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15 jun 2011

Cuando ya no le sirve de nada (2)


Al principio me resistía la hipocresía de provocar una situación así, provocarla le quitaba la magia, el romanticismo y el tinte novelístico. Pero no fue así. Provocarla era aún más satisfactorio, era vivir una vida de cine porque habías decidido vivirla así. Y comprendí que así era. Todos esos famosos que yo idolatraba habían vivido una vida digna de ser contada porque lo habían decidido así al nacer. No se resignarían siendo uno más y provocaron que su vida mereciese la pena. Y yo también lo hice. Granada y su Alhambra, Túnez y sus dunas (sin desmerecer el Anfiteatro de El Djem), Venecia y sus canales. Solo con recordarlo lloro emocionado. Que mágico, que increíble. Cada vez uno de nosotros elegía la próxima ciudad, una cita cada seis meses. Empecé a escribir más y a presentarme a concursos, aunque fuesen mediocres, solo por recaudar dinero, acepté un contrato fijo con una editorial y escribía para un diario de poca monta y tirada gratuita. Solo por pagarme esas citas. Eran como mi verdadera vida. Habían nacido de la ficción, una forma sutil y maravillosa de huir de la realidad, y se habían transformado en lo único que merecía la pena ser vivido. Teníamos una regla, no hablar de nuestra vida amorosa al margen de nosotros. Jamás la incumplí, aunque cuando creía enamorarme de otra me moría de ganas. Marta si la incumplió. Quince años después de empezar a vernos. Cuando yo tenía treinta y cinco años. En Berlín, Alemania (...)

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