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17 feb 2012
Un trabajo bien hecho.
Entrecierra el ojo y una lagrima pugna por salir. Con la mano derecha aleja el cigarrillo recién encendido de su rostro. Sus nuevas gafas de sol siempre parecen estar en la postura propicia para que el humo se cuele tras el cristal y le entre directamente en el ojo. Siempre en el izquierdo. Maldice entre dientes. En la acera de enfrente su objetivo charla animadamente en la puerta de la pescadería. La ventaja de llevar tres meses limpio era que no necesitaba apuntarlo todo en su cuaderno en cada preciso momento. Un encargo sencillo. Vigilar a la mujer y comprobar si está engañando a su marido. En cuanto Johnnie vio la foto ya conocía la respuesta. Había visto demasiadas cosas como para no saber reconocerlas cuando las tenía en la cara. Pero claro, su olfato no le iba a hacer cobrar el cheque. Necesitaba pruebas. Localizar donde se veía con su amante y sacar unas cuantas fotos. Trabajo sencillo. La mujer se despide y vira hacia la izquierda en la esquina. Johnnie entra a una tienda cercana y compra un par de chicles, sin perderla de vista demasiado tiempo. Es curioso como nadie se suele dar cuenta de que le siguen. No suelen concebir la posibilidad. Pasea por la calle fingiendo hablar a gritos por su teléfono móvil. Su teléfono esta obviamente desconectado. Últimamente el inspector Riviera no le deja en paz. Ese maldito hispano sin bigote. Hay que respetar los tópicos, eres hispano y eres detective de policía, pues te dejas bigote. Al fin y al cabo el es detective privado y lleva sombrero. Bueno, ahora no, por la calle llama demasiado la atención, pero John sabe a qué se refiere. La mujer mira hacia los lados y llama a un portal. “Bingo” piensa Johnnie. Podría ir a visitar a su madre, o a una vieja amiga, pero entonces no hubiese mirado hacia los lados. Conoce esa mirada. A una distancia prudencial encuentra un bar con terraza, encuentra un sitio dentro que es de su gusto, a través del cristal puede observar impunemente la puerta del edificio. El problema es que la mujer puede tardar horas, o quizás no. Pero eso solo puede averiguarlo de una forma. Cruza la calle y finge que se tropieza y se le cae el móvil frente al portal. Invoca a mil demonios entre dientes y mientras se agacha para recogerlo coloca el emisor disimuladamente en un lado de la puerta. El sensor es simple y directo. Cada vez que perciba movimiento (osea, cada vez que la puerta se abra o se cierra) mandara una señal acústica al receptor que Johnnie lleva en la oreja. Así no tiene por qué estar pendiente de la puerta a cada segundo, lo cual es un coñazo. Se sienta en el bar y pide una cocacola. Ojea la prensa, cada vez que escucha un pitido mira hacia la puerta. La mujer ha entrado a las 10:42. Cuando sale son las 12:13. Duda que no tengan un horario fijo. La próxima vez solo tiene que llevarse la cámara. Y a cobrar. Paga al camarero y le guiña un ojo mientras abre su maletín y saca su viejo sombrero. El camarero ríe entre dientes al asomarse al maletín. Johnnie no lleva nada más dentro. Cruza la calle y repite la jugada del móvil para recoger el sensor. Pero esta vez alguien sale del edificio.
-¿Qué estás haciendo?-le dice de forma no muy cortés
-Recoger este aparato-le dice John mientras se incorpora y lo enseña. Es más pequeño que una canica
-¿Porqué?
-Porque es un sofisticado método de espionaje para detectives y cuesta una fortuna
Entonces el tipo repara en su sombrero
-Oye-le dice- ¿Quién te ha contratado? ¿Alice?
El tipo se pone pálido. Parece ser que el edificio está lleno de adúlteros. Johnnie se limita a sonreír.
-¿Cuánto te paga?
Johnnie se limita a seguir sonriendo. Rezando porque el tipo intente pegarle. Necesita liberarse de algo de rabia.
-Te doy cuatro mil dólares ahora mismo si nunca le dices que he estado aquí.
Eso libera algo de su rabia.
-Trato hecho-dice Johnnie mientras el tipo saca su chequera y una pluma. Firma el cheque lo arranca y se va rápidamente.
John se va silbando, pensando en que al fin y al cabo tiene un buen trabajo.
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