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26 oct 2015

Respira hondo, yo me ocupo de todo

relato-corto-abrecartas-oro

Lucía respira hondo y se alisa la falda que compró en Anne Klein no hace más de un mes. Se mira al espejo del lavabo de señoras de la segunda planta y se ve vieja y cansada. Pero sobre todo vieja. No es que los cuarenta y dos le hayan parecido nunca una cifra por la que tirarse de los pelos, sobre todo cuando eran vistos desde fuera, pero en este preciso instante siente que cada uno de ellos pesa como si pudiese recordar los trescientos sesenta y cinco días que lo conformaron. Como si de verdad ella fuese la suma y consecuencia de todo lo que le ha ocurrido en lugar de un conjunto de células que lo recuerda vagamente. Lucía respira hondo de nuevo. Su pulsera Tous (un regalo de Ernesto) tintinea cuando los ositos chocan entre sí mientras se alisa de nuevo la falda, mecánicamente. Abre el grifo y lo deja correr un poco mientras lo mira fijamente con la mente en blanco. O en estático, para ser más exactos. Su mente es un chasquido ahora mismo. Un ordenador que ha fallado y se está iniciando (muy) poco a poco tras el pantallazo azul y el consiguiente fundido en negro. ¿Es fundido en negro un término correcto o los más tiquismiquis le dirían que es un término exclusivamente cinematográfico? Aunque no es eso sobre lo que Lucía quiere reflexionar. Es otra cosa que reprime respirando hondo. Se lava las manos concienzudamente en el lavabo, prestando especial atención a la piel a los lados y debajo de las uñas. El agua, que baja tiznada de rojo carmín, mancha el lavabo al caer desde sus manos. Lucía no es buena con las tonalidades, por mucho que le pese reconocerlo. No sabe la diferencia entre carmín, carmesí o rubí, por poner un escueto ejemplo. No es que no sepa lo que es burdeos y lo que es granate, pero a veces sí que no es capaz de apreciar diferencias entre tonalidades muy parecidas. No para de distraerse a propósito. Lucía se hace la pregunta que quiere hacerse. ¿Ha ocurrido todo realmente? ¿De verdad el señor Gutiérrez le acaba de sugerir que se la chupe? No es que Lucía no esté al tanto de ciertos rumores, claro, pero creía que eran sólo eso, rumores. Al fin y al cabo, hasta la fecha, a Lucía nunca le había ocurrido nada de ese calibre. Igual eran sus ojos y tenían razón sus amantes al decirle aquello de que “veían fuego en sus pupilas” y no era un piropo aleatorio. Piensa con una sonrisa que quizá también era verdad que tenía las tetas más preciosas que todos habían visto en su vida. Lucía escucha voces a través de la puerta del baño. En tono elevado, casi gritos. Puede que incluso sean gritos y ella los reciba apagados a este lado de la pared. Sabe que es la causante del alboroto y le parece más que bien. Desde luego más que justificado. Puede que ese gordo picha floja (aunque esto lo decía por rabia, ni sabía ni quería saber cómo era el aparato en cuestión) hubiese tentado a Nati, la secretaria, con aquel puesto de responsable de compras; o a Juani, con ese sustancioso aumento de su cuenta para gastos de empresa; pero, ¿a ella? Lucía respira profundamente mientras se seca las manos. Casi necesita hacer un esfuerzo físico para no alisarse la falda. Se siente muy próxima a perder el control y no quiere que eso ocurra. Ahora lo más importante es demostrar compostura. O no tanta,  pues podrían pensar que nada la había afectado. ¿Debería llorar un poco al relatarles cómo se sintió de vapuleada y miserable cuando escuchó la sugerencia del señor Gutiérrez sobre como asegurarse el puesto de directora de marketing tras la inminente salida de Gabi? No, lo mejor sería ser ella misma. Revisa en su bolso para ver si tiene tampones suficientes y vuelve a mirarse las manos. Comprueba debajo de sus uñas. Se vuelve a mirar al espejo. Cuarenta y dos años. Aunque está segura de que si se pone a contar recuerdos y a sumarlos no llegaría a recordar ni dos tercios de su vida. Su adicción al alcohol le ha pasado factura, y lo peor de todo es que ni siquiera recuerda habérselo pasado tan bien. Es decir, sí, los primeros cinco años fueron divertidos, sobre todo porque el vicio se estaba gestando, pero al fin y al cabo fueron los que transcurrieron entre sus quince y sus veinte años. ¿Cómo no iba a recordarlos como una época feliz? Aunque no lo fueron. De hecho no lo fueron para nada. Lucía piensa en el verano en que su madre se dio cuenta de que había un problema. Tenía dieciséis años. Era a mediados de Agosto y Lucía había bebido todos los días desde su graduación. Su madre le dijo que o paraba o la mandaría a un internado. Ella no paró pero empezó a ocultarse mejor. Al fin y al cabo no era tan difícil. A las doce menos cuarto exactamente su madre procedía a su habitual ritual de vaso de agua y dos orfidales y eso le daba a Lucía un mínimo de siete horas de libertad. Cuando Lucía