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26 nov 2015

El zumbido que cambió su vida




Jaime pasea de la mano de Marta sin ser consciente aún de nada. Tranquilamente se paran a mirar escaparates y fantasean sobre comprar una enorme casa en el campo. Sobre vivir rodeados de animales. Marta se ríe mientras bromea con la idea de un Jaime acorralado en el corral por las gallinas. Jaime también se ríe. Ninguno de los dos se espera lo que está a punto de ocurrir. Es decir, Marta es bastante consciente de que el día llegaría tarde o temprano, y Jaime alguna vez ha fantaseado con la idea de que podría llegar a ocurrir. Pero más como concepto abstracto que como algo que realmente pueda acontecer en unos minutos. En cualquier caso ni lo imaginaban al salir de casa ni lo imaginan ahora.

Un simple zumbido cambiará sus vidas. Y ya no quedan minutos, sino segundos. Marta le pide a Jaime que le sostenga el bolso mientras entra a un bar a usar el baño. Y entonces Jaime, más que oírlo, lo nota en la mano. Ese zumbido. El móvil de Marta. En condiciones normales simplemente esperaría a que ella salga del baño y le diría un escueto: “tu móvil, nena”. Pero, quizás porque ambos están esperando la respuesta del casero, quizás porque él sabe que la madre de Marta está pendiente de poder hablar con ella o, quizás, sólo quizás, por una punzada de intuición, Jaime saca el móvil del bolso y mira el origen del zumbido.

Cuando Marta sale del baño y ve a Jaime mirando su móvil y, sobre todo, la expresión en la cara de este, no hace falta ni que intente imaginarse qué es lo que está mirando. Probablemente la foto de el miembro de otro tío que acaba de llegar a su bandeja de entrada de mensajes privados en Instagram. No lo saben, ni lo sabrán, pero ambos piensan al unísono:

“Joder, Marta.”

