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19 jun 2011

Cuando ya no le sirve de nada (3)


En Berlín, Alemania. Me dijo que se iba a casar. Y me dio una postal de París. Nunca habíamos ido a París porque nos parecía muy tópico. Volví a casa llorando como un imbécil. Y seguí llorando un par de días más. Por aquel entonces vivía solo. Nunca creí que nada pudiese afectarme tanto. La muerte de mi padre no lo hizo un par de años antes. Pero comprendí que era la tristeza. Era esa sensación de desolador vacío en el pecho. No sentía ganas de drogarme para olvidar mis penas, ni siquiera de beber, mis penas no pesaban. Eran una sensación en mi pecho de ausencia. Una nube negra que no me dejaba ni pensar mientras deambulaba del escritorio a la cocina y de la cocina a la cama. No acudí a París. Renuncié a Marta para siempre puesto que no teníamos ningún dato del otro. Ni dirección, ni teléfono ni nada. No he vuelto a verla jamás. Ahora sí la comprendo, y me arrepiento. Me carcome. Quizás no la recuerdo en diez años, pero cuando la recuerdo y pienso en que la dejé ir, me come por dentro. No me deja respirar. Tengo que excusarme de donde esté y buscar un baño para gemir y morderme los nudillos. Aún a mi edad. Me carcome porque ahora la comprendo. Ahora que estoy casado con el amor de mi vida y tengo tres hijos todo está claro en mi cabeza. Lo nuestro era tan platónico en el total sentido de belleza que en realidad posee esa palabra que simplemente lo vencía todo. No tenía nada que ver con haber encontrado cada uno a su pareja ideal con la que envejecer y morir juntos. Era algo totalmente aparte y que no debía morir con eso. Pero claro, uno comprende las cosas a los 75 años. Cuando ya no le sirve de nada.

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