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9 sept 2015

El Suicida


El suicida vuelve a casa a una velocidad superior a la que se le presupone a alguien que no tiene ninguna prisa por llegar a ningún sitio. Vuelve dando caladas espaciadas en el tiempo a un cigarrillo que se apaga constantemente y que lleva fumando desde que salió del trabajo. Pensando en la absurda manía que tienen casi todos los seres humanos que conoce de aferrarse a lo que se muere. Quizás es por qué les hace pensar en su propia mortalidad, y ese es un tema que, de tan escabroso y horrible, su inconsciente no puede evitar hurgar morbosamente. Quizás no tan a menudo como a él su obsesiva neurosis le permite hurgar (unos 257 pensamientos al día referidos a la muerte, de media), pero sin duda, abusando de la coma, lo hacen. Gira mecánicamente a la derecha y a la izquierda pues es un camino que, de tan andado que lo anda, podría hacer con los ojos cerrados. Si cerrase los ojos ahora esquivaría al tráfico sin el menor problema hasta que algún suceso incalculable rompiese la lógica ecuación que se iría formando a su mente a cada segundo. Un viraje inesperado de algún conductor que se despista mirando el móvil. O un atasco. Y entonces se estrellaría contra el coche delantero. Imaginarse los fragmentos de metal y cristales rozando sus mejillas le provoca de forma instantánea más estimulación cerebral que el cigarrillo. Enseguida se imagina estallando a la vez que el morro delantero de su coche. Es la décima sexagésima tercera vez que piensa en la muerte ese día. Está siendo una jornada prolífica. La música que la radio escupe a bocanadas fragmentadas provocadas, entre otras cosas, por la mala recepción de un aparato que debería haber jubilado hace años y la lluvia, habla sobre traiciones pasionales y despecho. Que Rimbaud me perdone el usar un lenguaje tan soez, pero a él esas cosas siempre le han sudado la polla. Su cerebro sólo es capaz de procesar lo lógico y, para él, las presuposiciones acerca del amor y la monogamia que tanto ansiaban venderle muchos de sus congéneres eran de todo menos lógicas. Rita tenía otra forma de pensar pero eso él, lógicamente hablando, no lo veía de su incumbencia. Que cada cual arrastre sus pensamientos y condenas y flexibles normas morales hasta donde su imaginario le permita, es decir; dentro de sus solitarias y pobres cabezas. Él sólo entendía de lo que era mejor para él. Rita le hacía feliz. A Rita no le gustaría que él se acostase con otras mujeres. Hacer el amor o follar o copular o practicar el sexo (pues, desde el punto de vista de la lógica, no importa el nombre que cada uno le dé, sigue siendo el mismo acto) a discreción sin seso ni orden con la primera que se pusiera delante no le haría feliz. La ecuación aparecía clara y resuelta en su propia cabeza y es todo lo que le bastaba. Claro que jamás firmaría un “hasta que la muerte nos separe” aunque ya lo haya jurado en un altar frente a los presentes. Es la décima sexagésima cuarta vez que piensa en la muerte ese día. Jurarlo fue un trámite sin sentido lógico alguno. No podía prometer cumplir nada hasta los límites humanos de su mortandad, así que prometerlo no era sino un juego, una farsa. Un trámite. Le gusta más esa expresión. No es sino un trámite. El cigarrillo le exaspera de tan infinito que se le antoja en este viaje y abre la ventanilla para tirarlo a la calzada. Gotas de lluvia, desesperadas por irrumpir en donde no las llaman, se cuelan por la pequeña rendija que abre del cristal. Mientras tira el cigarrillo se pregunta cuántos le separan del cáncer. Es la décima sexagésima quinta vez que piensa en la muerte ese día. Siempre piensa en morir cada vez que enciende un cigarrillo y también lo hace cuando lo acaba. También mientras lo fuma pero no siempre es por el tabaco. Para él pensar en que se va a morir es automático. Lo primero que se le viene a la mente cuando abre los ojos al escuchar el sonido de la alarma (ahí lo piensa con alivio) y lo último que está meditando cuando, sin ser consciente, consigue dormirse por fin (esa vez con congoja). Para cuando llega al garaje y se imagina la puerta cayéndose encima del coche y aplastándole vivo, sus costillas hundidas en sus pulmones y su laringe abnegada en sangre burbujeante mientras hace vanos esfuerzos por respirar, es la décima septuagésima segunda vez que piensa en la muerte ese día. Lo de la puerta aplastándole también es una imagen frecuente en su neurótico imaginario personal. Después, sin ningún ímpetu ni ilusión, como el resto de cosas que pasan por su vida, repite el ritual de besos, abrazos, deberes, televisión, ducha y cena. Pero en la cena sí ocurre algo interesante que le distrae por unos segundos del décimo octogésimo quinto pensamiento en la muerte del día (provocado por los dientes del tenedor). Jaime, su primogénito y único hijo pese a su voluntad, pregunta algunas dudas que la cara que Rita pone le hace imaginar que lleva arrastrando todo el día sobre la muerte de su hámster, Mickey. Rita le mira. Está claro que “le toca” responder a él. Con la mirada la interroga para averiguar cuánto sabe el niño. Rita parece haber optado por la vía moderna y eficiente de ser directa, clara y concisa. Y él lo agradece, aparte de porque no tendría lógica alguna cualquier otra vía (tarde o temprano el niño acabará sabiéndolo todo igual, mentirle o disimular la verdad no es más que una forma de preservar la ficticia paz en su beneficio al corto plazo) no es la clase de padre que pueda pasarse media hora hablando del “cielo de los hámsteres”. El suicida intenta ser claro y dulce, y más precisamente en ese tema, que tan estudiado tiene él mismo. Durante toda la charla Jaime mantiene una actitud comprensiva y abierta, hasta que llega la pregunta crucial, que expone ante ellos con una mueca de horror e incomprensión en su rostro. Casi le parece verse a sí mismo a través de sus palabras cuando les espeta:

