acequia cercana se disolvía en su concentración aunque el hedor de las aguas estancadas aún aguantaba una media hora. Cada línea que surgía de su bolígrafo de tinta negra se mantenía intacta apenas tres segundos. Entonces, una gruesa goma devolvía al papel su inocente blancura. De nuevo, unas cuantas palabras lanzaban su mano al extremo del folio para retornar, goma en ristre, hasta el punto de inicio de su mal formada recta. Algunos días, escribía y borraba durante horas, repitiendo, al final de la tarde, las mismas oraciones varias veces sin recordar que ya habían sido escritas y difuminadas. José C. no entendía porqué las musas habían abandonado su ingenio. Entonces, suspiraba y volvía a escribir: “A menudo, José C. pensaba que todo el mundo se apropiaba de sus ideas”.



25 abr 2009

Die with your boots on




En un rincon de la pequeña fabrica de muebles. John Suffer contaba las últimas balas que le quedaban a su revolver. El olor a muerte había impregnado sus ropas, tenía una costra de sangre seca bajo las uñas y el pelo chorretoso de aceite de coche. Se había untado el pelo al resbalar sobre el asfalto huyendo de una abominación. John tenía 27 años y desde hacía 10 vivía en Racoon City. Se mudó tras el divorcio de sus padres, su madre obtuvo la custodia. Hacía al menos 5 años que no veía a su padre. Tampoco le importaba, siempre le había odiado. Ahora estaba casado con la que fue su amante, pero eso le parecía tan indiferente hacia si como el sueño de otra persona. En el mejor de los casos su madre estaba muerta. No podía ni imaginar el peor de los casos. 16 balas, eso es todo lo que le quedaba. Los pasos pesados de las botas militares de Chris Redfield resonaban por la escalera metálica que llevaba a la oficina.

-¿Algo útil?-preguntó John
-Nada-dijo Chris-Casquillos y sangre por todas partes
-¿Cuántas balas te quedan?
-Dos cartuchos para el rifle y a duras penas 8 o 10 balas de la 9mm-dijo Chris-Sólo de pensar en el armamento que teníamos en el helicoptero…de todas formas tengo suerte de estar vivo

A Chris se le cortó la voz, siempre le ocurría cuando hablaba del accidente. Según le había contado a John había sobrevivido a una pesadilla horrible en una mansion de Umbrella Corporation y cuando creían estar a salvo algo golpeó el helicoptero y cayeron en mitad de la ciudad sumida en el caos. Todos sus compañeros habían muerto. Chris hablaba en especial de su compañera. Jill Valentine. Chris le había intentado explicar muchas cosas a John sobre lo que estaba ocurriendo, pero John no era bueno en temas cientificos, sólo sabía que el T-Virus había provocado todo lo que veía. De todas formas ni siquiera le importaba. Solo le importaba que fuera, cientos de voces gemían a la luna pidiendo carne humana, la suya. También le importaba ese estúpido monstruo que les perseguía sin cesar, proclamando “STARS” una y otra vez, habían malgastado demasiada munición pero al parecer era invatible. Además no podían refugiarse en el mismo sitio demasiado tiempo porque les perseguia. Si el infierno existia había encontrado la manera de cobrar forma en las calles de aquella tranquila ciudad de Pensilvania.

-A mi me quedan 16 balas-dijo John-Y creo que debería guardarme una para mí
-Si así lo crees…-dijo Chris Redfield
-¿Tu no?
-No-dijo Chris-Gastaré todas y cada una de mis últimas balas en esos monstruos. No me pienso suicidar
-¿Prefieres ser uno de ellos?
-Si-contestó secamente-Moriré con las botas puestas

De repente sonó el estruendo de la pared de enfrente al venirse abajo, entre el polvo del yeso y los fragmentos de cemento que se dispersaban en todas direcciones se escuchó una voz familiar que gemía. Gemía la palabra S.T.A.R.S. Ahí estaba su Nemesis de nuevo.

-¿Querías morir con las botas puestas vaquero?-dijo John levantandose y apuntando con su revolver a la abertura en la que empezaba a aparecer el cuerpo del monstruo- Pues no te las quites

Y empezaron a disparar.

24 abr 2009

Hombres y cenizas...

No debo asustarme, solo es la mueca del clamor de la rabia y de la exacerbación en el piélago del Muerto. Es esta la estupidez de la encrespación, del abatimiento universal. Me he encontrado disipando todo el placebo sisado de los recuerdos, descarnando todo odio hacia este patético mundo tuyo. Locura con lujuria se adentraban en el curso de mi estado. Dinamismos mentales, amigos, conflictos, dilemas, recelos, neurosis, afectos,… todo girando alrededor del mismo estremecimiento. Era un sentimiento que estaba profesando desde hace bien poco, un dolor tanto más profundo que el desprecio que había estado engendrado hacía mí mismo. Eran las cenizas del caos.

23 abr 2009

Caos

Caos. Calcio + Oxigeno + Azufre. CaOS. ¿Qué es el caos? Caos es la época en la que vivimos. Caos es que Murcia sea la última de la lista de lectores de toda España. Nosotros somos las cenizas que quedan en el caos. Los posos al final del té. Los últimos de una especie que se marchita. Los últimos malabaristas de palabras. Mi nombre es Virus. El objetivo del blog no es otro que compartir historias de extensión mayor o menor de gente que aún disfruta escribiendo. De los escritores noveles de Murcia. Esperamos ser cada día más y que muchisima gente se una al proyecto y quiera publicar algo. Y sobre todo espero que nos leáis.