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2 nov 2010

Ríos de lágrimas



-No deberías estar aquí
-No, no debería-dice él encendiendo un cigarrillo
-¿Qué haces aquí?
Él mira fijamente al suelo y reordena sus pensamientos. El discurso que ha imaginado una y otra vez comienza a volverse difuso. Levanta la vista y ante él tiene sus grandes ojos negros. Mirando fijamente a sus esquivos y pequeños ojos marrones. Y de repente se siente desarmado. Desnudo. Ya no es quién ha fingido ser toda su vida. Ya no es especial. Solo otro más. Se siente indefenso ante ella. Y decide que es hora de hablar de verdad por una vez en la vida. Ya está bien de llevar máscara.
-Necesitaba verte-dice él
Ella calla y suspira
-No me hagas esto más difícil-logra decir por fin
-No me contestas a las llamadas-dice él
-Se supone que hemos roto-dijo ella- Y tú no te mostraste muy afectado por ello
-Mentía-dijo-Te quiero
Ella abrió los ojos y se mordió el labio inferior con casi indignación
-Es la primera vez que me lo dices en tu vida-dice ella
-Es la primera vez que lo digo en mi vida-contesta él. Se siente tan…pequeño.
Ella por fin deja de contenerse y estalla
-No puedes hacerme esto-dice alzando la voz-¿Ahora qué? ¿Me prometerás que vas a cambiar?
Él fuma en silencio. ¿De verdad merece la pena? ¿De verdad va a cambiar? Él siempre fue de los de fumar en silencio mientras el tren se marcha, sin despedirlo, sin correr a su lado o sin suplicar y rogar a los cielos que no se fuese. Pero cuando mira a sus grandes ojos negros comprende que no puede perder este tren. No puede quedarse mirando cómo se va y le destroza el corazón por muy poética y bonita que sea la imagen. A veces para hacer arte hay que sufrir deliberadamente. Pero ya no. No puede más. Es la hora de la verdad.
-¿Me quieres?-pregunta él. Sin sentirse estúpido al formular la pregunta. Sin sentirse débil.
Ella calla. No contesta. Y empieza a llorar. Él también llora. Sin disimulo. Es la primera vez en su vida que desnuda su alma de esa forma.
-No podemos seguir juntos Juan-dice ella tajantemente, sin cesar de mirarle a los ojos. Sigue hablando pero él se siente incapaz de escucharla. Todo le da vueltas. Ella se marcha. Y él se apoya en la pared y llora en absoluto silencio. Lo que le resulta absolutamente incomprensible es que por una vez en su vida ha abierto su corazón, y solo ha sido para dejar que se lo atravesasen. Una parte de él se rebela. La parte que siempre ha sido su todo. Pero él sigue incapaz de moverse. Llorando en silencio. Para cuando consigue separarse de la pared en ella se observan dos ríos de lágrimas. Piensa en lo bonito y poético de la imagen. Se aleja en busca de un bolígrafo mientras da tumbos maldiciendo el día que empezó a escribir con todas sus fuerzas.



Bajo al Mitlán justo antes de dormir y me devoran los mismos demonios que a tí no te dejan huir de mis entrañas...

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