23 nov 2015

Control de animales




A Lucas hay cosas que le fascinan del ser humano. Esas incongruencias, esa falta total y absoluta de juicio propio y lógica desnuda que todos parecen ser capaces de exhibir ante sí mismos en las frías y largas noches de invierno en las que reflexionan a causa del insomnio. Sus congéneres reflexionaban porque tenían insomnio. Lucas tuvo insomnio porque reflexionaba. Pero de eso hacía años, antes de que Lucas terminase de comprender y sobre todo aceptar ciertas cosas sobre sí mismo. Los seres humanos siempre se han creído lo que han querido creerse. Lucas piensa en el control de animales. ¿Cómo pueden los seres humanos aceptar eso como algo tan lógico cuando no es más que la revelación final sobre su propia naturaleza? Él se vería capaz de entenderlo si todas las piezas encajasen entre sí. Pero no lo hacen. Los seres humanos echan a otras especies de sus ecosistemas. Esa es su verdadera naturaleza. Crean ciudades y construyen muros basándose en conceptos ficticios que simplemente todos fingen asumir y asimilar como algo innegable a su propia existencia. Pero no lo es. Son una especie que domina, que llega a un terreno, lo mea a su manera y empieza a echar al resto de especies. En las ciudades pasean furgonetas que se encargan de recoger perros y gatos callejeros que en el 80% de los casos acaban muertos. Ninguna especie que moleste va a compartir su ecosistema. Eso es algo que todos asumen como natural y que Lucas ve horrible. Eso es, horrible. Primero descubren perros y gatos y los domestican, los sublevan a ellos, los vuelven sus compañeros. Y a los que no lo son, los eliminan. Un perro o un gato sólo tienen derecho a vivir si tienen un dueño humano, si pasean por la ciudad son una plaga. Ninguno de ellos, simios que se levantan cuando amanece (como el resto de animales), se lavan la cara, se afeitan el vello y se ponen un traje, son capaces de asimilar qué son en realidad. Son simios. Simios que han bajado del árbol y se han adueñado de la jungla. Simios que delimitan su territorio en el bosque basándose en el que pueden abarcar y defender, no en el que necesitan; construyen garrotes con las ramas; y empiezan a echar a todas las otras formas de vida animal de las que no se pueden alimentar. Para los cerdos granjas de alimentación, vacunas, controles sanitarios y desollamiento para alimentar a sus bebés simios. Para las moscas insecticida. Para los perros collar. Simios que bajan del árbol y lo talan porque les estorba, sin importar todas las especies con las que convivían cuando vivían entre sus ramas (de lo que no hace sino un rato en términos evolutivos) ni las que quedan por llegar. Simios que escogen el ave con los huevos más sabrosos y la encierran en un corral. Al resto les talan las casas, y a los de colores más bonitos, les fabrican casas nuevas con barrotes de madera. Todo esto hacen los seres humanos, reflexiona Lucas una vez más. Es un pensamiento recurrente en estas situaciones a las que se expone. Lucas da otra calada amplia al cigarrillo y el sabor químico del pentobarbital aún deshaciéndose en los ácidos de su estómago le asciende hasta la garganta. Traga saliva y un moco asqueroso y enorme se le revuelve en la tráquea. Tose y escupe. Necesitará algo para el flujo gástrico más tarde. Lucas no es aficionado a los barbitúricos, ni por lo general a ningún tipo de droga, pero su pieza de esta tarde tenía un frasco en el bolsillo. A él le ha dado tres píldoras. Está colgado por los pies de una viga de su propio sótano. El lugar siempre es importante. Somos simios, le damos valor al territorio. A uno le retuerce más las tripas que un desconocido le cuelgue por los pies en el sótano de su propia casa que despertarse atado a una silla en una habitación desconocida. Es la sensación de que no tienes el control en absoluto y jamás lo tuviste lo que Lucas busca provocar en su presa de esta tarde. Quiere que sienta que lleva toda la vida auto-engañándose, que el mundo en el que creía no existe. Sólo es algo que le han vendido por la tele. Pero mientras él se limitaba a engullir patatas Ruffles York’eso con las dos manos el mundo ahí fuera seguía siendo real. Y ahora es la presa de un depredador más fuerte. El hombre es gordo, pero no demasiado, más bien fondón. Deberá pesar unos noventa kilos y aunque apenas rebasa el metro setenta seguro que no se considera a sí mismo un gordo. Por supuesto, lo que él no parece percibir (aunque ahora quizás sí) es que no estaba gordo para bajar las escaleras de su casa y montar al coche de camino a la oficina, ni para salir a cenar con sus amigos, ni para sentarse en el sofá a comer pizza. Pero para huir de un depredador en la selva…para eso estaba muy gordo. A Lucas le ha costado una barbaridad subirlo, pero por suerte el depredador es él y eso siempre proporciona una serie de ventajas. Por ejemplo la inteligencia. Los depredadores comen carne y la proteína que esta contiene les desarrolla el cerebro. Su presa en este caso es también un depredador, pero la diferencia es que Lucas es un depredador de depredadores por lo que está acostumbrado a mirar a su alrededor y observar cómo puede valerse del entorno. Está acostumbrado a tener que ser el más inteligente de la habitación, por exigencias del guión. Lo ha subido haciendo una polea con unas cuerdas y la viga del techo. También le ha cosido la boca, es la primera vez que hace algo así pero quiere probarlo. Odia los gritos de dolor. Todo lo que viene antes y todo lo que viene después es lo que él persigue y ansía. El proceso de gritos y sangre le sigue pareciendo un poco desagradable. De todos modos, el coserle la boca impide que la gente de fuera de la casa escuche los gritos, pero Lucas los oirá perfectamente. Ahogados en su garganta. Rebotando contra sus labios cerrados a la fuerza con sutura. ¿Le dolería tanto como para acabar destrozándose la boca al intentar gritar? No sabe cuánto hace que se ha quedado inconsciente. Lucas levanta la mano derecha, con la que empuña el cuchillo, y con la punta de la hoja de este, roza levemente la piel del hombre. Sin dañarla. Es tan frágil. Es como cortar plástico con unas tijeras bien afiladas. A Lucas le impactó mucho la primera vez que vio como desollaban a un conejo. ¿Cómo un ser que es capaz de mostrar tal brutalidad es luego capaz de condenar que un ser humano insulte a otro en un medio de televisión? Era tan ridículo, tan risible, que parece una broma de una especie superior para con ellos mismos. Una broma que nadie parecía entender. Salvo Lucas.