cumplió los diecisiete pusieron un paki enfrente de su casa. Ella lo tomó como una señal. Dios la quería ebria. Y ebria estuvo cuando se marchó de casa nada más cumplir los dieciocho y se mudó a Madrid. Ebria estuvo cuando conoció a Santi y desde luego ebria estaba cuando aceptó el trabajar en su bar. Los siguientes dos años los recuerda como una semana de fiesta muy intensa. Encima descubrió que con cocaína podía beber aún más sin vomitar, ni caerse al suelo, ni acabar derramando los chupitos en la camiseta de cualquier cliente. No recuerda la noche en que decidió dejarlo todo atrás. Ni siquiera recuerda si ya había conocido a Jaime o eso vino después. Lucía se distrae por unos segundos y pierde el hilo de sus pensamientos. Ha escuchado un grito fuera. Desde luego oye, (o le parece oír), bastante más movimiento en la puerta que hace unos instantes. Lucía respira profundamente e intenta relajarse. Se alisa la falda. Se mira al espejo. La camisa le sienta bien, sobre todo gracias a su visita a Women’Secret del mes pasado que le propició la que ha sido su mejor compra en al menos una década desde que con veinte y algún año se hizo con aquella chaqueta vaquera por menos de mil pesetas. Piensa en aquella chaqueta, y en Jaime. Y en Lucas. Y en Joaquín. En Víctor y  el hotel en el que se encontraban. ¿Qué será de Víctor? ¿Seguirá bebiendo tanto? Lucía se alegra de no haber nacido con unas gónadas que le proporcionaran la cantidad de testosterona que Víctor poseía. Aunque esa era la excusa fácil, quizás. En realidad Víctor era un alcohólico con muy mal beber. Como muchos alcohólicos, aunque pueda parecer lo contrario desde fuera. No ha vuelto a verle desde que arrojó la nevera mini-bar por la ventana del Rex a las ocho de la tarde. Ella se había bebido la última botella de ginebra pese a que sabía perfectamente que a él no le gustaba el whiskey. Lucía no es capaz de recordar por qué se había bebido la botella. Supongo que en el momento le parecería divertido. Cosas del alcohol. Después piensa en Enrique y se toca la pulsera. Después respira profundamente y se alisa la falda. Enrique fue su salvador. Fue quien le convenció de que tenía que dejar el alcohol. Lucía tenía veinte y ocho años y por aquel entonces pensaba que algún día lo dejaría, pero que desde luego era demasiado joven para hacerlo en aquel entonces. Ella lo iba a dejar, claro, sólo que no en ese preciso momento. En aquellos tiempos ya era toda una profesional y tenía su adicción “a raya”. Como si las adicciones su pudiesen tener bajo control. En tal caso no serían adicciones. Lucía sólo bebía cuando se ponía el sol. A veces ni siquiera le daba tiempo a tener resaca y llegaba directamente borracha a trabajar. Pero la verdad es que no se arrepentía en absoluto. Los treinta era una edad tan válida como otra cualquiera para empezar una nueva vida. De hecho cree que le hizo muy bien. Ahora, cuando se tropieza con las caras de hastío de sus compañeros en el ascensor agradece no estar harta de aquel estilo de vida. Tampoco descartaba volver a hacer un giro radical algún día, aunque no sabía hacia dónde. Ahora le parece que está claro. Lucía siente que se avecina un nuevo cambio. Igual, cuando todo esto llegue a los medios, la llaman para hacerle entrevistas o puede que incluso dar conferencias o charlas. A lo mejor debería escribir algo sobre el machismo. O participar en algún movimiento. La verdad es que esa idea siempre había estado dando botes por su cerebro. Ahora era el momento. Lucía respira profundamente y se mira al espejo. Sonríe mientras se alisa la falda. Alguien llama a la puerta. Lucía sabe que es la policía. Sólo espera que se lo hayan llevado ya. No quiere verlo. Ni siquiera herido en una camilla. Ni siquiera derrotado por ella. No quiere verlo porque su asquerosa cara y sobre todo ese brillo en sus ojos le recuerdan a Jaime, y a Lucas, y a Mariano. No quiere verlo porque para ella ahora mismo esa cara representa todo lo odiable y vomitivo que hay en el mundo y si lo ve no sabe si podría no escupirle, no gritarle, no arañarle la cara mientras lloraba desconsolaba y le maldecía una y otra vez como si así pudiese evitar que existiese. Como si la humanidad pudiese cambiar con ese acto de renuncia, y rabiosa y pura rebelión.  Agarra el pomo y piensa en qué cara poner cuando abra la puerta mientras recuerda el tacto del abrecartas en su mano. El calor de la sangre manando de la pierna. El grito. El de ella en principio, y al cabo de unos segundos, agónico y sorprendido, el de él. Lucía no fue consciente de tener el abrecartas entre las manos hasta que lo sintió clavado en el muslo de su jefe. Cuando miró vio que se había hundido hasta la mitad. Entonces había venido aquí, al lavabo. Lucía escucha susurros fuera. Saben que está en la puerta. Sigue sin saber qué cara poner. Suspira profundamente y se alisa la falda. Abre la puerta.


