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25 ene 2013

La tercera vez.



Eran como las tres de la madrugada. De una noche nimia y un pelotazo importante. Fue la primera vez que me enfadé con ella enserio. No enfado de gritos y litros rotos contra el suelo y unos cuantos "no quiero volver a verte en mi vida" que acaban en abrazos en la cama y susurros de "dime que siempre me perdonaras estas mierdas". Enfado de decepción. De caérseme el mundo encima. De gesto crispado y rostro lívido. De ojos de "no me lo creo". Estaba yo apoyado contra la pared, vaso en mano izquierda, cigarro en la oreja, charlando. Estaba haciendo reír a tres chicas que no conocía de nada pero se habían venido de fiesta con nosotros por casualidad. En esos tiempos siempre acabábamos de copas con desconocidos que nos cruzábamos en la calle. Entonces ella vino, me susurró algo al oído y fue a besarme. Me quedé helado. Iba a ser la tercera vez (sin relativismos, la tercera literalmente) que me besaba en público. La detuve. Me miró extrañada.


-No soy una farola-le dije con el gesto crispado y el rostro lívido. Con ojos de "no me lo creo"-Y tú no eres un perro.

-¿Qué?-dijo ella sonriendo

-Que no me gusta que me meen encima para marcar territorio


Y me marché a otra parte. Cubata en mano derecha, cigarro en la oreja, tropezando en la calzada. Ella hizo el amago de venir detrás de mí, pero con una mirada le dejé claro que no lo hiciese. No me lo podía creer. Me estaba tratando como a un objeto. Me sentí como una pelota en el parque. "¡Eh, ese es mi balón, búscate el tuyo propio!" La gente me miraba mientras mascullaba "¿Quién coño se ha creído que soy?". Ella, la reina del amor libre, la de las teorías sobre las relaciones estables, celosa. Mandaba huevos. Celosa de una niñata con septum y una clave de Sol tatuada detrás de la oreja. No pude si no reírme  Celosa. Se había puesto celosa. Igual era la primera vez en su vida que se había atrevido a manifestarlo. Y había sido mi causa. Me reí un poco más y la gente siguió mirándome raro. Entonces apuré el ron y eché a andar hacia ellos. Me miró con ojos de pedir perdón. Y la besé por tercera vez literalmente en público. Ella se echó a reír. Me quitó el cigarro de la oreja y se lo puso entre los labios. Me guiñó un ojo y se fue. Quería su beso y lo había tenido. Me giré y me fui a hacer reír a las tres chicas modernas con cara de "esta esquina ya tiene su perro".

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