UA-67049947-1

19 jun 2011

Cuando ya no le sirve de nada (3)


En Berlín, Alemania. Me dijo que se iba a casar. Y me dio una postal de París. Nunca habíamos ido a París porque nos parecía muy tópico. Volví a casa llorando como un imbécil. Y seguí llorando un par de días más. Por aquel entonces vivía solo. Nunca creí que nada pudiese afectarme tanto. La muerte de mi padre no lo hizo un par de años antes. Pero comprendí que era la tristeza. Era esa sensación de desolador vacío en el pecho. No sentía ganas de drogarme para olvidar mis penas, ni siquiera de beber, mis penas no pesaban. Eran una sensación en mi pecho de ausencia. Una nube negra que no me dejaba ni pensar mientras deambulaba del escritorio a la cocina y de la cocina a la cama. No acudí a París. Renuncié a Marta para siempre puesto que no teníamos ningún dato del otro. Ni dirección, ni teléfono ni nada. No he vuelto a verla jamás. Ahora sí la comprendo, y me arrepiento. Me carcome. Quizás no la recuerdo en diez años, pero cuando la recuerdo y pienso en que la dejé ir, me come por dentro. No me deja respirar. Tengo que excusarme de donde esté y buscar un baño para gemir y morderme los nudillos. Aún a mi edad. Me carcome porque ahora la comprendo. Ahora que estoy casado con el amor de mi vida y tengo tres hijos todo está claro en mi cabeza. Lo nuestro era tan platónico en el total sentido de belleza que en realidad posee esa palabra que simplemente lo vencía todo. No tenía nada que ver con haber encontrado cada uno a su pareja ideal con la que envejecer y morir juntos. Era algo totalmente aparte y que no debía morir con eso. Pero claro, uno comprende las cosas a los 75 años. Cuando ya no le sirve de nada.

15 jun 2011

Cuando ya no le sirve de nada (2)


Al principio me resistía la hipocresía de provocar una situación así, provocarla le quitaba la magia, el romanticismo y el tinte novelístico. Pero no fue así. Provocarla era aún más satisfactorio, era vivir una vida de cine porque habías decidido vivirla así. Y comprendí que así era. Todos esos famosos que yo idolatraba habían vivido una vida digna de ser contada porque lo habían decidido así al nacer. No se resignarían siendo uno más y provocaron que su vida mereciese la pena. Y yo también lo hice. Granada y su Alhambra, Túnez y sus dunas (sin desmerecer el Anfiteatro de El Djem), Venecia y sus canales. Solo con recordarlo lloro emocionado. Que mágico, que increíble. Cada vez uno de nosotros elegía la próxima ciudad, una cita cada seis meses. Empecé a escribir más y a presentarme a concursos, aunque fuesen mediocres, solo por recaudar dinero, acepté un contrato fijo con una editorial y escribía para un diario de poca monta y tirada gratuita. Solo por pagarme esas citas. Eran como mi verdadera vida. Habían nacido de la ficción, una forma sutil y maravillosa de huir de la realidad, y se habían transformado en lo único que merecía la pena ser vivido. Teníamos una regla, no hablar de nuestra vida amorosa al margen de nosotros. Jamás la incumplí, aunque cuando creía enamorarme de otra me moría de ganas. Marta si la incumplió. Quince años después de empezar a vernos. Cuando yo tenía treinta y cinco años. En Berlín, Alemania (...)

12 jun 2011

Cuando ya no le sirve de nada (1)


No sé cómo empezar esta historia. Y resulta irónico porque me gano la vida contándolas. Pero no es lo mismo relatar “una” historia, que relatar tu historia. No sé porqué conocí a Marta. Supongo, que como las cosas verdaderamente buenas en la vida, pasó sin razón aparente. No nos presentó ningún amigo que yo recuerde, ni nos conocimos en ninguna charla de poesía, ni mágicamente en el cine. Nos conocimos y punto. Apenas recuerdo cómo. Hace ya muchos años. Marta era una chica muy especial, lo que en realidad es una forma bonita y romántica de decir que Marta era muy rara. Por aquel entonces yo estaba disfrutando del estallido rompedor de los 80, que en realidad no eran más que los residuos de los 70, que a España venían con retraso. No tenía casa ni hipoteca, pero tenía una Olivetti portátil y un editor con lo necesario para triunfar en su profesión: Poca vergüenza y mucha constancia. Era de los que llamaban cada dos semanas a la editorial para enterarse de si habían recibido el manuscrito. La mayor parte del tiempo que andaba por Madrid solíamos apalancarnos en su casa. Aunque yo tenía amigos en casi todas las ciudades, sobre todo porque era bastante nómada y también tenía el presupuesto muy justo. Pero claro, si vuelves a Cádiz después de un año y medio y le pides a un antiguo colega de la facultad que te deje dormir en el salón unos pocos días, por dios, todo lo que necesites. Así que iba tirando. Pero bueno, me estoy desviando del tema. Marta. Marta y sus pecas me dijeron que cada una de nuestras citas debía ser en una ciudad del mundo diferente. Y que cada vez sería única y especial. Hablaríamos de algo distinto, pasearíamos por sitios distintos y dormiríamos en hoteles distintos. Empecé a hacerlo porque me parecía mágico, romántico y muy sacado de una novela. Al principio me resistía (...)

1 jun 2011

ytodossonpoetas

Eternidad en la copa de un pino.
Agua en los ojos de una Geisha.
En tus brazos.
En los míos.
Sangre y poesía.
Sangre y poesía.
Poeta muerto.


Pd: Así cualquiera hace poesía, comedme el nabo.