—La próxima vez le dirá que se la chupe a la puta madre que le parió.-La voz de Enrique suena agresiva a través del teléfono. Lucía nunca ha visto a Enrique agresivo. Ahora lleva sin verle unos cuatro meses. Habían almorzado. Él estaba de paso en la ciudad y la llamó. Sólo almorzaron. Las palabras de Enrique le transmitían apoyo. Algunas agentes de la comisaría también le habían transmitido algún comentario que pretendía mostrarle algo parecido a la complicidad teórica. Los policías le habían dicho la verdad, estaba jodida. Nadie sabía si el señor González le había dicho que se la chupase pero lo que estaba claro es que había un abrecartas clavado en su muslo que no estaba 
ahí cuando ella entró. Pero sí al salir. Jodida nivel jodida.

—Enrique-intentó sonar calmada-necesito un abogado.


—Tú tranquila-fue su única respuesta.-Yo me ocupo de todo.

22 oct 2015

Screaming Frog (SEO)



El SEO puede hacerse menos pesado

Revisar el SEO de una página, la hayamos creado nosotros o no, puede antojarse una tarea muy pesada y costosa en cuanto a tiempo y esfuerzo, y, de hecho, lo es. Pero donde surge una necesidad informática surge un programador. Una de las herramientas que más gustamos de usar en nuestro trabajo desde que la descubrimos hace relativamente poco es Screaming Frog, un software que te permite analizar tu web de forma extensa en poco tiempo.

Su funcionamiento es sencillo, simplemente introducimos la URL en el programa (yo lo uso en inglés pero desconozco si hay una versión en castellano, aunque como la mayoría de los términos usados en SEO son intraducibles… ¿para qué?) y en unos minutos la tendrá analizada completamente, página por página. El informe que genera a continuación nos informa de todo lo que tenemos o no en nuestra web, además de indicarnos aquel contenido que pueda ser escaso: Metaetiquetas, keywords, metadescripciones, títulos h1, h2, imágenes, su compresión, sus textos alt… ¡Todo! Incluso el tiempo de response de la web.

