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13 mar 2012

Ella se llama Gloria, y yo Fracaso. Parte 1.


Al principio el ruido me parece algo lejano. Algo que no me atañe, sonando en otra galaxia. Después suena como en un sueño, y pocos segundos más tarde rezo porque sea un sueño. Pero no; es el despertador. Gloria se revuelve a mi lado, gimiendo algo inteligible. Por fin apaga la alarma y se incorpora. Yo abro los ojos y la veo ir hacia la cocina, a preparar café. Me giro y contemplo el techo. Sin pensar en nada. ¿Qué día es hoy? Creo que viernes. Últimamente solo los distingo por el nombre. Gloria vuelve, bostezando. Se dirige hacia el armario y la miro fijamente. Escoge su ropa cuidadosamente y se quita el pijama. Cuando la veo en ropa interior termino de despertarme del todo.

-Cariño-le digo-¿Quieres que me duche contigo?

Y le sonrío. Ella se gira y me devuelve la sonrisa.

-No seas tonto, que llego tarde. Y se va a la ducha. Yo vuelvo a mirar el techo. Pienso en cómo ha cambiado la intensidad de nuestra vida en lo que a mí me ha parecido un suspiro. Lo diferentes que somos de cómo éramos hace tan solo cinco años. Cinco años difusos que percibo tan lejanos y desvinculados de mí como los recuerdos de otra persona. Como si me lo hubiesen contado, más que haberlo vivido. Hace no mucho yo me hubiese levantado tras ella sin mediar palabra y me hubiese colado en la ducha. Habríamos roto por cuarta o quinta vez la cisterna del baño mientras hacíamos el amor. Y lo peor es que no sé de quién es la culpa; suya, mía, de los dos, de la vida…que más da. Me incorporo y me quedo sentado al borde de la cama, pensando en qué hacer a continuación. No se me ocurre nada. Llevo seis semanas en el paro. Ayer tuve la última entrevista de trabajo. Dijeron que me llamarían, pero sé que no lo harán. Nunca lo hacen. Estudia, me dijeron todos, estudia y tendrás media vida resuelta. Hijos de puta. Me levanto y dirijo a mis pies hacia la cocina. Abro el armario y saco el pan de molde. Abro la nevera y saco las mermeladas. De fresa para mí, de naranja para ella. Meto las rebanadas a la tostadora mientras lo único que se escucha es el chorro de la ducha. La mermelada de fresa está a punto de acabarse; un par de tostadas más, aparte de esta, y el bote estará completamente vacío. Cojo un boli de encima de la nevera y en la lista de la compra, prendida con imanes, escribo “mermelada de fresa”. Ya hay seis objetos en la lista, hoy saldré de compras. Lo peor de estar en el paro es la sensación de culpa que me acompaña durante todo el día, cuando ella está fuera. Sé que es estúpido, pero eso no evita que la sienta. Me paso el día haciendo cosas por casa, intentando estar distraído, pero cuando las cosas que hacer se acaban no puedo sino martirizarme pensando en que ella está trabajando y yo estoy tirado en el sofá, sintiendo como me engorda el cuerpo. El sábado que viene cumplo treinta años. Daría todo lo que me importa porque nadie se acordase. Pero no será así. Tendré regalo. Cena romántica. Haré el amor apasionadamente esa noche. Y a la mañana siguiente toda la familia se reunirá en el campo de mis padres a soplar las velas de la tarta. No sé cuál de esas cosas me apetece menos. El tostador me saca de mi ensimismamiento al hacer “click” e impulsar las tostadas hacia arriba. El chorro de la ducha se para. Preparo las tostadas. Me paso diez minutos preguntándome qué cojones hará Gloria y por fin oigo sus tacones en el pasillo. Cojo la cafetera y sirvo dos tazas de café. Ella entra en la cocina y me dirige una sonrisa amplia y preciosa. Lleva una camisa blanca y una falda negra. Odio que con tacones sea más alta que yo. Me siento…débil, insignificante, prescindible. Tú con tacones y yo en el paro.

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