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1 oct 2011

Nací muerto.


-No puedes hablar enserio-me dijo ella mientras guardaba el encendedor en el bolso.
Yo ya sabía lo que venía a continuación. Me iba a dejar. Lo había visto tantas veces que lo veía venir a kilómetros de distancia.

-Claro que hablo enserio-dije yo fumando pausadamente- ¿Cuál es el problema?

-¿Qué cuál es el problema?-preguntó ella mientras se levantaba y hacía gestos de exasperación con las manos-Qué estás siempre triste, ese es el maldito problema. Una mañana te levantas, ves tú móvil sin llamadas perdidas y te pones triste. A la mañana siguiente te levantas y tienes montones de llamadas perdidas de montones de gente y te sientes mal y te pones triste. A veces, cuando vuelves de tus largas noches de bohemia y me ves durmiendo en tu cama sonríes de oreja a oreja y te tumbas a mi lado y me abrazas, pero a los diez minutos dices que te doy calor y te agobio y te vas a tu siempre frío extremo izquierdo de la cama. Nunca te he escuchado reír sinceramente sin ir puesto, lo cual tampoco es tan extraño porque sueles ir puesto todo el día. Estoy harta, necesitas ayuda.

-Ya te he dicho que ningún psicólogo quiere tratarme. Dicen que los deprimo mucho-le dije mientras apagaba la colilla en el cenicero de barro.

-Y no piensas ir al psiquiatra porque no quieres que te receten drogas. Solo tú mismo puedes hacer eso-me dijo adivinando mis próximas palabras.

La miré sonriendo en silencio. La verdad es que me conocía bastante.

-Mira-me dijo-No aguanto más. Te dejo tus problemas, una silla y una cuerda.

Y se fue por la puerta. Yo me recosté en el sillón y me fumé un porro mientras veía la tele. Me empecé a sentir mucho mejor.

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