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28 feb 2012

The rest.


Tengo el corazón lleno de deudas. De notitas plagadas de “Hoy no es el momento”, “necesito aclarar mis dudas”. Liquido mis deudas, sopeso sus ofertas. Tengo un saco roto lleno de quizases que quizás nunca sean hechos. Algunos me preguntan si me lo estoy imaginando solo. Y yo ya no lo sé. Solo puedo saber que esta sensación de estar como masticando cristales rotos con el alma es cada vez más fuerte y viene acompañada por la terrible sensación de que ya no importa. De que podría hacer lo que sea. De que ya ha muerto y punto, solo que aún no le ha llegado la carta. Se perdería por el camino. El de la V en el pecho mira con desaprobación pues hace tiempo que nadie escribe sobre él. Dice algo sobre permanecer en el camino. Pero yo ya no sé si quiero ese camino. Ya no sé si soy fuerte como para aceptar ese camino. Ahora solo hay dudas y la creciente sensación de que la decisión tomada no cambiará nada, de que todo importa poco. Y el otro sonríe y dice que ya lo voy pillando un poco.  

21 feb 2012

Media Verónica





Jamás conocí a nadie como ella. Media Verónica odiaba la soledad pero le gustaba estar sola. Siempre decía estar mal, o “tirando como siempre” como solía expresarse; pero siempre que estaba con nosotros era con una sonrisa en la boca. Siempre decía no estar triste si no era sola. Creía que era porque le daba muchas vueltas a todo estando sola. Yo ahora creo que era porque era directora, guionista y actriz; y se había reservado un papel en el que su personaje nunca estaba triste. Había que cumplir con el guión. Tenía un algo. No un algo que atrayese a los hombres, un algo que hacía que les dejase huella. Siempre conseguía que la amasen aquellos a los que ella no amaba. Aquellos a los que ella amaba sin embargo nunca la correspondían como ella creía merecer. No sabía si había estado enamorada montones de veces por lo romántico, idealista y sensible de su carácter; o ninguna, por lo cínico, racional y desengañado de su carácter. No sabe distinguir el amor de cualquier sentimiento. Odiaba sentirse prescindible. Lo repelía, con todas sus fuerzas. Prefería ser odiada que ignorada. También se daba cuenta de cuando la ignoraban a posta. Solían confundir su persona con su personaje, lo cual le dolía. Había quién tenía la teoría de que no podía sentir. A veces ella jugaba con esa teoría. A lo mejor no sentía y lo que ella hubo calificado como soledad y desamor en su día no fue más que el horror provocado por no sentirlos. Al fin y al cabo Borges decía que lo que nos empeñamos en calificar como amor no es sino el horror. Le gustaba esa ida porque la excusaba del daño que había causado. Como si fuese una especie de ángel enviado por la balanza universal para hacerlo a quién lo merecía o lo iba a merecer en un futuro. Era un pájaro espinado, más que un pájaro espino, y como tal, voló muy lejos.

17 feb 2012

Un trabajo bien hecho.