Se dio la vuelta y se alejó del cerdo colgado boca abajo. Se miró en un espejo del sótano. Se había dejado la barba muy larga, y la había recortado de forma que su perilla fuera aún más larga y espesa, como una suerte de barba espartana pero mucho más larga. Se había dejado la barba porque uno nunca sabe dónde hay una cámara, o un ojo ajeno. También vestía ropa demasiado rockera para él. Comprada en un mercadillo hacía un par de semanas. Encima de la ropa llevaba uno de esos chubasqueros de plástico que le llegaban hasta los tobillos. Se había cambiado los zapatos y se había puesto unas botas de lluvia amarillas. Dos tallas por encima de la que él llevaba, por si acaso dejaba alguna huella. Le mostró los dientes al espejo y descubrió un trozo rojo entre la paleta derecha y su incisivo lateral derecho. Lo sacó con ayuda de la lengua y lo observó entre sus dedos. Era atún crudo. Siguió caminando hacia la caja que había abierta en la mesa del sótano. Escogió un corte relativamente grueso de shashimi de pez mantequilla y se lo metió a la boca. Primero disfrutó del sabor que se producía mientras lo salivaba y después lo mordió un poco. Sólo un poquito. Disfrutó de la textura. Después lo engulló de golpe. Sonrió con satisfacción. Internamente. Lucas siempre mostraba sus emociones internamente. Él era consciente de ellas y es lo único que necesitaba. Era un simio solitario. Cerró los ojos y disfrutó de la sensación del barbitúrico. Los abrió y se giró con el cuchillo en la mano. Lucas no tenía mucha idea de medicina, lo cual le gustaba porque casi siempre todo era una especie de experimento para él. ¿Se despertaría el cerdo al empezar a notar que el cuchillo le desgarraba la piel? ¿No? ¿Lo haría entonces cuando lo notase hundirse lentamente en sus entrañas? Lucas suspiró mirando a su presa. Intentó recordar cómo despellejaba su abuela a los conejos para la paella de los sábados. Después se dispuso a intentar hacer lo mismo con un simio de unos noventa kilos más.

19 nov 2015

Como faros de coche

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En mitad de la oscura sala sus ojos azules casi eléctricos, tan grandes, me parecen faros de coche por un momento. Durante un segundo en sus ojos enmarcados en ese pelo tan negro veo un coche. Un coche que a toda pastilla que se dirige contra una pared dispuesto a estrellarse. Un coche que me abre una puerta cuando saca la lengua y puedo vislumbrar la mitad que me toca.

Desde luego me subo sin pensarlo siquiera.

16 nov 2015

La tiranía de los hombres malos



Todo muskir es jamr y todo jamr puede ser útil para cumplir con el designio de Alá, aunque Mahoma no pudiera darse cuenta. O eso quiere creer Abdul mientras teclea con un cigarrillo de kif colgando de los labios. Y lo mejor del trabajo es que cumpla con la ley y lo mejor de la ley es que sea. Impuesta, aceptada o inevitable, pero que sea. Se toma unos segundos mientras mira la pantalla y cruje su cuello. Hay quienes piensan que su trabajo es más fácil que el de él, pero ellos jamás sabrían hacerlo. Requiere de habilidades más difíciles de cosechar que apretar el gatillo de un AK-47, aunque Abdul sepa también perfectamente como hacer esto último. Está a punto. Un trabajo es un trabajo y siempre es como cualquier otro cuando uno lo domina y lleva haciéndolo el suficiente tiempo. Él sabe que este en concreto está en su punto más difícil y que las siguientes frases determinarán su ya más que posible éxito. Así que las escoge sabiamente y ve sus frutos en las respuestas que su interlocutor le manda por el chat. Sonríe satisfecho. Acaba de reclutar otro soldado.

Sabe, piensa de nuevo, que hay quien minusvalora su trabajo, pero no Alá. Alá lo comprende todo de una manera que él no puede ni imaginar y valorará su esfuerzo y tendrá un lugar reservado en el Jannat. Quizás incluso ese lugar incluya una recompensa mayor que la del chico al que acaba de convencer para unirse a la lucha e inmolarse la semana que viene. Sólo quizá. Acaricia sus manos mientras se toma unos segundos para despedirse del joven jundi, después cierra el portátil y se levanta para vestirse y prepararse para reunirse con ellos. Está deseando contarles que ya queda poco. Antes de ir hacia el baño a lavarse un poco se sienta en la cama a terminar el kif.

