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26 sept 2009

La niña del vestido rosa/Pide un deseo



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-¿Un deseo?-dijo ella mirando el firmamento-Me gustaría hacer el amor contigo de todas las formas posibles. Y cuando digo todas, digo todas, con todo lo que ello implica. En todas las situaciones de la vida.

Se volvió a mirarme

-Me gustaría probar todas las drogas y después hacer el amor contigo. Me gustaría saber como es hacer el amor contigo llendo de coca hasta las cejas, o llendo levemente puesta de coca. Me gustaría saber como sería si tu fueses borracho y yo no, o viciversa, o si los dos fuesemos borrachos. Me gustaría saborear todas esas posibilidades con todas las drogas del mundo, disfrutarlas y elegir la que más me gustase, para luego repetirla una y mil veces. Me gustaría hacer el amor contigo en todas y cada una de las esquinas de todas las ciudades del mundo. ¿Un deseo? Ojalá esta noche durase cien años

Y me abalancé sobre ella en cuanto la última palabra murió en sus labios, e hice renacer en ellos cosas mas eternas y profundas que las palabras. La besé como si de verdad tuviesemos cien años para hacerlo. Quería recorrer hasta el último milimetro de su piel con las yemas de mis dedos, con la punta de mi lengua. Quería saber a que sabían todas y cada una de las partes de su cuerpo. Arrojamos la ropa de forma desordenada, como si fuesemos a tener cien años para recojerla. La ropa interior desperdigada de cualquier forma no formaba una extraña figura en el suelo, un corazón o cualquier otra estupidez de película ñoña. Eso era lo que lo hacía tan perfecto, que no lo eramos. Las risas tontas, los "cuidado", "ay!", "se me esta durmiendo la pierna", "ponte así", "así no"...eso era lo que lo hacía tan maravilloso. Que era real.
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Miré por la ventana. Volvió a pasar otra estrella fugaz, la segunda de la noche, esta vez fuí yo quién la vió primero porque Cristina dormitaba en mi pecho. La miré sonriendo, sus cabellos rubios me hacían cosquillas. Y yo también pedí mi deseo. Que pudiesemos dormir entrelazados, los dos agarrados bajo las sábanas, escondidos del mundo doloroso y peligroso de ahí afuera, cien años enteros. Algún día nos levantariamos y tendríamos que enseñar los dientes a todo lo que había ahí fuera, y lo haríamos codo con codo, cadera con cadera, lo haríamos juntos, pero mientras tanto poder seguír bajo las sabanas. Cuando la estrella fugaz terminó de pasar, sonreí, y pedí que ese momento durara otros cien años.

El rítmico sonido de la música resonaba en sus oídos a traves de los auriculares de su iPod, la voz de Dave Mustaine cantaba la canción mas triste que había compuesto jamás. O al menos así le parecía a él. Movió los labios para cantar la frase clímax. "If my heart still alive, I know it surely break". Suspiró y miró su reloj de pulsera. Las doce y cuarto. Odiaba venir al médico, uno nunca iba a entrar a su hora. Pero que se le ocurriese venir tarde a los nombramientos y las enfermeras darían buena cuenta de sus huesos. Puto dermatólogo. Miró hacia abajo, a traves de la barandilla podía ver los pisos inferiores, algo llamó la atención en el que estaba justo debajo de él. Había un niño vestido de rosa. No, imposible, no podía ser un niño. Se fijó con más detenimiento y se dió cuenta de que tenía que ser una niña, llevaba una camiseta de tirantes, una falda y unas mallas,todo rosa, claro que era una niña...pero. ¿Y su pelo?. Estaba rapada. Su mente comenzó a cavilar, iba de la mano de su padre, o eso pensó él, el padre también estaba rapado. En primera instancia su imaginación comenzó a trabajar a mil revoluciones por minuto. ¿Y si los padres eran unos fanáticos skinheads y habían rapado a la niña? Había gente muy loca por el mundo. ¿La maltratarían? ¿Abusarían de ella? La niña era preciosa, pero ya sabeís, era todo lo preciosa que puede ser una niña de ocho años, ¿cómo alguien podría hacer algo así a una niña? Y siendo sus padres...era horrible, se le revolvían las tripas de pensarlo. Un momento, la madre había llegado, tenía el pelo largo y negro, gafas de sol sobre la cabeza, un bolso caro. No eran skinheads fanáticos, ni maltratadores. El padre se había rapado la cabeza porque se estaba quedando calvo. Pero aún faltaba por resolver el misterio de la niña. "Usa tu imaginación idiota y mira a tu alrededor, ¿donde te encuentras?" pensó para sí mismo, a un nivel más profundo. Y su mente más aletargada despertó. Claro. Estás en un hospital idiota. Ahí abajo están las salas de pruebas. La niña del vestido rosa tiene cancer. O un tumor. Quizás la operaron de la cabeza. Con ocho añitos. Su pequeñita mano aún no podía sostener un libro de texto en equilibrio, jamás había besado a un chico, ni había danzado borracha bajo la lluvia. Jamás nadie le iba a partir el corazón, ella jamás sería una zorra embustera, ni la empollona de su clase. Porque con ocho añitos la niña del vestido rosa se moría. Le hicieron un aspaviento. Su madre le reclamaba, apartó sus pensamientos de la niña del vestido rosa y se dirigió a la consulta del dermatólogo. Mientras él mascullaba lo maldito que era por no poder beber, la niña del vestido rosa no comprendía que se estaba muriendo. Él olvidaría a la niña del vestido rosa, ni siquiera derramaría jamás una lágrima por ella, no iría con flores el día de su entierro, no disfrutaría de una charla con ella, jamás conocería a la niña del vestido rosa. Y acabaría olvidandola en unos minutos. Porque si hay una triste verdad en el mundo es que nadie conoce a nadie. Y a nadie le importa. Quizás, mientras en tu casa lees estas lineas la niña del vestido rosa se está muriendo.

3 comentarios:

  1. Cada vez me quedo con menos cosas que decir sobre tus actualizaciones, asi que basicamente me dejas sin palabras...;)

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  2. Las risas tontas, los "cuidado", "ay!", "se me esta durmiendo la pierna", "ponte así", "así no"...eso era lo que lo hacía tan maravilloso. Que era real.

    Te vuelvo a comentar porque he leido esta entrada mil veces y esa frase no deja de gustarme...

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