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29 ene 2013

Silvestre.



Mira sus garras y suspira. Lleva dos meses en el mismo barrio. Eso es raro en un vagabundo como él. Los demás no le entienden. Primero se reían y ahora le aconsejan que se vaya. Sabe que acabará matándolo. Piensa en todas las humillaciones que ha sufrido. Le ha pillado la cola tantas veces que hay un trozo de ella que no siente. Se le está cayendo el pelo. Sus bigotes se han tornado grises o así les parece verlos. Quizás es ese su estado anímico y punto, pero hostia puta. Lo necesita y no importa que le mate conseguirlo, aunque nadie más lo comprenda. El dolor que siente el depredador cuando la presa se burla de él. Una y otra y otra vez. La locura. ¿Si no eres un depredador que eres? Necesita darle dónde más le duele. Se lo va a comer vivo, por supuesto, pero eso será después de que vea como la abuelita muere. Por su puta culpa. Por pájaro hijo de puta. Siempre con sus ojillos. Siendo el bueno. El mono. El héroe. Y al villano le crujen las tripas mientras espera el ocaso. Cuando la abuela duerma entrará por la ventana. Esta vez sin fallos. Lo primero que hará será bloquear la jaula de Piolín. Ya se la ha jugado así otras veces. Después llevará a la abuelita, aún medio dormida, ante el pájaro y le pegará un tiro en la cara. En su puta cara. Justo en los ojos del pájaro hijo de puta. Y luego se lo comerá vivo por supuesto. Mientras llora. No ha pensado en qué pasara después de que se coma al pájaro. No quiere pensar en un después de que se lo coma. Sólo comérselo.  Se levanta mientras anochece y acaricia su Colt. Y que le den por culo a ACME

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