8 nov 2015

Oda al gato que duerme



Pollito está durmiendo la siesta en el sillón. Sobre su cojín está mi jersey gordo y, aún más, sobre este la manta de mi abuela. Tiene la cara mirando a la puerta pero los ojos cerrados y una expresión de tranquilidad en el rostro. Su cabeza es demasiado pequeña para ese cuerpo. La mezcla de colores blanco y negro de su pelaje es tan perfecta y parece tan hecha a propósito que me transmite a la vez las contradictorias sensaciones de que es irreal y de que es un regalo. La gente no observa porque han nacido para pensar en su propia supervivencia. Pero es tan maravillosa e irreal la vida de cada ser en su propio concepto que globalmente somos la mentira más bonita jamás contada por la televisión de un universo que sí existe. ¿Cómo puede la vida adaptarse al medio? ¿Qué impulsa a las células de los fondos abisales a evolucionar en forma de pez que no necesita la luz? Miro al Johnny, mi ninfa, y pienso en sus colores. Parecen diseñados por un ojo ajeno. ¿Cómo puede darse algo forma a si mismo? ¿Cómo pueden las células haber evolucionado para formar los pulmones, el páncreas, el sistema circulatorio o la compleja red neuronal de un ser humano si nosotros apenas somos capaces de comprenderlo? Las matemáticas no explican las matemáticas. Explican todo lo demás, y pueden descomponerlo en su propio sistema. Pero las matemáticas no explican su propia existencia. No pueden. ¿Cómo puede la vida justificar su propia existencia? ¿En qué segundo decidió la vida existir y para qué? ¿Lo decidió ella? ¿Hubo decisión? Andamos todos por ahí fuera sin maravillarnos de nuestra propia existencia, decidiendo imponerle metas al hecho de estar vivos. Como si el simple hecho de estarlo no pareciera tan de potra que deberíamos aprovecharlo como niños traviesos que saben que algún día alguien se dará cuenta de que está sucediendo y le pondrá fin. Vuelvo a mirar a la gata y me fijo en las manchas de su nariz. Los animales parecen formas de vida simples, inocentes y felices de su existencia cuando duermen. Y en esos instantes al mirarla siento la contradictoria certeza de que el mundo es tan simple y peligroso y malvado, que en este instante de paz y tranquilidad, lo mejor que puedo hacer para aprovechar que soy uno y estoy vivo es cerrar los ojos momentáneamente, echar el telón al universo y convertirme en una consciencia que flota en una realidad que sólo existe para ella. ¿Una consciencia real que flota en una realidad que no existe sigue siendo real aunque sólo sea para ella misma o tampoco existe? 

3 nov 2015

Automutilación #3


Es el verano del amor en París. O eso parece en su Facebook. En Murcia yo estoy resoplando como un animal y sudando a chorros. No me pongo nada de ropa cuando cojo un cigarrillo y salgo a su balcón. Sin gafas la vista sólo me deja ver hierba, como si fuese una hormiga. No me siento una hormiga. Las hormigas son blandas por dentro pero tienen un exoesqueleto tremendamente poderoso. Me siento una cebolla pocha. Un cuchillo afilado puede abrirme y comprobar lo que su buen olfato ya le había dicho: el interior está podrido. Ella me sigue. Debería decir algo. Pero me da vergüenza. Nunca he sido bueno en decir cosas. Fantasearlas me basta. De todos modos qué podría decirle.

-Lo siento-le digo al final. Viendo que ella calla.

-No pasa nada-me dice mientras me acaricia la espalda con tristeza. Nunca las había saboreado hasta hace relativamente poco pero ahora parezco tener un imán para las caricias tristes-Últimamente parezco tener un imán para estas cosas-añade ella.

Por el rabillo del ojo veo que se está haciendo otro porro. Pienso en volver la cara pero sinceramente no me apetece. El sol empieza a quemarme la piel. ¿Le digo que es por otra mujer? No. Eso probablemente sólo la hiriese más. Mejor callármelo.

