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21 oct 2015

Cafeína


El quinto café antes de las once de la mañana es el que finalmente me saca de mi ensimismamiento y me obliga a ir al baño a cambiarle el agua al canario. Lo peor es ese momento en el que te miras al espejo y caes en la cuenta de que al final has acabado siendo como todos los demás. No estás en la cima de Nueva York diseñando la nueva campaña de Pepsi que disparará sus ventas por encima de las de Coca-Cola. Ni siquiera estás currando de lo que estudiaste. Ni siquiera sabes una palabra de puto inglés que no sea “mai niem is”. Eres contable porque tu tío el que tenía una empresa inmobiliaria necesitaba a un contable y aprendiste que los oficios no se aprenden en libros si no doblando el lomo, como todo.

Y, como todos los demás, lo único que te queda es escoger una cuchilla nueva y ultra-moderna a ver si esta vez, como prometen todos los putos anuncios que no estás escribiendo, no te deja la piel cada vez más áspera y vieja. Fantasear con que te toca la lotería y montas un chiringuito en punta cana. Masturbarte con cara triste en el aseo de minusválidos mientras piensas en cepillarte a la secretaría de tu tío, tu jefe.

Lo peor es ese momento en el que caigo en que no soy especial, y que todos se sienten igual de mierda por dentro que yo. Así que al salir del baño saco el sexto café de la máquina y dejo de quejarme. 

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