UA-67049947-1

4 sept 2009

Caotismo (3).


Aquella tarde lo olvidé todo. Cuanto más especial me resultaba, más me dolía en mi interior. Era así. Bien podía ser más sencillo, pero yo tengo esa estúpida manía de complicarlo todo, y precisamente, aquella tarde, la necesitaba como mi organismo necesita de agua para vivir. Cada beso, cada caricia, cada gesto recibido de ella, hacían retumbar mi pecho. Mi corazón late porque ella existe, esa era la sensación.

-Soy tan feliz.-me dijo.- No te preocupes por mí, no sigas ofuscando las cosas. Yo estaré aquí, contigo, pase lo que pase. Céntrate, vuelve a coger las riendas de todo, lucha con el mundo y no repares en nada ni nadie.

Yo no merecía todo aquello y, sin embargo, me lo estaba sirviendo. Una parte de mí quería perderse; la otra afrontarlo, levantarme y seguir.
A veces quería que desapareciera, que se esfumase, que nada de lo que pasaba pasase. A veces no sabía hasta que punto era real. Me desconcertaba. La hubiera desgarrado con mi amor sin importar quién pudiera haber pasado por allí, de no ser porque sabía que ella se retraería, le hubiera hecho el amor una y otra vez hasta no poder más por falta de tiempo.

-No quiero prolongarlo más.-le dije.- No quiero seguir destruyéndome más contigo. Soy humano, y por eso no puedo. No quiero seguir, no quiero que continúe… Es por mí, pero también por ti y porque te amo. Necesito estar solo un tiempo.

Estábamos juntos, pero lloramos solos.

Al día siguiente, y lo sabía, actuaríamos como si nada hubiera pasado. Y sería un regalo. Yo seguiría prendido por su amor caótico y enigmático, ella me querría con toda su alma y seguiría sosteniendo la esperanza que nos llevaba cogidos de la mano. No habría nada más. Las cosas eran así de duras, absurdas y caprichosas.

<<<<..........>>>>

Bajo la techumbre que envolvía de oscuridad aquél mugriento lugar, a millones de años luz de nuestro planeta, Preta había contemplado todo lo sucedido. Samael, situado a escasos metros de Preta, sentado en su trono de color rojo, con los ojos encendidos y de color blanco, le encargó su cometido.

-Mátala.-dijo-. Y un inquietante silencio envolvió al mundo aquella noche.

No hay comentarios:

Publicar un comentario