UA-67049947-1

3 nov 2011

Eterno.


Gotas perladas de sudor del tamaño del puño de un bebé resbalan por mis sienes. Por fortuna llevo la gorra puesta y nadie puede darse cuenta. Vuelvo a mirar mi mano: El siete de picas y el siete de tréboles. La ciega está a cinco euros. Yo meto diez. Ya solo quedamos tres jugadores. Esta jugada va a ser definitiva. Los otros dos jugadores van.

Salen tres cartas. El tres de corazones, el cinco de corazones y el siete de rombos. Me tiembla el pie izquierdo pero eso queda lejos del alcance visual del resto de la mesa. Meto otros diez. Los otros dos lo ven. Ninguno sube. El croupier quema una carta y saca otra.

La dama de picas. Mierda de carta. Miro a los otros dos jugadores y sus miradas me trasmiten que esa carta tampoco les interesa. Meto otros diez. Uno lo ve. El otro sube otros diez. Lo miro fijamente evaluando las posibilidades. O va a por el color o tiene dos damas. O es un farol. En cualquier caso tengo un puto trío de sietes así que lo veo. El otro también lo ve.

El siete de corazones. Casi salto de la silla. Evalúo las posibilidades intentando parecer neutro. Es obvio que al menos uno de los dos lleva color. Pero lo que ellos no saben es que yo llevo dos putos sietes entre las manos. Un póker. Están jodidos. Así que se lo digo:

-You ‘re fuck.

Y meto mi all-in. A tomar por culo. Que se salgan de la mano, con los 120€ que hay en la mesa ahora mismo la partida es mía. Aparte yo he metido otros 30, todo lo que me quedaba. Uno de ellos arroja las cartas encima de la mesa. Miro lo que le queda en su montón. Unos 40 euros. No importa. No es rival entonces. El otro sonríe y mete los otros 30 que le quedan. El bote de la mano asciende a 180 pepinacos alemanes.

La cosa está que arde. Uno de los dos se marchará de la partida, el otro, probablemente quedará primero. Aquí, en esta casa, no les gustan las mariconadas. Un 80% para el primero, un 20% para el segundo. El tercero no se lleva nada. Excepto el amargo sabor de la derrota y la impotencia al llegar a casa.

El otro jugador gira una carta. Los segundos que tarda en girarla me parecen horas. Horas en las que pienso qué haré con el dinero. Para empezar esta noche voy a pillar medio gramo y una botella de JB para mi solo. O, qué cojones, una de cacique 600. El leve, levísimo, ruido de su carta al girarse me saca de mis pensamientos. Un cuatro de corazones. Es como si alguien me tirase un piano. Noto como, involuntariamente, me estoy plegando sobre mí mismo y me estoy resbalando por la silla. Giro mi carta. Un siete. Se produce un gemido de expectación general. Yo ni me acordaba de que aquí había más gente. Él va a girar su última carta. Yo rezo a todos los dioses que conozco. No puede ser en cualquier caso. El tipo como mucho llevará…no sé, el as de corazones o cualquier mierda. Un color. Me lo follo. O quizás lleva un seis, pero no el de corazones. Escalera. Impresionante, desde luego. Pero también me lo follo. Es lo que tiene el póker. Al final no importa lo bueno que seas, ni lo bien que leas las emociones, ni como controles las tuyas, ni siquiera las probabilidades que manejes. Al final todo es azar.

Y el hijo de perra sonríe con todos sus dientes de alemán mal parido mientras la gira. El seis de corazones. Escalera de color. Me dice algo en alemán pero no lo entiendo. Supongo que me ha recordado que soy yo el que está jodido. Si hay algo fascinante con respecto al juego en general, antes que ganar, es perder. Quién se haya jugado sus últimos treinta euros y los haya perdido me entiende. Salí de allí en una nube. La gente me hablaba pero yo estaba pálido y no entendía a nadie. En un acto de caridad cristiana un compañero de clase, el polaco, me pasó una L a medio fumar y me instó a que la terminase. Él sabía cómo de jodido estaba yo. Salí a la calle y anduve mecánicamente. No sabía a dónde ir. Hice acopio de toda mi voluntad y miré el calendario de mi móvil. Estábamos a día 14. Mi viejo me ingresaba dinero cada día 31. En el cajón de mi piso aún me quedaban cien pavos de la beca. Tenía que sobrevivir en Berlín 17 putos días con cien pavos. Hice cálculos. Eso hacía un total de 5’80 euros al día. Un puto paquete de tabaco valía más. Estaba muy muy jodido.

2 comentarios:

  1. mui bueno cabron mientras lo leia te estaba imaginando en algun garito subterraneo de esos k el techo esta a 1,80 k te das en la cabeza y todo lleno de humo de tabaco y tu sentado jugando esa mano y yo de espectador aun mas blanco k tu al ver el resultado de esa mano; joder ojala no me pase eso a mi nunca...

    ResponderEliminar