—Pero… ¿entonces yo también moriré algún día?-mientras abre los ojos anticipando la obvia respuesta.

El suicida mira a Rita, que parece a punto de decir algo pero al final aprieta los labios en una mueca extraña que no es capaz de adivinar a ciencia cierta qué clase de sensaciones esconde. Durante unos segundos que parecen decisivos en sus vidas pero en realidad no tienen la más mínima importancia reflexiona en sus adentros su respuesta. Opta por la brevedad y la exactitud más absolutas:

—Sí-se limita a responder.

El niño mira a la mesa, reflexionando a su vez para sus adentros. El suicida y su esposa le dejan hacerlo con calma. El suicida está pensando en la misma pregunta que Jaime, pero no lo saben. Se plantea una y otra vez como consiguió permitirse a sí mismo traer a otra vida a este mundo cuando juró durante toda su vida que jamás cometería un pecado semejante. La ansiedad se le dispara y le atenaza la garganta, amenazando con inmovilizarle por completo. Rita se da cuenta y le coge la mano. Intenta concentrarse en su tacto y no pensar en todas las oportunidades que desperdició en su día para suicidarse. Intenta no pensar en que está atado a la vida pues no puede dejar desamparados a Rita y Jaime. Intenta no pensar en absoluto. Pero el marcador sube rápidamente hacia la tricentésima vez que piensa en la muerte a lo largo del día. Y sigue subiendo amenazando con no parar. Bebe agua. Para alivio de todos, incluyendo el suyo propio aunque no sea consciente, Jaime se queda en silencio. Pide permiso para ver la televisión con ellos un rato, pues no le apetecen sus cuentos ni irse a la cama. Rita lo permite advirtiéndole de que es un sí tan excepcional como la situación y que no tiene que tomarlo, ni mucho menos, como una costumbre. Cuando Jaime se levanta y se marcha, Rita se marcha a la habitación intentando disimular su propia ansiedad y prisa. Vuelve con una pastilla de Lorazepam oculta en la palma de su mano y se la ofrece al suicida. Este la traga con premura y un gran trago de agua. Tarda unos segundos en darse cuenta de que está sonriendo. Que Jaime muestre signos precoces de una obsesión con la idea de la muerte tan parecida a la suya ha pasado, al convertirse en real, de uno de sus mayores miedos a un extraño caso de orgullo paterno. Piensa:


“¿No somos todos los vivos si no suicidas frustrados?”

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