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6 ene 2013

El observador.



Recuerdo que fue hace mucho pero que mucho tiempo. Yo tendría trece o catorce años por suponer y así poder movernos en términos concretos. Esperaba expectante apoyándome sobre una y otra pierna alternativamente. Él leía concentrado. Incluso cogió una silla para sentarse. Era la primera vez que enseñaba algo a alguien que no fuese mi padre.




-Me gusta mucho-me dijo mirándome a los ojos.




Volvió a mirar el par de folios y levantó la mirada de nuevo hacia mi.




-De verdad-añadió.




Sonreí satisfecho. Intenté quitarle el relato. Lo alejó del alcance de mis manos.




-Sin embargo-dijo-Debes ser más meticuloso con los detalles. La descripción del lugar es inconclusa, y por otra parte, dos chicos normales de dieciséis años jamás hablarían así.




-¿Cómo que no?-le dije yo ofendido (nunca se me ha dado bien encajar críticas)- Lo he escrito yo y tengo menos.




Y se echó a reír. Y no una risa fingida para dar pie a sus palabras. Se echó a reír de verdad, agarrándose el vientre y mirándome con los ojos entrecerrados.




-Pero tú no eres un normal y nunca lo vas a ser-me dijo-Tú tienes que ser un observador. Escuchar a la gente. Y reflejarla tal como es.




No me hizo gracia. Cogí el relato, un par de chicles de menta y me fui al callejón a fumarme un cigarrillo medio roto que guardaba en la goma de los calzoncillos. Releí el relato mientras pensaba en sus palabras y fumaba. Me sentí muy solo. Lo rompí en pedazos y lo dejé allí. Entré a la casa mascando chicle y con las manos en los bolsillos. Me puse la capucha y me fui a un rincón del sofá a ponerme el mp3. Caí en la cuenta de que en aquella casa, entre ellos, me sentía tan solo como en el callejón fumando en silencio mientras pensaba. Y que en el callejón estaba más cómodo. No tenía que fingir prestar atención a nada que no fuesen mis pensamientos. Poco después caí en la cuenta de que siempre me sentía igual de solo que en el callejón.




El fin de semana siguiente, cuando llegué a la casa, lo hice sin capucha, y me quité los cascos. Me senté en una silla. Y me mezclé. Hablé con ellos. Los observé. Desde entonces me dedico a eso. Observo y plasmo. En mi eterno cigarro en el callejón hablando conmigo mismo.

1 comentario:

  1. A veces confundimos críticas, con opiniones o percepciones propias (las cuales no es obligatorio adoptar)

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