UA-67049947-1

7 mar 2010

Silent Hill


Harry Mason avanzó tambaleándose con el revólver en la sudada mano izquierda. Caminaba lentamente y golpeando la pared con el hombro izquierdo. La hemorragia de su pantorrilla derecha era apenas poco más que una tontería, pero necesitaba vendarla. Y presentía que apenas le quedaban unos minutos para buscar vendaje. Miro tras él y suspiró al contemplar el cadáver (o lo que fuese) de la extraña criatura que yacía en el suelo. Hasta hace menos de dos horas podía afirmar que era lo más horrible que había contemplado en su vida. Ahora no. Había visto cosas mucho peores. La criatura era un perro. Sin piel. Un perro sin piel. La primera vez que uno de esos monstruos le rozó la piel Harry creyó que vomitaría y acabarían cazándolo. Afortunadamente no fue así. Las paredes del pasillo de la tercera planta del hotel estaban cubiertas de polvo y ceniza, excepto en los lugares donde Harry se había ido apoyando, si algún día salía de aquel infierno lo primero que haría sería quemar su ropa. Cambió el revólver de mano y siguió cojeando por el amplio y oscuro pasillo. Gracias a Dios Cybill; en paz descanse; le había dado una linterna en aquel bar, linterna que llevaba en el bolsillo de su chaqueta, encendida constantemente, junto a una provisión especial de pilas que había cogido de casa del doctor Kauffman. Supo que algo raro pasaba en el pueblo cuando contempló toda aquella niebla ante él tras bajarse del jeep, era sobrenatural, apenas podía ver más de dos metros frente a él en pleno día. Apenas podía pensar por todo lo que había pasado, la escuela, el metro, las alcantarillas…cada nuevo horror era peor que el anterior, y sus descubrimientos no hacían más que atormentarle. El horror que se abría ante sí era de tal magnitud que apenas podía pensar en tener miedo, o en sentir repugnancia, o cualquier otra cosa, el horror era tal que absorbía cualquier otra emoción, le hacía sentirse como drogado, al borde de la locura. Solo podía avanzar, sin pensar en nada, con la mente en blanco y sin sentir nada, avanzar y avanzar y avanzar, era lo único en lo que podía pensar, se sentía como una máquina. Todo eso no parecía más que un estúpido videojuego. Y Samael estaba muy cerca, lo podía sentir en su piel, en el silencio…la sirena estaba a punto de sonar, estaba seguro, y en esta ocasión sería la última vez que sonaría. El demonio estaba en camino, y Harry Mason solo quería verlo con sus propios ojos para probarse a sí mismo que toda esta pesadilla tenía alguna especie de sentido, aunque fuese un sentido tan trágico y horrible como la destrucción del mundo. Tambaleándose consiguió llegar a una puerta en la que colgaba, manchado de algo que Harry no quería mirar fijamente, el dibujo de la silueta de un hombre. El baño. Harry accionó el pomo y para su sorpresa este giró. En Silent Hill la mayoría de las puertas estaban cerradas a no ser que tuviesen un propósito especial. O bueno. Al menos en la realidad de Silent Hill que él estaba viviendo (aunque no sabía si “vivir” sería la palabra adecuada). Al entrar al baño vio que encima del WC alguien había dejado un poco de vendaje y algunas balas para el revólver. Concretamente trece balas. ¿Moriría un demonio por trece balas de revólver? Lo dudaba. Y menos un demonio capaz de crear los horrores que Harry había visto. Supo que el vendaje y las balas habían sido puestos allí por Alessa para que él los encontrase, al parecer, en la primera fase de la pesadilla, la que Harry denominaba “Niebla”, antes de que sonara la sirena y la oscuridad lo absorbiese todo, la niña aún tenía un poco de control, el suficiente para ayudar a Harry a llegar hasta ella. Eran sus pistas las que había seguido durante todo su camino y gracias a ella había conseguido sobrevivir, estaba seguro. Pensó en Lisa, ella tampoco comprendía porque seguía con vida. Se preguntó cómo vería Lisa Silent Hill, Harry sabía que lo que él veía eran los miedos de Alessa. Pero… ¿y Lisa? Si había conseguido sobrevivir era porque obviamente no veía criaturas malignas. O porque sabía esconderse. Nada tenía sentido. Harry se levantó la pernera del pantalón y observó el corte. Era más profundo de lo que creía. Uno de esos malditos monstruos topo le había acuchillado mientras Harry corría. Por fortuna no había caído al suelo, lo que le hubiese costado la vida. Harry había tenido demasiada suerte durante todo el día (o lo que hubiera sido eso) lo que le indicaba que no todo era real. ¿Pero cómo distinguir lo real de lo que no? No podía. Por eso Harry solo avanzaba. Harry cogió el vendaje, pero pensó que primero debía lavar la herida, y también lavarse las manos, que habían tocado demasiadas vísceras y similares. Accionó el grifo. Y entonces empezó a gotear sangre. Sangre negra, coagulada, poco a poco. No fluía, goteaba, cada pocos segundos una gota salpicaba el lavabo. Harry había cruzado la línea. No podía más. Miró al espejo que colgaba justo en frente a él y vio como su reflejo se movía. Su alter ego del espejo se inclinaba sobre el grifo y comenzaba a beber sangre, que fluía a borbotones en el grifo del espejo. Harry golpeó el espejo con el puño y este se resquebrajó en multitud de fragmentos. Comenzó a llorar lentamente, gritando de horror. Y entonces el lavabo también gritó. De dolor. Y la sangre comenzó a fluir con más intensidad. Harry no podía más. Al levantar la vista observó su reflejo roto en mil pedazos. En él Harry lloraba sangre. Agarró el revólver y se lo llevó a la sien derecha. No podía más. ¿Qué sentido tendría sobrevivir a tanto horror? ¿Cómo iba después a enfrentarse al mundo real? ¿Podría volver a llevar una vida normal algún día? Lo dudaba. Si conseguía dormir por las noches las pesadillas serían constantes y horribles. Y lo peor es que nadie creería su historia. Lo peor es que el propio Harry empezaría a dudar de lo onírico y lo real. A la mierda Silent Hill, el destino del mundo, Dahlia, Lisa, Cybill, Samael…Alessa. A la mierda todo. Que otro hiciera el trabajo. Que otro…Y cuando estaba a punto de accionar el gatillo, mientras su boca pronunciaba las maldiciones que su cerebro procesaba, el nombre de Alessa le hizo reponerse. Claro. Cheryl. No podía ser tan egoísta. Él no estaba aquí por sobrevivir, ni siquiera por llegar a Alessa. Llegar a Alessa solo era la forma de encontrar a Cheryl. ¿Cómo podía haberlo olvidado? Harry se volvió hacia la puerta y amartilló el revólver. Entonces, la sirena sonó.


Pd: Cuando de verdad tenga tiempo, voy a escribir una novela de Silent Hill. Y entonces sí os vais a cagar.

2 comentarios: