El
suicida vuelve a casa a una velocidad superior a la que se le presupone a
alguien que no tiene ninguna prisa por llegar a ningún sitio. Vuelve dando
caladas espaciadas en el tiempo a un cigarrillo que se apaga constantemente y
que lleva fumando desde que salió del trabajo. Pensando en la absurda manía que
tienen casi todos los seres humanos que conoce de aferrarse a lo que se muere.
Quizás es por qué les hace pensar en su propia mortalidad, y ese es un tema
que, de tan escabroso y horrible, su inconsciente no puede evitar hurgar
morbosamente. Quizás no tan a menudo como a él su obsesiva neurosis le permite
hurgar (unos 257 pensamientos al día referidos a la muerte, de media), pero sin
duda, abusando de la coma, lo hacen. Gira mecánicamente a la derecha y a la
izquierda pues es un camino que, de tan andado que lo anda, podría hacer con
los ojos cerrados. Si cerrase los ojos ahora esquivaría al tráfico sin el menor
problema hasta que algún suceso incalculable rompiese la lógica ecuación que se
iría formando a su mente a cada segundo. Un viraje inesperado de algún conductor
que se despista mirando el móvil. O un atasco. Y entonces se estrellaría contra
el coche delantero. Imaginarse los fragmentos de metal y cristales rozando sus
mejillas le provoca de forma instantánea más estimulación cerebral que el
cigarrillo. Enseguida se imagina estallando a la vez que el morro delantero de
su coche. Es la décima sexagésima tercera vez que piensa en la muerte ese día.
Está siendo una jornada prolífica. La música que la radio escupe a bocanadas
fragmentadas provocadas, entre otras cosas, por la mala recepción de un aparato
que debería haber jubilado hace años y la lluvia, habla sobre traiciones
pasionales y despecho. Que Rimbaud me perdone el usar un lenguaje tan soez,
pero a él esas cosas siempre le han sudado la polla. Su cerebro sólo es capaz
de procesar lo lógico y, para él, las presuposiciones acerca del amor y la
monogamia que tanto ansiaban venderle muchos de sus congéneres eran de todo
menos lógicas. Rita tenía otra forma de pensar pero eso él, lógicamente
hablando, no lo veía de su incumbencia. Que cada cual arrastre sus pensamientos
y condenas y flexibles normas morales hasta donde su imaginario le permita, es
decir; dentro de sus solitarias y pobres cabezas. Él sólo entendía de lo que
era mejor para él. Rita le hacía feliz. A Rita no le gustaría que él se
acostase con otras mujeres. Hacer el amor o follar o copular o practicar el
sexo (pues, desde el punto de vista de la lógica, no importa el nombre que cada
uno le dé, sigue siendo el mismo acto) a discreción sin seso ni orden con la
primera que se pusiera delante no le haría feliz. La ecuación aparecía clara y
resuelta en su propia cabeza y es todo lo que le bastaba. Claro que jamás
firmaría un “hasta que la muerte nos separe” aunque ya lo haya jurado en un
altar frente a los presentes. Es la décima sexagésima cuarta vez que piensa en
la muerte ese día. Jurarlo fue un trámite sin sentido lógico alguno. No podía
prometer cumplir nada hasta los límites humanos de su mortandad, así que
prometerlo no era sino un juego, una farsa. Un trámite. Le gusta más esa
expresión. No es sino un trámite. El cigarrillo le exaspera de tan infinito que
se le antoja en este viaje y abre la ventanilla para tirarlo a la calzada.
Gotas de lluvia, desesperadas por irrumpir en donde no las llaman, se cuelan
por la pequeña rendija que abre del cristal. Mientras tira el cigarrillo se
pregunta cuántos le separan del cáncer. Es la décima sexagésima quinta vez que
piensa en la muerte ese día. Siempre piensa en morir cada vez que enciende un
cigarrillo y también lo hace cuando lo acaba. También mientras lo fuma pero no
siempre es por el tabaco. Para él pensar en que se va a morir es automático. Lo
primero que se le viene a la mente cuando abre los ojos al escuchar el sonido
de la alarma (ahí lo piensa con alivio) y lo último que está meditando cuando,
sin ser consciente, consigue dormirse por fin (esa vez con congoja). Para
cuando llega al garaje y se imagina la puerta cayéndose encima del coche y
aplastándole vivo, sus costillas hundidas en sus pulmones y su laringe abnegada
en sangre burbujeante mientras hace vanos esfuerzos por respirar, es la décima
septuagésima segunda vez que piensa en la muerte ese día. Lo de la puerta
aplastándole también es una imagen frecuente en su neurótico imaginario
personal. Después, sin ningún ímpetu ni ilusión, como el resto de cosas que
pasan por su vida, repite el ritual de besos, abrazos, deberes, televisión,
ducha y cena. Pero en la cena sí ocurre algo interesante que le distrae por
unos segundos del décimo octogésimo quinto pensamiento en la muerte del día
(provocado por los dientes del tenedor). Jaime, su primogénito y único hijo
pese a su voluntad, pregunta algunas dudas que la cara que Rita pone le hace
imaginar que lleva arrastrando todo el día sobre la muerte de su hámster, Mickey.
Rita le mira. Está claro que “le toca” responder a él. Con la mirada la
interroga para averiguar cuánto sabe el niño. Rita parece haber optado por la
vía moderna y eficiente de ser directa, clara y concisa. Y él lo agradece,
aparte de porque no tendría lógica alguna cualquier otra vía (tarde o temprano
el niño acabará sabiéndolo todo igual, mentirle o disimular la verdad no es más
que una forma de preservar la ficticia paz en su beneficio al corto plazo) no
es la clase de padre que pueda pasarse media hora hablando del “cielo de los
hámsteres”. El suicida intenta ser claro y dulce, y más precisamente en ese
tema, que tan estudiado tiene él mismo. Durante toda la charla Jaime mantiene
una actitud comprensiva y abierta, hasta que llega la pregunta crucial, que
expone ante ellos con una mueca de horror e incomprensión en su rostro. Casi le
parece verse a sí mismo a través de sus palabras cuando les espeta:
—Pero…
¿entonces yo también moriré algún día?-mientras abre los ojos anticipando la
obvia respuesta.
El
suicida mira a Rita, que parece a punto de decir algo pero al final aprieta los
labios en una mueca extraña que no es capaz de adivinar a ciencia cierta qué
clase de sensaciones esconde. Durante unos segundos que parecen decisivos en
sus vidas pero en realidad no tienen la más mínima importancia reflexiona en
sus adentros su respuesta. Opta por la brevedad y la exactitud más absolutas:
—Sí-se
limita a responder.
El niño
mira a la mesa, reflexionando a su vez para sus adentros. El suicida y su
esposa le dejan hacerlo con calma. El suicida está pensando en la misma
pregunta que Jaime, pero no lo saben. Se plantea una y otra vez como consiguió
permitirse a sí mismo traer a otra vida a este mundo cuando juró durante toda
su vida que jamás cometería un pecado semejante. La ansiedad se le dispara y le
atenaza la garganta, amenazando con inmovilizarle por completo. Rita se da
cuenta y le coge la mano. Intenta concentrarse en su tacto y no pensar en todas
las oportunidades que desperdició en su día para suicidarse. Intenta no pensar
en que está atado a la vida pues no puede dejar desamparados a Rita y Jaime.
Intenta no pensar en absoluto. Pero el marcador sube rápidamente hacia la
tricentésima vez que piensa en la muerte a lo largo del día. Y sigue subiendo
amenazando con no parar. Bebe agua. Para alivio de todos, incluyendo el suyo
propio aunque no sea consciente, Jaime se queda en silencio. Pide permiso para
ver la televisión con ellos un rato, pues no le apetecen sus cuentos ni irse a
la cama. Rita lo permite advirtiéndole de que es un sí tan excepcional como la
situación y que no tiene que tomarlo, ni mucho menos, como una costumbre.
Cuando Jaime se levanta y se marcha, Rita se marcha a la habitación intentando
disimular su propia ansiedad y prisa. Vuelve con una pastilla de Lorazepam
oculta en la palma de su mano y se la ofrece al suicida. Este la traga con
premura y un gran trago de agua. Tarda unos segundos en darse cuenta de que
está sonriendo. Que Jaime muestre signos precoces de una obsesión con la idea
de la muerte tan parecida a la suya ha pasado, al convertirse en real, de uno de sus mayores miedos a un extraño caso de orgullo paterno. Piensa:
“¿No
somos todos los vivos si no suicidas frustrados?”
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