Entrecierra el ojo y una lagrima pugna por salir. Con la mano derecha aleja el cigarrillo recién encendido de su rostro. Sus nuevas gafas de sol siempre parecen estar en la postura propicia para que el humo se cuele tras el cristal y le entre directamente en el ojo. Siempre en el izquierdo. Maldice entre dientes. En la acera de enfrente su objetivo charla animadamente en la puerta de la pescadería. La ventaja de llevar tres meses limpio era que no necesitaba apuntarlo todo en su cuaderno en cada preciso momento. Un encargo sencillo. Vigilar a la mujer y comprobar si está engañando a su marido. En cuanto Johnnie vio la foto ya conocía la respuesta. Había visto demasiadas cosas como para no saber reconocerlas cuando las tenía en la cara. Pero claro, su olfato no le iba a hacer cobrar el cheque. Necesitaba pruebas. Localizar donde se veía con su amante y sacar unas cuantas fotos. Trabajo sencillo. La mujer se despide y vira hacia la izquierda en la esquina. Johnnie entra a una tienda cercana y compra un par de chicles, sin perderla de vista demasiado tiempo. Es curioso como nadie se suele dar cuenta de que le siguen. No suelen concebir la posibilidad. Pasea por la calle fingiendo hablar a gritos por su teléfono móvil. Su teléfono esta obviamente desconectado. Últimamente el inspector Riviera no le deja en paz. Ese maldito hispano sin bigote. Hay que respetar los tópicos, eres hispano y eres detective de policía, pues te dejas bigote. Al fin y al cabo el es detective privado y lleva sombrero. Bueno, ahora no, por la calle llama demasiado la atención, pero John sabe a qué se refiere. La mujer mira hacia los lados y llama a un portal. “Bingo” piensa Johnnie. Podría ir a visitar a su madre, o a una vieja amiga, pero entonces no hubiese mirado hacia los lados. Conoce esa mirada. A una distancia prudencial encuentra un bar con terraza, encuentra un sitio dentro que es de su gusto, a través del cristal puede observar impunemente la puerta del edificio. El problema es que la mujer puede tardar horas, o quizás no. Pero eso solo puede averiguarlo de una forma. Cruza la calle y finge que se tropieza y se le cae el móvil frente al portal. Invoca a mil demonios entre dientes y mientras se agacha para recogerlo coloca el emisor disimuladamente en un lado de la puerta. El sensor es simple y directo. Cada vez que perciba movimiento (osea, cada vez que la puerta se abra o se cierra) mandara una señal acústica al receptor que Johnnie lleva en la oreja. Así no tiene por qué estar pendiente de la puerta a cada segundo, lo cual es un coñazo. Se sienta en el bar y pide una cocacola. Ojea la prensa, cada vez que escucha un pitido mira hacia la puerta. La mujer ha entrado a las 10:42. Cuando sale son las 12:13. Duda que no tengan un horario fijo. La próxima vez solo tiene que llevarse la cámara. Y a cobrar. Paga al camarero y le guiña un ojo mientras abre su maletín y saca su viejo sombrero. El camarero ríe entre dientes al asomarse al maletín. Johnnie no lleva nada más dentro. Cruza la calle y repite la jugada del móvil para recoger el sensor. Pero esta vez alguien sale del edificio.

-¿Qué estás haciendo?-le dice de forma no muy cortés

-Recoger este aparato-le dice John mientras se incorpora y lo enseña. Es más pequeño que una canica

-¿Porqué?

-Porque es un sofisticado método de espionaje para detectives y cuesta una fortuna

Entonces el tipo repara en su sombrero

-Oye-le dice- ¿Quién te ha contratado? ¿Alice?

El tipo se pone pálido. Parece ser que el edificio está lleno de adúlteros. Johnnie se limita a sonreír.

-¿Cuánto te paga?

Johnnie se limita a seguir sonriendo. Rezando porque el tipo intente pegarle. Necesita liberarse de algo de rabia.

-Te doy cuatro mil dólares ahora mismo si nunca le dices que he estado aquí.

Eso libera algo de su rabia.

-Trato hecho-dice Johnnie mientras el tipo saca su chequera y una pluma. Firma el cheque lo arranca y se va rápidamente.

John se va silbando, pensando en que al fin y al cabo tiene un buen trabajo.

13 feb 2012

El último soñador

Anoche murió el último soñador, lo vi con mis propios ojos. Estaba allí sentado, fumando y riéndose. Estábamos los cuatro. Divagando sobre la vida, como solíamos hacer.


-Esas cosas solo pasan en libros hermanos-dijo


Le miré con una sonrisa escéptica. Me respondió con una sonrisa cansada.


-Es verdad- añadió mientras lo veía agachar la cabeza como hizo mi perro cuando fue a morir bajo el limonero.


Lo miramos fijamente. Podría haberse callado pero exhaló su último suspiro en un:


-Por eso los escribo.


Y aquella noche le vimos morir como el último soñador y renacer como el narrador de sueños. Así que se lo dije.


-Estás listo para hacerlo de una puta vez ya.

11 feb 2012

Rodeado de boludos.




-¿Leíste el guión?- le preguntó al fin


-Sí, está bueno-le contestó Marcelo-¿Lo cogieron?


-Sí, lo está rodando un pendejo estúpido y botarate- masculló dando tragos a la cerveza-Ha quitado las mejores escenas


-¿Cuáles?


-Aquella en la que el protagonista llama a la puerta de ella-le dijo- La del monólogo


-No seas boludo, esa es la mejor escena del guión


-Eso creo yo también. Trabajé mucho en ella, ¿sabes?- le dijo dando un golpe en la mesa- No quería que el pibe abriese su corazón si no que desnudase su alma


-Además decía una frase que me encantaba-le contestó Marcelo cabeceando- Esa de: “No necesito que ningún psicoanalista estúpido me diga lo que significa soñar con vos”


-Pues la ha eliminado. Y la del café


-¿Por qué haría tal cosa?


-Dice que es demasiado crudo y eso no vende, que hay que darle un toque más romántico.


-¿Te pidió permiso?


-Soy el guionista-contestó secamente-Por supuesto que no. ¿Cómo van las minas?


-Creo que me he enamorado Damián


-Dudo que vos seas capaz de tal cosa Marcelo. ¿Quién es ella?


-Una profesora de literatura


-¿No eras tú quien me molestaba continuamente sobre la boludez que era el amor?


-Es distinto esta vez. Siempre que he estado con una mina la he catalogado por sus ojos-le dijo- Ya sabés a qué me refiero. Siempre me han gustado los ojos que hechizan


-Sí, aún recuerdo a aquella polaca tuya de ojos azules. Cualquier hombre perdería un brazo por esos ojos.


-Exacto. Pero los de esta mina son distintos-le dijo en un susurro-Solo me hechizan a mí.


-Te estás haciendo viejo cazador


-Es ley de vida Damián, uno caza hasta que es cazado.


-Estoy rodeado de boludos-sentenció Damián.

2 feb 2012

Perro sin correa


Buscó un sitio del cenicero donde poder apagar el cigarrillo. Anotó mentalmente que debía vaciarlo aunque sabía que no lo recordaría. Inconvenientes de tener toda la marihuana que uno quiera. Se frotó la mano vendada y un relámpago de dolor le recorrió hasta impactar en la muñeca. Las autoridades sanitarias recordaban no liarse a puñetazos con una pared en el baño de la discoteca. Pero no solía seguir los consejos de las autoridades sanitarias, además casi todo el tiempo hablaban sobre lo que no tenían ni zorra. Era fácil verlo desde fuera. Qué bonito era subirse al estrado y hablar sobre como la marihuana mataba neuronas cuando no eras tú el que tenía un infierno en los sesos. En cualquier caso, mejor contra la pared que contra la cara de algún desgraciado. Las paredes no acuden a la pasma. Suspiró y siguió organizando posturas con el peso digital. Una vez escuchó que el camello curraba menos que el funcionario. Estaba seguro de que quién lo había dicho no había sido camello en su puta vida. Tenía sus ventajas claro, como aún no haber cobrado el cheque del paro. Ahora solo lo hacía para no levantar demasiadas sospechas, aunque en el pueblo todos saben quien pasa y a todos se la come. Ya no necesitaba las migajas que le tiraba el Estado una vez se había atiborrado de comida basura. Y en cualquier caso, el mes que viene se le acababa el chollo. Fin de sus meses de subsidio. Hasta los parásitos tenían contratos ahora. Sin aspiración a ascender claro. O a renovación. Tampoco los quería. En las calles todos sabían quién era. Estaba tomándose un cubata tranquilamente y tres chavales que no conocía de nada se acercaban, le llamaban por su nombre y le preguntaban que “si le quedaba algo”. Otra cosa eran las mujeres, era difícil tener a una al lado que soportase las idas y venidas de un camello de barrio. O que cualquiera pueda llamar al timbre a casi cualquier hora. Puede ser un cliente, lo cual es muy probable, pero cualquier día podían ser los nacionales. No es vida para una mujer. Además, siempre le habían inculcado en que aquella que se quedase con él cuando las cosas estaban feas, esa es a quién no debía perder. Ninguna se había quedado ninguna de las veces, que por desgracia habían sido bastantes, demasiadas, que se habían puesto feas. Y mucho menos Merce. Cuando se largó le dijo que era un fracasado. Con todas las letras y en toda su cara. Fracasado. Eso duele. Ahora era distinto. Mercedes se llamaba el carro para el que ahorraba. Y tenía por doquier candidatas a ser la dueña que le pusiese el collar. Pero él era un perro infiel, callejero. No se sentía cómodo si dormía todas las noches en el mismo pecho. Solo pensar en algo así empezaba a sentir un ataque de ansiedad. El sexo le aburría un poco ahora que tenía toda la hierba que quisiese. Se hizo un porro, lo encendió y conectó el Nokia. Ninguna llamada perdida. Con el otro móvil sería diferente, las siete de la tarde del viernes. Muchos estarían tirándose de los pelos. Sonrió. Le encantaba esa día. Se sentía poderoso. Imaginándolos marcando su móvil una y otra vez, venga a fumar tabaco asqueroso. Al Pollo no le quedaba material, iba a ser una noche dura. Pero también se sacaría un buen pico. Encendió el Motorola y esperó mientras los mensajes de llamadas perdidas, haciendo vibrar la mesa, entraban uno tras otro.