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18 nov 2011

Sus ojos no han vuelto a brillar.



Han pasado muchas cosas en estas treinta y seis horas que hace desde que Rafa vio al primer infectado. Pero no son relevantes. Lo relevante es que ahora está parado frente a la puerta entreabierta de su hogar. Aún no tiene esa pinta de vagabundo que tenía cuando Marta lo conoció. En sus ojos aún había brillo y determinación. Brillo que no se ha apagado ni ahora, mientras cierra los párpados y suspira. Da un primer paso dentro de la casa, intentando no reparar en el nauseabundo olor que en ella se respira. Le sudan las manos. Se las limpia como puede en la camiseta y revisa por décima vez en los últimos cuatro minutos la 9mm que ha conseguido de un coche patrulla. Avanza lentamente por el pasillo de su casa, agudizando el oído. No le sirve de mucho porque el sonido de los pasos arrastrándose tras él se manifiesta de pronto. Sin crescendo. Solo aparece. Se gira rápidamente apuntando con el arma. Sus labios se mueven pero su garganta no emite ningún sonido. Está intentando decir mamá. Aunque la criatura que tiene delante conserva poco de su madre. Ha estado preparándose mentalmente por si llegaba este momento, pero no le sirve de nada. La pistola resbala de su mano y cae al suelo. La recoge torpona y pesadamente y empieza a retroceder. Debería hacer algo más que mirar al zombie de su madre directamente a los ojos y dar pasos hacia atrás. Sobre todo sin mirar por encima del hombro en busca de posibles peligros. Pero no puede. Ya no puede ni intentar balbucear. ¿Qué creéis que pasa por la mente de Rafa? Tiene que ser jodido. Yo, como narrador os puedo desvelar que no está pasando nada. La mente de Rafa está en blanco. Solo se escucha un zumbido estático, como si se hubiese estropeado. Como si no pudiese procesarlo y hubiese preferido desconectarse. Al final Rafa acaba con la espalda contra la pared, con los ojos inundados en lágrimas pero abiertos en un gesto entre locura y miedo. Cuando acierta a ver que tras su madre se acerca algo con los cabellos rubios muy largos casi se colapsa del todo en un grito de angustia y se arroja a sus brazos para unirse a ellas. Pero no puede hacerles esa putada. Les debe mucho. A lo largo de su vida Rafa no ha sido precisamente un chico modelo. Eso se acabó. Hay responsabilidades que un hombre no desea pero que tiene que asumir. Así que al final las lágrimas se cortan y el brillo en los ojos de Rafa muere. Su brazo derecho parece venir de Indonesia. El tiempo se le hace tan lento que es espeso y flota en el ambiente. Podría llegar a cortarlo con una cuchara. Al final logra que su brazo derecho apunte a la cabeza de su madre y que su mano izquierda agarre con fuerza la culeta del arma para ayudarle a acertar. Lo hace. No es el odio lo que mueve el mundo. O lo movía. Fue el amor. Rafa tenía la pistola cargada de amor por su madre, los dientes crispados de infinita bondad y apretó el dedo como el que besa a su amada en la frente para despedirse de ella eternamente. La bala que sale de la pistola solo lleva amor para su madre. Aún así le atraviesa el globo ocular derecho, produjendose una pequeña explosión de fluídos que Rafa no puede evitar ver. Es sucio. Es desagradable. Pero la bala alcanza el cerebro y su madre se desploma de espaldas. Sin más. Rafa reza porque no le den espasmos, como a otros infectados. No le dan. En cuanto toca el suelo el cuerpo sin vida de lo que fuese su madre parece estar en paz. Excepto por los flujos cerebrales que manan a través del agujero de salida de la bala. Con toda la fuerza del mundo Rafa se fija en su pobre Amanda. Su petit-suisse. Su princesa. La "ñaja". Sus cabellos rubios seguían teniendo su belleza, pero estaban cubiertos de polvo de haber sido arrastrados por el suelo durante horas. Tenía las piernas parcialmente devoradas y avanzaba clavando los dedos en el suelo y arrastrándose. Rafa escuchó el crujido de sus mandíbulas abriéndose y cerrándose compulsivamente. Llevaba el codo derecho al aire, con toda la piel de alrededor hecha jirones. Parecía que la hubiesen pelado como a un plátano. Su hermana sigue acercándose e intenta apuntarle y volver a disparar. Cuando de repente su hermana se para al lado del cadáver de su madre y empieza a comer compulsivamente a través del agujero de su cabeza. A sorber. Como si fuese un melón. Conozco a Rafa, mucho más que vosotros además. Y puedo deciros que el verdadero Rafa hubiese vaciado el cargador sobre su hermana mientras gritaba y lloraba de asco, rabia y pena. El antiguo Rafa se hubiese colapsado, hubiese entrado en uno de sus ataques y palo en mano se hubiese lanzado a matar zombies hasta la muerte. Pero el nuevo Rafa dispara dos veces a su hermana. Una en el cuello y la otra en la nuca. Se escucha un leve gemido y el zombie muere. Recarga el arma y pasa por encima de los cadaveres procurando no pisar la sangre y los sesos desperdigados por toda la tarima. Rezando porque su padre y su hermano estén muertos. Sus ojos no han vuelto a brillar.

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