Nosotros estamos debatiendo si comprar la versión completa (unos 99$ por año) pero de momento la versión de prueba está bastante apañada también, pues te permite consultar hasta 500’s url de tu sitio web.


Resultados 1- Autoferro

Hace poco más de un mes que nos encargaron crear una tienda online con Magento para Autoferro, dedicada a la venta de cascos de moto en exclusiva por el momento, y fui el encargado de redactar el contenido de la misma, SEO incluido (metadescripciones, keywords…); textos legales, textos comerciales sobre la empresa, calidad...etc. y de subir los productos.

Como nunca he tenido moto y por tanto no he usado cascos no sabía muy bien cómo enfocarlo. Acordé con Agustín, mi jefe, que lo mejor sería crear unas buenas descripciones largas para desligarnos de la falta de calidad que tenía la competencia. Investigué las páginas similares y vi que las descripciones estaban prácticamente copiadas de las fichas técnicas de los cascos. Lo tenía todo a mi favor así que tiré de imaginación y cree lo que a mi juicio eran unas descripciones bastante decentes en comparación para lo que tenía la competencia.

Apenas un mes después Autoferro es el tercer resultado natural por SEO en Google si buscas Casco Rookie. También aparece en la primera página de resultados en Casco Strobe y Casco Concept II, por encima de la aclamada motocard. Orgulloso de ello, lo comparto con vosotros.


21 oct 2015

Cafeína


El quinto café antes de las once de la mañana es el que finalmente me saca de mi ensimismamiento y me obliga a ir al baño a cambiarle el agua al canario. Lo peor es ese momento en el que te miras al espejo y caes en la cuenta de que al final has acabado siendo como todos los demás. No estás en la cima de Nueva York diseñando la nueva campaña de Pepsi que disparará sus ventas por encima de las de Coca-Cola. Ni siquiera estás currando de lo que estudiaste. Ni siquiera sabes una palabra de puto inglés que no sea “mai niem is”. Eres contable porque tu tío el que tenía una empresa inmobiliaria necesitaba a un contable y aprendiste que los oficios no se aprenden en libros si no doblando el lomo, como todo.

Y, como todos los demás, lo único que te queda es escoger una cuchilla nueva y ultra-moderna a ver si esta vez, como prometen todos los putos anuncios que no estás escribiendo, no te deja la piel cada vez más áspera y vieja. Fantasear con que te toca la lotería y montas un chiringuito en punta cana. Masturbarte con cara triste en el aseo de minusválidos mientras piensas en cepillarte a la secretaría de tu tío, tu jefe.

Lo peor es ese momento en el que caigo en que no soy especial, y que todos se sienten igual de mierda por dentro que yo. Así que al salir del baño saco el sexto café de la máquina y dejo de quejarme. 

12 oct 2015

Automutilación #2

automutilación-literatura


Hay una voz en mi espejo diciéndome que soy un mierda. Sé que es la mía y que debería ser capaz de controlarla pero no puedo parar. Sé que con esta borrachera no debería haberme mirado al espejo. El monstruo me mira a los ojos y me sonríe con mi propia cara.

-¿Y si tú eres el alter ego?-me dice.


Entonces cierro los ojos y fantaseo con la misma escena. Pero esta vez el yo del espejo está muy serio y yo me río. Me saco una daga azteca de mi bolsillo y me la acerco al pecho. Aprieto bien fuerte contra la carne, hasta que sangra, pero no demasiado profundo. No quiero tocar músculo. Sigo riendo. El otro aprieta los puños y empieza a resoplar, mordiéndose la lengua inconscientemente. Yo le miro fijamente a los ojos y dejo de reír. Esbozo una amplia sonrisa. Empiezo a rajarme. Me tatúo con el cuchillo. Sigo sonriendo y mirándole durante todo el proceso, aunque de vez en cuando crispe el rostro por el dolor. Cuando termino y retiro el cuchillo en mi pecho ensangrentado se lee “Como mis alas y me domino”. Abro los ojos en el mundo real. Al otro lado del espejo sólo estoy yo. Sé que nunca ha estado otra persona. Pero a veces fantasear me basta. Me doy la vuelta y me voy riéndome. 