-¿Qué tiempo crees que hará en París ahora mismo?-le pregunto.

-No lo sé-me dice-Supongo que mejor que aquí.

Sigo fumando en silencio. Arrojo la colilla por el balcón. Ella parece querer decirme algo. Aprovecha el momento en el que tiene que bajar la vista al porro para rularlo.

-Oye-me dice.

Me vuelvo. Efectivamente está con la vista en el porro mientras lo rula.

-Dime-digo.

-Sé que confío en ti. Sé que todos confían en ti. Pero hay algo que nunca te he preguntado porque creía obvio y últimamente que nos vemos más no tanto-hace una pausa dramática de esas que le gustan a ella mientras pasa la lengua por la pega del papel- ¿Y tú? ¿Crees en ti?

Durante un segundo la pregunta me pilla con las defensas bajas. Casi la puedo sentir perforándome la piel y buscando penetrar mi interior. Me recobro rápidamente. La expulso. Saco las púas falsas que me injerté bajo la piel y la pincho hasta que no es más que un juego. La vida de alguien que no es él mismo. Por un segundo cierro los ojos y fantaseo que cuando los vuelvo a abrir estoy petrificado. Como si pudiese darle a un botón. Ella me zarandea y me mueve pero después se acaba yendo. Y yo me quedo allí durante horas. Sin volver a activar el botón. El día dura eternamente y yo sigo allí en pie, con el sol en mi espalda, hasta que la piel de mi espalda está tan quemada que se cae hecha jirones. Hasta que se me empiezan a quemar los músculos. Y después los huesos. Pero yo no me muevo. Y ni siquiera cuando soy ceniza y floto en el aire me siento libre. Vuelvo a abrir los ojos.

-Claro que sí-le miento-Sólo estoy teniendo mala suerte.

-Eso es lo más importante- me dice ella. Me besa en la mejilla y me sonríe-¿Vamos dentro? Tengo allí el mechero.

-Y hay aire acondicionado-le digo yo-Que con este sol se puede derretir una persona.


Ella se ríe y dice que por un segundo me ha visto derretirme como si fuese de cera. Hasta ser sólo una plasta humeante de mí mismo. En mi mente no tiene ni puta gracia. Pero aún así me río.

2 nov 2015

Es como un baile


Es como un baile acompasado del que sólo yo sé los pasos exactos. Ese olor tan característico de su sudor. Cada sudor huele de forma única y el de ella huele…de forma indescriptible. Eso me gusta. Aspiro fuerte por mis agujeros nasales y retengo el aire unos segundos. Noto sus piernas agitarse. El sonido que emite su garganta intenta escapar por entre las rendijas de los dedos de mi mano, que tapan su dulce y pequeña boca con forma de corazón. Sus pupilas dilatadas. Y las mías. Probablemente para ella este momento no transcurre a la misma velocidad con la que transcurre para mí, para mí estos escasos segundos son mi auténtica vida. Mi única forma total y completa de desnudez. Recuerdo esos versos de Sabina: “muchas me ven sin ropa pero sólo tú me ves desnudo”. Son los únicos segundos en los que me permito dejar caer mi máscara ante otra persona. Doy otro paso para agarrarla más fuerte. Mi cuerpo aplastando su cuerpo contra la pared. Mi corazón latiendo muy rápido, bombeando la cantidad de sangre necesaria e imprescindible para llevar a cabo mi tarea. Unidos, ella y yo, en la misma coreografía que sólo yo puedo ejecutar tan perfectamente.

Me separo de su cuerpo lo justo y necesario para la penetración. Doblando levemente las rodillas para empujar con más fuerza. Y empujo. Sus ojos se giran inconscientemente hacia arriba en ese agónico gesto al sentirme dentro de ella. Me recreo en los pequeños segundos en que dejo que se hunda totalmente. Después todo empieza a ir cada vez más rápido. Saco el cuchillo y lo clavo de nuevo y de nuevo. Hasta que sus ojos se vuelven hacia arriba del todo y ella cae al suelo lentamente mientras la sigo sosteniendo contra la pared para controlar su caída y el sonido que produce.