7 oct 2015

La Señora Muerte


Se toca el extremo de sus largos cabellos rubios de bote. Se le ven los colmillos cuando sonríe. No es que yo sea Julio Iglesias, ni falta que hace, pero creo saber unas cuantas cosas. Como por ejemplo que eso significa que se dejaría meter mano (al menos por mí) por debajo de la falda después de hacerla reír y beber lo suficiente. Pero no son esos los planes que el destino a reservado hoy para ella. No es ese el propósito que me ha llevado a acercarme con la excusa de que la centralita de mi teléfono no funciona correctamente. No funciona bien desde hace ya más de una semana, pero no he dicho nada. Estoy teniendo una especie de mini-vacaciones en la oficina y nadie se está enterando. Vale, no estoy en el Líbano visitando ruinas de hace siglos que me importan una mierda pero quedan muy bien en Instagram, ni en las Bahamas preguntándome por qué me he gastado un dineral en tener arena mojada en la raja del culo y los huevos escocidos del roce del bañador, pero es un respiro. Las llamadas realmente importantes al no obtener tono al intentar contactarme llaman al teléfono general y dan conmigo. Las llamadas estúpidas y cargantes (aproximadamente el 70% de las que recibo) simplemente cuelgan y deciden buscar en Google cómo cojones solucionar su problema, que es lo que deberían haber hecho desde el puto principio. Pero he decidido renunciar a estas vacaciones a cambio de un bien superior. Cuando he salido a mear esta mañana la he visto, tras ella, quieta y silenciosa, observándola. Al principio he pensado que era una alucinación pasajera, pero quince minutos después he vuelto a salir de mi oficina y ahí seguía. Con esa extraña elegancia que desprende y esa mezcla entre fascinación y horror que me hace sentir cuando pienso en Ella. Así que allí me he dirigido. Lo bukowskiano de la situación no deja de recordarme a “Pulp” todo el rato. Ahí está ella y detrás, la Señora Muerte. Antes de que termine de reír la ataco con otro chiste malo pero encantador. La rubia de bote se recuesta y cruza las piernas. Recuerdo ese párrafo que dice:

“Empecé a mirarle fijamente las piernas. Siempre he sido un hombre de piernas. Fue lo primero que vi al nacer. Después intenté salir. Desde entonces he intentado la dirección contraria pero con bastante poco éxito.”

Y no puedo evitar reír yo también. Por fortuna ella lo interpreta como un gesto encantador. Al mirar de refilón por encima de su hombro veo que Ella se sonríe. Hacer reír a la Muerte es, como mínimo, digno de figurar en mi currículum. Le pregunto si no echa en falta un café a la hora que es y por toda respuesta se levanta y coge su bolso. Al caminar a su lado levanto disimuladamente la mano para ver si puedo tocar la de Ella. La Señora Muerte me la coge. Ha mirado para otro lado intentando que no se le note pero la he visto volver a sonreírse. Avanzamos los tres por el pasillo. Vuelvo a pensar en “Pulp”.


“Y estaba Céline y la señora Muerte. Siempre estaba la señora Muerte. Ésa sí que era una puta. Quiero decir que ¿qué otra cosa se le podría llamar?”

6 oct 2015

He vuelto

Es como si los últimos tres años hubiese estado criogenizado, esperando para volver a la acción. Ahora el coma es algo lejano y ni siquiera sé cómo caí en él. Ya no recuerdo las noches en vela llorando ni tan siquiera aquella sensación de estar viendo mi propia vida a través de una pantalla cristalina. Vuelvo a tener a la vida agarrada por los cojones y no tengo la más mínima intención de soltarla. No es que ella me fuese a soltar a mí si la situación fuese al contrario. No, si la vida te tiene agarrado por los cojones ya puedes suplicar pero no servirá de nada. Me he despedido de mi psiquiatra porque es un inútil que cree que su trabajo es como el de una oficinista de atención al cliente, pero con recetas. Alguien llega, le hace un par de preguntas y va siguiendo el guión hasta que le lleva al nombre de un medicamento, punto. En nuestra última sesión le pregunté por qué era mejor estar enganchado a los ansiolíticos que a los estimulantes. No supo contestar nada que merezca la pena transcribir.

A mí lo que la sociedad estipule como correcto me la trae floja. Llevo 16 horas trabajando sin parar y estoy mejor que nunca. Me queda cocaína como para matar a un caballo de carreras y otras 20 horas de fin de semana por delante. El lunes entraré en la oficina con el proyecto bajo el brazo y cuando lo exponga y las mandíbulas de todos caigan con un sonido decrépito al suelo y me pregunten que cómo coño lo he hecho me limitaré a sonreír y a decir:


—He vuelto.

1 oct 2015

El Suicida Enamorado


Decir que lleva toda la vida analizando la situación para hallar el problema sería, quizás, aventurar demasiado. Lo único que lleva haciendo toda la vida es dejar morir los días, esperando que algún día sea el último. Por eso, aunque en su cabeza se pose una apreciación diferente, como narrador omnisciente puedo deciros que El Suicida cree lo que cree porque lo va a creer durante 5 minutos. Dentro de 5 minutos pensará algo completamente diferente y que probablemente no tendrá nada que ver con nada que ni siquiera yo sé todavía qué será. Pero en este instante, con esos calzoncillos “slip” que tanto dice odiar (pero que en realidad le resultan profundamente indiferentes) una talla más grandes de lo que deberían, mientras extiende la mano para coger el mechero,  tiene lo que cree es una de las revelaciones más importantes de su vida. Sólo es otra idea de las que anidan en su mente y, como todas las demás, se irá por donde vino. El Suicida aún es joven. Mucho más joven que aquella noche en la que tiene que explicar a su hijo cosas sobre la muerte. Demasiado joven para siquiera saber qué es exactamente la neurosis, o siquiera para que le importe.

Ojalá pudierais verlo en la magnitud y profundidad que yo veo. Y ojalá pudiera ver lo que pensáis que veis en él, sólo por curiosidad. Ahí está, encendiendo el cigarrillo con una pose que sólo una estrella de rock con graves trastornos de narcisismo podría adoptar en el salón de su propia casa. Con los pelos de la barriga empapados de sudor y uno de sus testículos fuera de los calzoncillos “slip” que dice odiar. La chica que le ha pasado el mechero está sentada justo enfrente, en el salón. Cree que todo lo que él transmite es pura patraña, esa pose de dejadez y ese aire de indiferencia tienen que ser auto-impuestos, piensa ella. En lo profundo de su ser hay una preocupación enorme que le agobia y no le deja respirar, un joven delicado y sensible que no podría abrirse como una flor porque arrancarían su pistilo sin ningún tipo de vacilación, cree ella. Por supuesto, como todos los que creen qué se oculta en su interior, se equivoca. En su interior no hay nada más que lo mismo que en su exterior más superficial; la más profunda y densa indiferencia por todo que como narrador he visto nunca en ningún personaje. Por eso el relleno que hay en medio lo llena una enfermedad mental. Porque una persona no puede estar simplemente vacía.

En este momento El Suicida cree haber dado con la clave de por qué ninguna de sus relaciones dura:

¿Cómo va él a enamorarse de una persona que sea capaz de enamorarse de él?

Por eso el amor sólo le dura cuando es obsesivo, porque se obsesiona cuando no es correspondido. Cuando una chica empieza a enamorarse de él se aburre de ella y la acaba despreciando, rechazando y, algunas veces, incluso dañando a posta. Por supuesto nosotros sabemos que se equivoca, que esa no es la respuesta. Pero la verdadera respuesta se la dará un psiquiatra algún día y esa es otra historia que aún no ha tenido lugar en este espacio-tiempo que visitamos ahora mismo.


Diez minutos después piensa en dejar de fumar por quinta vez ese día y el amor le parece superfluo. Piensa en dejar de fumar porque le está matando y lo sabe. Aunque, nosotros también sabemos cómo termina esa historia.